Lo que las apariencias esconden

XVI

Desperté sintiendo todo el cuerpo dolorido y la boca muy pastosa. Me llevé las manos a la cara para limpiarme los ojos y me topé con que estaban manchadas de tierra. ¡Tierra! Me incorporé rápidamente, lo que hizo que tuviera que abrazarme a un palo… estaba en una pequeña habitación hecha de ¿cañas? Y parecía que toda ella se mantenía, al igual que yo por aquel palo que había en el centro.

-Buenos días bella durmiente- dijo Luis entrando en la cabaña. -Menudo susto nos habías dado.-¿Qué era aquello? ¿Dónde estábamos? ¿Cuánto llevaba durmiendo? ¿Por qué Luis había dicho que les había dado un buen susto? ¿Con quién estábamos?- las preguntas de una en una.- Dijo al ver la expresión de mi rostro.- Llevas un par de días durmiendo, el señor Ducheir dijo que no tenía que preocuparme, que tu cuerpo necesitaba descansar.

-¿El señor Ducheir?- Pregunté eufórica al interpretar que no estábamos perdidos- ¿Hay gente?

-Es complicado… pero lo primero es que comas algo.- dijo ofreciéndome un recipiente con fruta.- Creo que te encantará…

No supe si se refería a la fruta o al poblado, pero todo me encantó. Habíamos ido a parar a una tribu que ya había sido tocada por los ingleses, por lo que algunos de los aldeanos chapurreaban algunas palabras en nuestra lengua. Además resultó que el tal señor Ducheir se comunicaba perfectamente con ellos, aunque parecía que los indígenas no le tenían mucho aprecio. No obstante él había ayudado a Luis a hablar con el jefe y con la curandera. Por lo que había descubierto que el asentamiento más cercano estaba a unos tres días de viaje, pero no podrían acompañarnos hasta dentro de dos semanas. A pesar de mis quejas Luis me hizo ver que en aquella selva todo parecía igual, y sin un guía no podríamos llegar a ningún lado. Según nos explicó el señor Ducheir, los hombre y los jóvenes se habían ausentado por tres semanas del poblado para hacer unos rituales, por ello en la aldea de los Tretu solo habían ancianos, mujeres y niños.

Realmente debía ser una persona horrible, mis tíos tenían que estar en esos momentos desesperados por mi desaparición mientras que yo… yo disfrutaba de un muy interesante y productivo… llamémoslo retiro. Los Tretu eran una tribu bondadosa e interesante, no habían puesto queja alguna a proporcionarnos comida y alojamiento a Luis y a mí, a pesar de no tener modo alguno de pagarles debido a las circunstancias en las que nos encontrábamos, lo único que llevábamos encima que pudiera considerarse de valor eran las espadas y las hebillas de los cinturones. Además, eran personas insólitas, todo en ellos era fascinante, desde el marrón casi negro de su piel y sus fuertes cuerpos, hasta sus atuendos. Mi primera impresión de la aldea no fue la mejor, ya que mi primera visión del lugar fue interrumpida por una mujer de exuberantes pechos, y sí, sé que esta feo decirlo y no es de señoritas, pero jolín ella no hacía nada para cubrirlos, los exhibía sin pudor alguno y como ella casi todas las aldeanas, por suerte si tapan de su ombligo para abajo. Me costó horrores mirar a la cara a esas mujeres sin bajar la vista, pero no era la única, Luis se ponía nervioso y colorado cada vez que una aldeana se situaba enfrente suya. Creo que mi pudor se vio sobrepasado por el mal trago que pasaba él, lo que hizo que yo estuviera más pendiente de sus reacciones que de las vergüenzas de aquellas mujeres. Comprendí, que si aquellas eran las vestimentas adecuadas para su sociedad, quién era yo para juzgarlas.

Los primeros días Luis no se separaba de mí bajo ninguna circunstancia. Además, para nuestra desgracia debíamos compartir cabaña, cada uno tenía una hamaca donde dormir, pero aun así yo no me sentía cómoda durmiendo en la misma estancia que él. Cuando dormíamos juntos en el bote no había alternativa, pero allí sí. Conseguí darle esquinazo en un par de ocasiones para poder seguir a la curandera y Luis termino por dejarme semi en paz… o eso pensaba yo. La curandera, cuyo nombre jamás conseguí pronunciar bien, era una anciana menuda pero con mucho carácter, se notaba que todos le tenían un gran aprecio y respeto, hasta el hombre más grande y corpulento de la aldea agachaba la cabeza cuando ella le hablaba. Me convertí en la sombra de aquella mujer, la seguía a todas partes e iba anotando las hierbas que utilizaban, cómo las empleaba y cuál era la manera de preparar los remedios. Era todo un regalo haber ido a parar allí, pero era más que consciente de que nuestra estancia sería muy breve y quizás aquello es lo que me impulso a disfrutar de cada segundo como si fuera el último.

Los deseos de marcharme de allí desaparecieron con rapidez, me sentía tan agusto entre ellos que mi valor se incrementó, y aunque los pasos que fui dando eran lentos yo estaba más que satisfecha. Probé cada una de sus extrañas comidas, colaboré en la construcción de una nueva cabaña y hasta vestí sus “faldas”, si se pueden llamar así. El día que salí de la tienda con mi camisa y aquella tela que a pesar de ser larga dejaba al descubierto una de mis piernas a Luís se le salían los ojos.




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