Lo que las apariencias esconden

XXV

Al parecer la partida de los padres de Luis trajo consigo una paz que ninguno de los dos buscaba pero que ambos necesitábamos. Comenzamos a dormir en la misma cama y a ninguno pareció molestarle, es más, personalmente y muy a mi pesar, he de confesar, me sentía de maravilla al saber que a pocos centímetros de mí había otra persona. Me acostaba sintiéndome segura y al abrir los ojos y ver a Luis no podía evitar sonreír. Por lo que poco a poco el rencor por aquella escena presenciada se fue difuminando.

Todos los días después de visitar, el que ahora era mi lugar favorito de la casa, el invernadero, me dirigía al despacho y ayudaba a Luis revisando algunas cuentas o haciendo lo que me pedía. Sabía que a ninguno de los dos nos entusiasmaba hacernos cargo de las propiedades ni de los números, pero era cierto que compartiendo la carga esta se hacía más ligera y conseguíamos tener libres casi todas las tardes. Extrañamente en esos momentos de ocio ambos nos buscábamos con alguna excusa para pasar más tiempo juntos. Una de esas tarde libres, mientras yo me distraía practicando con el piano en la sala de música, por fin recibí carta de mis padres.

-¿Qué sucede?- preguntó Luis preocupado al ver mi cara.- ¿Son malas noticias?

-Mis padres se alegran por nuestra boda, pero rechazan la propuesta de venir aquí a pasar unos días… al parecer mi padre ha pasado un constipado muy fuerte y todavía sigue con fiebres, pero mi madre me pide que no me moleste en ir, que seguro que cuando llegue ya se encuentra mejor. – No pude evitar que me temblara un poco la voz, mi padre nunca enfermaba, por lo que aquello era más que preocupante.

-¿Quieres que les hagamos una visita?- Luis se sentó a mi lado en la banqueta del piano.

-No, seguro mi madre se enfadaría mucho. Sus órdenes están más que claras en la carta, pero eso no mengua mi preocupación. –Luis me tomó de las manos.

-Creo que ambos necesitamos un descanso… y sé cuál es el lugar perfecto para ello.- Me dejé guiar por él y juntos salimos al jardín. Luis se separó de mi lado y habló con uno de los criados, este desapareció en el interior de la casa, pero en poco tiempo volvió trayendo unas toallas. Yo interrogué a Luis con la mirada.-Te va a encantar. – me aseguro sonriendo. Nos alejamos un poco de la casa en dirección al lago y comprendí qué era lo que Luis pretendía que hiciéramos.

-No, no lo haré.- dije dando un paso hacia atrás.

-¿Enserio? Pensé que eras más valiente.- Luis comenzó a desvestirse y se lanzó al agua en pantalones.

-¡Y luego soy yo la loca!- le grité bromeando.

-Vamos hasta mi madre se baña a menudo aquí… el agua está increíble.- Añadió alejándose un poco de la orilla.

No podía negar que aquel lago me atraía demasiado, desde el primer momento había deseado sumergirme en aquellas aguas, y el calor de aquel día se prestaba a ello.

-Está bien, pero date la vuelta.- con rapidez y comprobando que Luis no me miraba me quité el sencillo vestido que llevaba y las medias. Al sumergirme en las aguas tuve que hundir rápidamente mis enaguas, ya que se habían quedado flotando y mi trasero había terminado al descubierto.

Luis se sumergió en el lago y yo dejé de prestarle atención, hasta que sentí que me levantaba del suelo y me dejaba caer de golpe mojándome por completo.

-¡No tiene gracia!- dije entrecortadamente.

-¿A no?- Luis se acercó a mi peligrosamente y volvió a hundirme.

En ese instante volvieron a mí los recuerdos de las olas, del agua rodeándome por todas partes y de la falta de oxígeno, y sin poder evitarlo comencé a tragar agua. Luis volvió a sacarme a la superficie en apenas unos segundos, pero para mí aquello había sido una eternidad. Me aferré a él cual koala mientras tosía intentando expulsar el agua que había tragado y las lágrimas desbordaban mis ojos.

-Ei…- Luis me abrazo al tiempo que intentó limpiar las lágrimas de mis ojos.- Lo siento… no pensé que tuvieras miedo…- Habló en apenas un susurro y comenzó a acariciarme la espalda. – Tranquila…

Cuando consiguió tranquilizarme me sentí tan ridícula y avergonzada que escondí mi cabeza en su pecho.

- Lo siento… jamás me había pasado. Llevo toda la vida jugando con mis hermanos a hundirnos, pero cuando estaba bajo el agua no… no he podido evitar recordar cuando caímos del barco y he comenzado a tragar agua…- Dije con dificultad.

-No tienes que disculparte… he sido yo… - Alcé mi vista hacia él y contemplé el arrepentimiento en sus ojos, aquellos preciosos ojos verdes que me hicieron sentir a salvo de nuevo. Por ello, no pude evitar alzar mis brazos, rodearle el cuello y depositar un casto beso en sus labios.




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