Lucifer también tiene alas

13.

Fue un día como cualquier otro. Alrededor de principios de noviembre, también. Faltaba poco para terminar el ciclo lectivo y la abuela Nora se ocupó de llevar a Selena a clases antes de dirigirse al trabajo.

En la escuela, recibieron a la adolescente con caras apesadumbradas. Desde la puerta, una madre hizo señas a la abuela para que se bajara del auto. En pocos minutos, se congregó un pequeño grupo. Una de las mujeres traía una mala noticia: había fallecido una de las alumnas. Estrella, la última reina de la primavera, había sido encontrada en el río esa misma madrugada. Sus padres habían denunciado su falta dos noches atrás, después de que saliera a encontrarse con sus amigos a la tarde.

¿Culpable? Claro que había uno. Esa misma mañana, apenas encontrado el cuerpo de la joven, la policía se presentó en la casa de los Lerner. El hijo menor del matrimonio había sido nombrado por el grupo que acompañaba a Estrella. Aún antes de saber el desenlace, todos habían señalado a Adrián como el responsable de llevar a la reina hasta su casa.

Luego todo fue un desfile de rumores, malas intenciones y comentarios ruines. El cuerpo de Estrella había sido encontrado por gente de la Prefectura que surcaba las aguas del río en su búsqueda, esperando al mismo tiempo que esta fuera infructuosa. Mientras tanto, la policía interrogaba al grupo de amigos de la joven. Al final, el oficial a cargo debió aceptar el hecho de que todos los testimonios apuntaban a Adrián Lerner.

Todo esto era narrado desde la primera mano de una de las amigas de la madre de Estrella. Mientras compartía todo lo que sabía con las demás, hacía gestos exagerados con las manos y ensayaba caras de horror. Al parecer, estaba disfrutando de ese chisme tanto como de cualquier otro. La abuela de Selena se disculpó en cuanto pudo y se fue. Decidió que no sería parte del circo que se alzaba esa mañana en la puerta de la escuela con el único fin de señalar al culpable y a su familia.

El diario cruzó de una oficina a otra en la dependencia de gobierno donde trabajaba la abuela Nora. Todos querían saber los detalles del interrogatorio de Adrián Lerner y ese periódico, completamente sensacionalista, traía detalles que hacían dudosa su veracidad.

De la noche a la mañana, o de la mañana a la tarde, todos descubrían que los Lerner tenían un lado oscuro. Al menos así les parecía de pronto. En el pueblo, cada uno de los chismosos recordaba de golpe algún detalle inquietante o alguna pasada situación en la que la familia del culpable había dejado ver que su hijo se convertiría en un asesino.

Así se sucedió una caza de brujas. Pero pasaron los meses y la investigación aún no cerraba. Lerner tenía una coartada muy fuerte: su trabajo. Había fichado en el supermercado entrada y salida, y lo habían captado las cámaras de seguridad del edificio allí a donde había ido. Su horario laboral concordaba con la hora en que Estrella había muerto, de acuerdo con la autopsia. Incluso ese día hubo horas extras para el personal de depósito, que se afanó en fumigar el recinto por una plaga de grillos que no se iba.

Luego salieron a la luz otros detalles curiosos: nadie había visto realmente a Lerner con Estrella. Solo sabían que ella se encontraría con él al dejar al grupo. Tenían concertado previamente un encuentro, por lo que había contado a sus amigas. Al menos eso habían entendido ellas. Sus palabras exactas, recordadas por una de las chicas del grupo, habían sido: “más tarde tengo una sorpresa para Adrián”. No; no llegó a contar a nadie cuál era esa sorpresa.

Después estaba ese tiempo fantasma entre que la habían visto por última vez y que había muerto. Estrella dejó el grupo en el club a las seis de la tarde. Todavía había luz solar cuando se alejó, saludando con una sonrisa blanca. Pero la autopsia revelaba que había muerto a las once de la noche. Un total de cinco horas desaparecida sobre las que la policía no podía dar respuesta alguna.

¿Qué tal sobre la hora entre la salida de Adrián del trabajo y la muerte de Estrella? Él sostuvo que salió derecho hacia su casa, donde cenó tarde con su familia y se fue a descansar. Aunque el abogado de la familia Cévoli, los padres de Estrella, quisieron crear una duda con base en esa única hora, la verdad es que el testimonio de Irene lo salvaba a ojos de la opinión popular. Si bien ella lo consideraba culpable por asociación al haberse inmiscuido con Estrella, no podía mentir: ella había estado en la cena de esa noche junto con sus hijos, dado que su marido estaba de viaje.

Noviembre era un mes complicado para la gente de la ciudad desde hacía siete años. Pero, para la abuela de Selena, lo era aún más. El secreto que ella guardaba desde aquel fatídico año 2006 le pesaba en el alma.




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