Sangre Codiciada

XIX

"No todo es lo que parece… Siempre nos dicen eso, pero para mí que viví toda una fachada mi vida entera, es mi completa realidad"

 

          Luego de saber que toda mi vida era una completa mentira simplemente no pude hablar. Tenía mucho que procesar, demasiado para un solo día. Lo único que logré hacer fue salir al jardín. 

          Las plantas que de niña usé para esconderme de mis amigos entre risas ahora las usaba con el mismo propósito, pero entre llantos. Quise desaparecer, evitar toda la locura de la que me acababa de enterar. 

          Los recuerdos de risas, promesas, juegos, complicidades de niños, pasaron por mi mente. Pude ver cómo seis niños corrían por todo el jardín, todos amigos, sin maldad o división alguna. Todo era felicidad, sin preocupaciones, bueno, solo una, que ni nuestros padres ni los monjes nos vieran corriendo por todo el lugar. 

          Con el tiempo los seis niños pasaron a sólo cinco, luego en parte volvimos a ser seis para terminar siendo solo cuatro. Ya no corríamos, más bien nos sentábamos tardes enteras hablando de la escuela, lo que era ser monje desde tan pequeño y los grandes cambios que conllevaba, el amor escondido de Nadeem, las ganas de Lisa de decirle a los profesores que estaban equivocados o yo quejándome porque mis padres viajaban mucho. 

          Hacía cómo un año que ya no nos reuníamos de esa forma, Nad había entrado a la universidad y ya no tenía mucho tiempo. Osmon comenzaba a tener muchas más responsabilidades en el templo. Solo quedamos Lisa y yo, de vez en con Cristian y Matheo, pero eso se había vuelto muy raro con las prácticas del fútbol. 

          Nos habíamos distanciado poco a poco, aunque de cierta forma seguíamos unidos, si uno de nosotros necesitaba ayuda, a pesar de las peleas de los chicos, todos estábamos allí para ayudarlo, esa era nuestra gran promesa… pasara lo que pasara siempre estaríamos para el otro.

          Luego de caminar un rato me senté en la misma roca que me sentaba cuando niña, mirando hacia el silencioso y tranquilo lago frente a mí. El aire frío movía las ramas de los árboles haciéndome estremecer cuando chocaba con mi cara. Era tan frío y seco que sentía cómo si pequeñas agujas me invadieran todo el rostro, pero no me moví. 

          Había quedado completamente hipnotizada por el reflejo de la luna llena en el lago, una luna enorme, brillante y azul, mi única iluminación en ese momento. Se veía tan linda que daban ganas de tocarla hasta que recordé que la misma luna, diferente color, había sido testigo de cómo mi vida comenzaba a derrumbarse como un efecto dominó. Un trago amargo pasó por mi garganta al recordar aquel día y todas las palabras de la chica… tal vez ella tenía razón y no mentía… Eso me aterraba más que cualquier otra cosa en el mundo, que otras personas murieran o sufrieran por algo que yo desconocía, que al parecer me hacía culpable.

          El búho que años atrás había sido víctima de nuestras historias alocadas y miedos había comenzado a ulular haciendo que una sonrisa melancólica asomara a mis labios. Me paré con cuidado de no ahuyentarlo, con suaves movimientos comencé a buscarlo entre las ramas del árbol que estaba a mi lado. Gran susto me di cuando lo encontré en el tronco del árbol mirándome fijamente con aquellos ojos completamente rojos, esa mirada que pretendía dar miedo, ahuyentar a cualquiera que se le acercara. En cambio, vi soledad, deseo de encontrar algo más, pero también seguridad, muchísima seguridad. Tal vez solo estaba delirando, pero eso era lo que me transmitía la mirada de mi pequeño acompañante.

—¿Sabes? Quisiera ser cómo tu… a pesar de ser tan pequeño te ves seguro de ti mismo y de lo que haces. Estas solo, pero intentas dar miedo con esa mirada tierna sin temor a equivocarte. Luego estoy yo que no sé lo que va a pasar con mi vida a partir de ahora… Es que… es que ni siquiera sé lo que soy realmente o quién soy… —susurré alejándome del tronco mientras mi pequeño amiguito ululaba cómo si me estuviera respondiendo.

          Quise asomarme al lago, ver mi reflejo, pero no pude. Por alguna razón tenía miedo de verme a mí misma. Tal vez porque muy dentro de mi algo me decía que no me iba a gustar lo que vería. Era algo sin sentido, yo adoraba los espejos, no por vanidad, sino que me gustaba ver mi reflejo, hacer muecas, hablar conmigo misma, o boberías así. Estuve a punto de hacerlo, pero a último momento me retiré negando. Por estúpido que suene escuché al búho molesto o eso me pareció.

—No sé qué me pasa, ¿vale? Yo no soy así pero simplemente no me atrevo… —Al principio hablaba a la defensiva cómo si aquel animal me estuviera juzgando para terminar insegura —. Vale… vale… lo haré… —dije resignada a tanta insistencia —. Lo que me faltaba ser regañada por un ave…

          Con cuidado y temerosa me asomé al lago. Cómo sospechaba la imagen que vi no me gustó. Ya no me veía cómo la chica sonriente y alegre de cabellos de fuego, cómo solían llamarme mis padres. La sonrisa había sido reemplazada por un labio mordido evitando hacer sonido al llorar. Los ojos marrones claros, brillantes y llenos de vida ahora estaban apagados, cansados y más oscuros de lo normal, decorados con unas enormes ojeras que me llegaban al suelo y donde antes había blanco ahora había rojo por tanto llorar sin dormir. Mi cabello lejos de estar alborotado moviéndose con la brisa de la noche estaba ahí tieso, sin vida, cayendo hacia abajo, ya ni rojo parecía, se veía cómo un marrón feo, sin gracia alguna. Mi ropa tenía sangre y estaba sucia. Ni siquiera sabía de dónde había salido la sangre o por qué estaba tan sucia que lucía cómo si no me hubiera cambiado en años.

—Muchas cosas han pasado en estos días… No seas tan dura contigo… —Di un brinco al escuchar su voz.

          Estaba tan concentrada en mi lucha mental que no me había dado cuenta de que estaba ahí.




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