Las adversidades de Sara y su fortuna

A solas

Luego de aquel inquietante suceso en el almuerzo, regresé a mi puesto y seguí cumpliendo con mis funciones. Por mucho que lo intenté, no logré concentrarme pensando en la sonrisa del señor Julien. Debo admitir que me gustaba verlo sonreír, se le veía muy tierno cuando lo hacía, pero me ponía nerviosa cuando lo tenía muy cerca. 

Suspendí mi trabajo por casi media hora y por alguna extraña razón quise llorar. Aún así, me contuve y me quedé sentada mirando al techo sin importar que desde el ángulo en el que estaba, la cámara de seguridad captaba todos y cada uno de mis movimientos. 

En ocasiones y solo para disimular, fingía trabajar. En una de ellas, los Barthel salieron del elevador. Fui muy fuerte, pues ignoré por completo al señor Julien, le sonreí de vuelta al señor Douglas y luego miré a Sonja quien se veía emocionada.

—Mi madre viene de regreso de su viaje a Noruega —comentó sin yo preguntarle nada.

—¡Excelente! —dije —¿Pasó mucho tiempo allá? 

A lo que Sonja respondió —Ocho meses, pero lo que me preocupa es su reacción al saber que Julien ya no va a casarse. 

—Lamento tener que escuchar eso —comenté sintiendo algo de pena por la madre de Sonja —solo espero que no lo tome a mal, digo, en caso de que hubiese tenido una excelente relación con la ex de tu hermano.

En ese momento continué con la redacción de una carta para Recursos Humanos por orden del señor Julien. Bueno, en realidad ya la tenía lista, solo faltaba agregar el membrete de la empresa e imprimirla. 

Estando ocupada en mi oficio, Sonja me invadió con una pregunta que me sorprendió fuera de base. 

—Entonces, ¿Eres la ex del sujeto con el que Bettina traicionó a mi hermano?

—Vaya que las noticias vuelan —dije sonriendo de pena —estás en lo correcto, y el nombre del sujeto es Harald. 

—¡Pobre de tí! No me imagino lo mal que debiste sentirte al enterarte de eso. 

—¡Oh, sí! —suspiré —Tuve el infortunio de verlos en pleno acto. 

Sonja no pudo evitar demostrar sorpresa —¡Madre de Dios! ¿Es eso cierto, Sara? 

—¡Sí! —respiré profundo y dije con la voz entrecortada —en nuestra propia cama, y creeme que me dolió mucho saber que esa mujer es la ex prometida de mi jefe. 

—Ahora todo tiene sentido, supongo que esa es la razón por la cual Julien quiere ser tu amigo —comentó —deberías aceptar, al menos para brindarse apoyo mutuamente. 

—De hecho, ya me lo propuso —manifesté —pero como le dije al señor Julien, lo mejor es que cada uno supere esto a su propio ritmo. Yo he comenzado a sanar, pero veo que tu hermano no la ha superado y él necesita tiempo. 

Sonja asintió y acto seguido dijo que yo tenía razón. Tal vez mi jefe necesitaba de alguien para poder sanar más rápido, pero a veces su comportamiento me hacía desconfiar; su sonrisa, su trato, su tono de voz para dirigirse a mí era más dulce de lo normal, su mirada fija y muy raramente, una actitud un poco posesiva, sobre todo desde que descubrimos que Gunther era mi admirador secreto. 

Pasadas las horas, vi por el ventanal como muchos de mis compañeros iban saliendo del edificio. La hora de salida había llegado y yo todavía tenía mucho trabajo pendiente. 

—¡Bueno! ¡Ya que! —dije resignada a pasar la noche en la compañía, de todos modos era mi culpa por estar procrastinando. 

Volví a mi puesto y comencé a trabajar. El silencio del pasillo empezaba a ser reconfortante para mi. Solamente se escuchaba el tic tac del reloj de pared y las teclas de mi ordenador, convirtiéndose así, en la única compañía con la que yo contaba en ese momento. 

Cuando vi que el reloj marcaba las siete y treinta, llamé a la señora Bárbara para avisarle que iba a llegar bastante tarde a casa. Suspiré y vi como los minutos corrían hasta hacerse las ocho de la noche, cuando de pronto me llevé tremendo susto al ver que la puerta de la oficina del señor Julien se abría lentamente. En ese instante su mirada y la mía quedaron entrecruzadas.

—¿Qué haces aquí todavía, Sara? Tu salida fue hace tres horas —dijo algo molesto —¿Algún imprevisto con urgencia para mañana? ¿O es que acaso no estás trabajando como se debe y por eso el día no te rinde para cumplir con tus tareas a tiempo?

—Lo siento, señor —respondí con timidez —hoy me atrasé, juro que no volverá a pasar.

El señor Julien se acercó a mí diciendo —En ese caso, me temo que tendré que quedarme aquí contigo. No puedo irme a casa y dejarte aquí sola, no me lo perdonaría.

—No es nada, señor. —comenté —no se preocupe, yo estaré bien, puede irse. 

—¡De ninguna manera! ¿Por quién me tomas? —habló con firmeza —¡Ya está decidido! Sara, me quedaré aquí contigo y te ayudaré a terminar el trabajo. Sé que eres una empleada responsable y comprometida con la empresa y esta es mi forma de agradecerte. 

Insistí en decirle que se fuera a casa, pero eso le molestó. 

—¡He dicho que no me iré! —habló firmemente una vez más —me quedaré para ayudarte, terminaremos el trabajo juntos y luego te llevaré a casa.

—Pero…

—¡Nada de peros! ¿Acaso estás cuestionando a tu jefe? 




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