Ligera y agridulce

Las cosas que dejé por ti: Capítulo 10

Debido a su experiencia estaba consciente que tratar con un chico en su situación era un desafío que Tomoki ahora le recordaba casi a diario. Después de la negativa de hablar ahora si quiere se esforzaba en ser amable. Cada mañana al notarla en la habitación seguía viéndola con recelo, y cuando realizaba algún procedimiento de rutina o lo acompañaba a su terapia se frustraba con facilidad dirigiendo hacia ella una especial hostilidad. Pero había algo que le hacía mantener las esperanzas, algo que, a pesar de todo, la había llevado a cultivar cierto afecto.

Estaba al tanto de que no tenía muchas redes de apoyo, y una sobrecarga para su padre, quien pasaba la mayor parte del tiempo trabajando, incluso a veces fuera de la cuidad con el objetivo costear sus tratamientos, por lo que los días en los que ni siquiera hablaban por teléfono Anne intentaba ser un poco más atenta y paciente.

 

Tras meditarlo y que Seichiro insistiera en hacerlo por razones meramente médicas, decidió contactarlo.

Esa tarde sin tanto preámbulo lo invitó a la cafetería del hospital, donde, vistiendo de traje, se presentó varios minutos antes, ella también había llegado antes para asegurar una mesa de un área menos concurrida.

La saludó inclinando la cabeza, ella le pidió un vaso de agua antes de la carta, y hablaron sobre su evolución. Él, al parecer, bastante apegado a las normas insistía en disculparse y saber alguna forma de compensar al personal a su cargo.  

- Como siempre- musitó sin poder dejar de conmoverse ante la devoción del hombre respecto a sus palabras- los médicos centran mayor parte de la terapia al área física y el uso de medicamentos, pero, en mi opinión, sería una buena opción aumentar las sesiones de apoyo psicológico, aun sí Tomoki puede caminar con normalidad pronto, no será suficiente para retomar su vida si simplemente él no quiere hacerlo.

El hombre levantó la mirada de su taza de té y suspiró.

-…tal vez…usted podría convencerlo.

Lo miró con cierto alivio.

- claro, lo haré si usted se compromete a hablar con él antes- agregó pensativa- también me gustaría verlo sonreír un poco.

Antes de despedirse, Seichiro, un hombre de al menos unos diez centímetros más alto que ella, castaño y llamativos ojos pardos escondidos tras sus anteojos de marco delgado, le entregó su tarjeta, solicitando desde ese instante mantener el contacto.  

 

 

 

Hotaru por su parte odió verla llegar exhausta y aun así prefiriendo hablar sobre su paciente favorito. Hace mucho no la había visto obsesionarse con alguno de ellos y ahora, incluso sin conocerlo, ya sentía que cierto rechazo.

-Ese niño consume todas tus ideas y pensamientos- bufó sin demasiado interés.

-hace mucho que no tenía un paciente como él- sonrió- me ayuda a reafirmar sí soy buena en mi trabajo.

-todo el mundo sabe lo buena que eres- exclamó fastidiada, el pecho había comenzado a apretársele- no necesitas dejar más de la mitad de tu vida en el hospital y el resto pasártela pensando en él…Además siquiera lo agradece.  

Anne la observó curiosa.

-Estás celosa-rio.

Suspiró pesadamente y la miró queriendo gritar a los cuatro vientos que era cierto, pero en vez de eso dejó sus cubiertos en el lavaplatos y se fue a su habitación, indignada.

 

 

 

 

 

 

 

 

Las frecuentes discusiones con su padre respecto a Satomi le hacían desear tardar más en ese camino a casa desde la secundaria, si bien la mujer había llegado a la vida de ambos hace ya varios años nunca había tolerado su comida, la sumisión y esa sonrisa falsa cada vez que intentaba hablarle, tampoco entendía la insistencia de su padre en tener una relación cercana, cuando él ya había pensado que lo mejor hubiese sido que lo dejara ir y vivir por su cuenta.

Esa tarde, aun con la fría briza otoñal helándole el rostro planeaba incluso regresar después de la cena, cuando una persona que hasta ahora pensó jamás haber visto se interpuso en su camino y mencionó su nombre incluso antes de saludarlo. Era sólo unos centímetros más alto que él y contextura delgada, vestía jeans, chaqueta deportiva y un jockey cubriendo la mayor parte de su rostro por lo que no pudo dilucidar si se trataba de alguien del instituto. Se quedó suspicaz ¿Cómo era posible que supiera su nombre?

-…Y tú eres…- balbuceó confundido.

- ¿eres Ryo?…

- cómo sabes mi nombre.

El chico, de más menos su edad, se quitó la gorra y sonrió intimidándolo con su parecido.

-No estás consciente ¿verdad?- suspiró con cierto aire de superioridad- soy Kouichi…

Ryo se mantuvo incrédulo.

-dudo que Kousei te haya hablado de mi...

-…por qué…- se le apretó el estómago- sabes sobre él…

-descuida, yo tampoco lo sabía-dio un leve suspiro-...hasta que mi abuela murió...

 

En la fotografía que se apresuró de sacar de su mochila figuraban una anciana, él mismo y una mujer de mediana edad. Al percatarse que se trataba de Tomoko abrió los ojos de par en par y volvió a examinarla sintiendo como si acabaran de darle un fuerte golpe en el abdomen.

-¿La conoces?- insistió.

-...¿m-mamá...?

-así es...Tomoko también es mi madre- agregó haciendo el estómago le diera un vuelco.

-pero ella...-su reacción de seguro le causó compasión.

-siento que te enteres de esta manera Ryo...pero he vivido con mamá todos estos años...todo el tiempo en que no nos permitieron conocernos- apretó los labios- ...Kousei Miyamoto es mi padre...y tú...mi hermano.

Le piel se le había erizado, creyó que se desmayaría. El otro chico también estaba pálido.

- me sentí igual…cuando lo supe- suspiró cabizbajo.

Se dirigió con dificultad a una plaza que sabía cercana, dejándose caer en la banca más próxima, pensativo, nauseoso, casi sin respirar con normalidad.   




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