La Casa Que Nos Vio Crecer

Capítulo Catorce: Y yo tenía razón

 

 

Los primeros rayos de sol acariciaban la piel morena de Ricardo, se estiró notando el brazo derecho pesado y con un hormigueo que le recorría hasta el cuello, era como si hubiera dormido con una piedra sobre él. Poco a poco comprendía que aquella no era su habitación, que no estaba en su cama y que la cabeza de Amelia no era una almohada. Miró a su alrededor frotándose los ojos, intentando ver con claridad, pero lo único claro que pudo sacar fue que habían pasado la noche en la hamaca iglú.

Se volvió a tumbar, con la mirada fija en el cielo. ¿Cómo habían acabado así? Pensó. Definitivamente no podía quedarse allí, si los veían juntos se podría montar la de Dios. Con cuidado pudo sacar su brazo, Amelia ni se inmutó, estaba profundamente dormida.

Sin hacer movimientos bruscos se levantó de la hamaca, se dio cuenta que estaba desnudo, cuando arrastró con él parte de la toalla, exponiendo su desnudez. Miró hacia ella, la redondez de su trasero le daba los buenos días. ¿Lo habrían hecho? Tenía que ser, ya que Amelia llevaba puesto solo el sujetador. Al menos no estaba completamente desnuda como él, se dijo. Intentando arreglar en algo la situación, ¿Y cómo habían acabado así?

De pronto todo empezó a dale vueltas, no se tenía que haber levantado tan rápido. Estaba sufriendo la resaca de su vida. Miró alrededor y pudo ver para su descontento, botellas de vino y dos jarras de lo que parecía ser, resto de... Vodka, pensó, acercándose la copa a la nariz.

Las viles le subieron de golpe, solo el olor le provocaba las náuseas. Aunque la noche anterior tuvo que disfrutarlo, pensó. Cubrió el cuerpo desnudo de ella hasta los hombros. Él no podía quedarse, si la encontraban a ella sola, pensarían que paso la noche allí abajo sin compañía.

Una sonrisa fugaz se dibujó en su cara. Había pasado la noche con ella.

                                                                           ***

Mila abrió los ojos, sonriendo acarició el brazo que la rodeaba por la cintura. Había sido una noche de las pocas que ella pudiera recordar. Y todo empezó en la bodega, con besos y manos por todas partes. Sintiéndose eufórica… dejándose llevar por las ganas de hacerlo con él allí mismo. Y Douglas parecía bastante interesado.

Pero recordó que Amelia le había pedido que llevase el hielo, y si no lo llevaba, estaba segura de que su hermana iría a su encuentro. Se había separado a desgana he intentado aparentar serenidad, le había preguntado.

–¿Cómo me veo? –lpreguntó ella.

–Caliente y deseosa–respondió el, acercándose hacia ella con la verga dura y con ganas de sexo.

–Dame unos minutos para llevar el hielo… Y para cuando quieras dar cuenta, seré todo tuya. –respondió Mila, acariciándole la entrepierna. Aquello lo envalentono, Y a horcajadas Douglas se sentó en una silla para servirse un trago.

Todo paso muy deprisa, en un tiempo récord Mila llevó el hielo y bajó hacia la bodega. Con la respiración entre cortada reía de su propia hazaña, parecía volver a tener veinte años. Sentando a horcajadas sobre el regazo de él, bebió de su boca el whisky caro y preferido de su padre.

Las manos de Douglas revoloteaban por el escote y el mini short, quedó a sus pies de una bajada. A Mila ya todo le daba igual. Sobre la mesa de madera, dejó que Douglas hiciera sus fantasías realidad.

Había pasado algo más de la una de la madrugada, cuando a hurtadillas, los dos subían silenciosamente las escaleras hasta la habitación de ella. Una vez dentro, el alcohol y el sexo fueron los principales protagonistas de aquella lasciva noche.

                                                                       ***

–Carlos te digo que he escuchado ruido en el pasillo. –Dijo Paula, deteniéndose a horcajadas sobre él.

–No te pares ahora, no por favor. –Imploró el, a punto de correrse. Paula se unió hasta llegar a clímax del orgasmo. Aun dentro de él, se tumbó sobre su pecho, fuerte y masculino, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, pero algo la hizo quitarse de encima para tumbarse a su lado, sudorosa.

–¿Qué te pasa? pregunto él, al verla callada y concentrada en algo.

–¿Lo escuchas ahora?

–No.

–No somos los únicos que disfrutan esta noche, –dijo ella.

–Me alegro. –respondió el con más ganas de sexo.

Paula lo miró poniendo los ojos en blanco.

–Ese ruido viene de la habitación de Mila. –insistió.

Carlos se apoyó en los codos, para prestar más atención a lo que la cabecita loca de su mujer maquinaba. –¿Dónde vas? –Le preguntó al verla dirigirse hacia la puerta mientras se ponía su camiseta.

–Ya verás que yo tengo razón y no veo fantasmas como tú crees. –Sin tiempo que perder abrió la puerta. Al otro lado del pasillo estaba la habitación de su hermana, diez pasos la separaban de ellos. Sigilosamente y acercando la oreja a la puerta, para poder escuchar algún ruido y no especialmente el de la radio, aguardo unos segundos…. ¡Lo sabía! se dijo jubilosa al haber acertado. Contenta con su descubrimiento acertero volvió a su habitación. Carlos seguía en la misma postura, esperándola.

–¿Y? –La expresión de satisfacción en la cara de su mujer le daba que pensar.

–Yo tenía razón. Mila y el escoces están liados, allí, –dijo, apuntando con el dedo índice hacia el pasillo.

Carlos dio un salto de la cama, pensando que Paula estaba llegando muy lejos con todo aquello.

–¿Qué es lo que pretendes? –preguntó acercándose hacia la puerta desnudo. –Paula ¿qué te propones?

–Quitarles la venda de los ojos esos dos.

–Amelia es su novia. No lo olvides.

–Amelia lo conoce desde hace un par de meses. A Ricardo de años.

–Vale, pero no olvides que fue elección de él…

–Mila estaba desesperada por salir de aquí. Se hubiera largado con cualquiera. Desgraciadamente aprovechó una pelea entre ellos para conseguir su objetivo. Además, ¿qué sabrás tu Carlos? es mi hermana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.