Las adversidades de Sara y su fortuna

Mi odisea en Roma

El día parecía correr lento y la agenda de Julien apenas iba a la mitad; un almuerzo, dos reuniones, una presentación de proyectos publicitarios y una cena con el CEO de una compañía automotriz, era lo que faltaba para concluir la jornada y volver al hotel a descansar. 

Sentía envidia de Marco y Rita, quienes solo se dedicaban a organizar y ejecutar campañas publicitarias, de acuerdo a sus agendas, a las cuatro de la tarde ya habían terminado con sus labores. Mientras que, Ludwig y Sonja se dedicaban a presentar propuestas e intercambiar ideas, y Julien solo se limitó a mantenerme como su prisionera, pues además de asistirle con su agenda y cumpliendo con mis funciones como secretaria, debía ser su intérprete. Y es que a veces se me complicaba traducir del italiano al alemán.

Cuando finalmente llegó la hora de la cena con el CEO, pude sentirme aliviada al saber que era el último punto de la agenda de Julien. Así que, me tomé el atrevimiento de ir hasta el pequeño jardín del lugar y tomar aire fresco. No estaba dispuesta a sentarme en la misma mesa con un montón de viejos con acento extraño, aliento de alcohol y canoli. Aún me cuesta entender cómo es que Julien le hace para soportar todo eso. 

Media hora más tarde, regresamos al hotel. Sin pensarlo, corrí al baño a asearme, ponerme el pijama y tirarme a la cama. Poco después Julien hizo lo mismo, pero al parecer aún le quedaban energías para nuevamente ponerse de coqueto esa noche. 

Recuerdo que comenzó a recitar un poema improvisado, Julien era bueno en eso. Al terminar, me miró fijamente y debió ser por mi ceño fruncido, pero comenzó a reír como loco. Reía de tal manera que yo comencé a reír también. Así permanecimos por casi veinte minutos, parábamos por momentos hasta que uno de los dos volvía a reírse contagiando al otro, y como nada es eterno en este universo, el momento acabó cuando Julien cometió la osadía de decir:

—¡Te quiero!

A lo que respondí — ¡Gracias!

Me sentí mal al ser tan fría, pero no podía permitir que mi jefe siguiera actuando de ese modo. Aunque en ese instante, ignoraba que Julien tenía miles de cosas en mente durante nuestro paso por Roma. Esa noche, mi jefe jugaba con los detalles de mi ropa. Yo usaba una blusa de tirantes para dormir, pero Julien parecía inquietarse un poco. Cuando hablo de inquietarse, me refiero a excitarse. 

—Se te ve bien, y tus hombros son muy bonitos —decía —al igual que tu cuello —intentó acercarse con la intención de besarme en esa zona. 

Lo detuve colocando una mano en su rostro y la otra en su pecho diciendo —no se te ocurra cometer una locura. 

—Solo quería acercarme para darte un abrazo. 

—Eres bueno improvisando poemas, pero malo para decir mentiras. —sonreí de manera irónica —¡Aléjate!

Julien me miró y levantó una ceja. Creo que no debí hacer eso. La reacción de mi jefe fue empujarme sobre la cama para luego acostarse sobre mí. Imaginé lo peor, me asusté pensando en qué demonios pretendía hacer. 

—Estás muy fría últimamente, Sara —susurró a mi oído—recuerda que no puedes escapar de mí. 

—Puedo renunciar y encontrar otro empleo fácilmente —dije con la respiración acelerada al sentir su nariz recorrer mi cuello y su entrepierna rozarse con la mía. 

—¿Estás segura? —seguía susurrando y tocando mi cuello con su naríz, pero esta vez dándome uno que otro beso. 

No dije nada, solo me quedé quieta esperando un descuido para golpearlo y liberarme, pero no se dio la oportunidad. Julien dejó de tocar mi cuello y se levantó. Yo seguía acostada con la mirada anclada en el techo tratando de asimilar lo que acababa de pasar. Lentamente me senté y Julien me miró, luego preguntó:

—¿Usas perfume de bebé?

—A lo que respondí —Sí, lo hago debido a mi alergia. ¿Por qué? ¿Hay algo de malo en que lo use? 

—No, al contrario. —comentó —Va contigo, es un aroma suave y delicado como tú. 

Ese comentario me hizo reir, pero fue porque de verdad me gustó. Julien me decía cosas que Harald jamás me dijo, y aunque trataba de ser algo ruda con mi jefe, debo confesar que de vez en cuando me agradaba escucharlo decir todas esas cosas tan bonitas por más cursi que parecieran. 

Antes de dormir, me levanté y me acerqué al mini refrigerador en busca de agua. Suena raro, pero no puedo dormir tranquila sin antes beber agua. Cuando me di la vuelta para regresar a la cama, miré a Julien y él también me miraba. Sonreía tiernamente, me pareció un poco rara esa escena, pues la habitación tenía las luces apagadas. Solo la lámpara a un costado de mi cama iluminaba el lugar. 

—¿Qué pasa? —pregunté un poco nerviosa.

—¡Nada! Solo te admiro en silencio y contemplo lo suave que luce tu piel. 

—¡Ya basta, Julien! —me acosté. 

Rápidamente mi jefe se levantó y se acercó a mí. Me asusté, vi que su rostro lucía diferente. Fruncí el ceño al ver que comenzó a cubrirme con las sábanas, luego se sentó en la cama, me dio un beso en la frente y allí permaneció unos minutos. 

—Esto es un poco incómodo —dije —puedo hacer esto sola, no soy una niña. 

Julien acariciaba mi cabeza diciendo —Trabajaste mucho hoy, déjame consentirte un poco, al menos. —suspiró —¿Hasta cuando vas a seguir comportándote así conmigo? 




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