Mil años más

Capítulo XXIX

¡Ya falta poco para terminar esta historia! ¿Cómo concluirán las aventuras de Nícolas y Sara? ¿Lograrán sobrevivir a La Corte?

¡Muchas gracias a todos por leer! No olviden dejar sus comentarios.

¡Hasta pronto!

Love,

NG

Capítulo XXIX:

Donde el pasado lamenta lo que habría podido ser:

Sara cerró los ojos antes de saltar, por mera costumbre humana. Se preparó para el impacto de su cuerpo contra el agua, como cuando era niña y saltaba al mar en un cálido día de verano.

Sin embargo, este nunca llegó.

Sintió que se lanzaba al vacío, como si hubiera saltado de un edificio, y momentos después, no podía decir con exactitud si estaba acostada, sentada o de pie, o si en realidad había saltado en lo absoluto.

Poco a poco, las cosas volvieron a cobrar sentido. Algo frío le lamió los pies, algo áspero rozó su mejilla, y luego, despacio, una brisa cálida y familiar, con olor a sal y recuerdos, le acarició el rostro. Escuchó el rugido del mar a sus espaldas. Abrió los ojos, levantando la cabeza de la arena donde yacía, y lo primero que distinguió fueron las luces.

Siempre habían sido sus favoritas.

Nicolas subió la imponente escalera, incapaz de apartar los ojos de los elaborados detalles que conformaban la habitación donde se encontraba. Levantó la cabeza por tercera vez para observar el fresco del techo, y paseó la mirada por los acabados en oro, el piso resplandeciente, los candelabros dorados…

Aunque no era la opulencia del lugar al que había ido a parar lo que llamaba su atención, sino que recordaba claramente la última vez que había estado allí: El primer trabajo “importante”. El silencio del lugar hacía que sus pasos hicieran eco al caminar, pero no le oprimía los oídos. No era incómodo, más daba al palacio un aire irreal, casi fantástico.

Sus pies lo guiaron a esa habitación sin darse cuenta. Cruzó unas enormes puertas abiertas, y se encontró en medio del enorme salón donde, cuatrocientos años atrás, había asistido a su primer baile. Era una estancia más larga que ancha, compuesta por monumentales arcos decorados con pinturas y emblemas, que daban a ventanales que se extendían del techo al suelo. De cada arco colgaba un candelabro dorado con al menos una veintena de velas.

-Fue aquí ¿no? -la voz lo sobresaltó, rebotando en las paredes de la habitación que había creído desierta- Todavía lo recuerdas.

Él estaba de pie al otro lado, junto a la chimenea de acabados dorados, sostenida por dos estatuas negras. El fuego encendido de esta dibujaba sombras en su rostro. Vestía de azul, igual que esa noche, y tenía el cabello peinado hacia atrás en una cola.

No corto, como lo había tenido la última vez que lo había visto, el día que había muerto.

-¿Gil? -Su hermano sonrió en respuesta, extendiendo los brazos para abarcar toda la habitación.

-Aunque recuerdo este día un poco más animado.

Y como guiados por sus palabras, los candelabros se encendieron y una canción rompió el silencio. Al mirar a su alrededor, vio como el salón vacío estaba ahora lleno de gente que bailaba.

-Sí –musitó, incrédulo, al verse de vuelta en 1586- Supongo que tienes razón.

La fiesta era tal como la recordaba. La plaza resplandecía en colorido: Cintas, velas, vestidos. La música invadía el aire, una melodía que animaba a bailar, que traía consigo la cadencia de la tierra que llevaba en la sangre. Un cielo repleto de estrellas los resguardaba, azul medianoche, y en él, la luna llena.

En medio de los murmullos de la gente, de las risas, de los juegos y del baile, una voz llamó su atención.

-Sabía que lo descubrirías, ranita -Al darse la vuelta, vio a Sofía, de pie en el muelle.

El temor le hizo un nudo en el estómago, arruinando la alegre tranquilidad que Barcelona le había traído. Temió que lo hiciera otra vez, que saltara y volviera a dejarla sola.

Pero Sofía sonrió, y esta vez, sus ojos brillaron.

-No esta noche -caminó hacia ella, sus pies descalzos abandonando las tablas de madera y pasando a la arena. Observó la fiesta detrás de ellas un momento, la nostalgia tiñendo su rostro con el mismo aire anhelante y misterioso que Sara conocía.

-¿Es real? –preguntó, trayéndola de vuelta. Sofía volvió a mirarla, aun sonriente, y negó con la cabeza.




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