Sangre Codiciada

XXXV

"Las experiencias y traiciones nos hacen desconfiar de todo y de todos, lo que hay que preguntarse hasta dónde puede llegar esa desconfianza"

 

          Escuchar a Kylian referirse así de Osmon me dio unas enormes ganas de mandarlo al mismísimo demonio, pero preferí contar hasta el millón, mirarlo con mala cara y seguir de largo.

—Cuando te traicionen no andes llorando por toda la casa, es tedioso —me advirtió molesto.
—Uy perdón, tal vez el que vaya por toda la casa llorando sea otro y no te metas más con la única persona que me queda —le respondí de vuelta.

          Subí las escaleras lo más rápido posible para no tener que escuchar nada de su boca otra vez. 

          Lo cierto era que no tenía a nadie más que a Osmon, ni siquiera a mis padres. Le había preguntado cientos de veces a la señora Eli sobre si el monje le había dicho algo de ellos y siempre me daba la misma respuesta: "aún no, ten paciencia, seguro están bien". No podía comunicarme con ninguno de los chicos, bueno con nadie en realidad, igual dudo que en este lugar haya señal de algún tipo. Estaba literalmente en medio de la nada, con dos personas que acababa de conocer, con la única persona que me quedaba sufriendo en el bosque.

          Pasaron los días, veía a Osmon de lejos siempre como lobo, cada vez de un color más oscuro que la vez anterior. Con Kylian solo nos hablábamos cuando era estrictamente necesario y porque la señora Eli nos obligaba.

          Seguía esperando la nieve, pero seguía sin caer y yo emocionada por verla por primera vez. Ayudaba a la señora Eli a hacer aquel jugo para todos los monjes, a la vez que me hacía adicta a él, era muy sabroso y te hacía sentir bien. A ver, no era droga, ni nada por el estilo, te daba fuerzas, si te hacías una herida o te dolía algo como por arte de magia te curabas.

          Continuaba practicando lo que Osmon me había enseñado. Había usado un árbol como mi guía para poder practicar con el arco a pesar del frío porque estar encerrada en la casa todo el tiempo me estaba volviendo loca y aún más con las malas caras de Kylian. Continuaba tratando de descifrar lo que decían aquellos papeles, pero nada, seguía sin saber que idioma era o de que rayos hablaba. 

          Estaba con los ojos cerrados, acostada en el sofá pensando en cuándo se acabaría esta locura para que todo volviera a la normalidad. Extrañaba mi vida de antes, a mis padres y amigos, quería saber de los padres de Nad, como se encontraban.

          En el exterior todo era paz y tranquilidad, en mi interior un caos. La casa estaba en completo silencio y mi cabeza estaba peor que un concierto de heavy metal. Ya me había acostumbrado a eso cuando en menos tiempo de lo que me tomó abrir los ojos cambiaron de lugar. 

          Uno de los monjes menores entró a la casa haciendo estruendos al casi tirar la puerta abajo. Su cuerpo lleno de sangre. Su cara espantada. Sus ojos buscando un objetivo en específico, yo. Luego, Kylian y Eli bajaron asustados.

—Están aquí —Fue lo último que dijo antes de que una flecha le atravesara.

          Cayó de rodillas. Una sonrisa en su rostro. Sus ojos llenos de lágrimas. Un fuerte grito de mi parte. Otra flecha rozó mi rostro haciéndome un pequeño corte en la oreja. La siguiente Kylian la detuvo con la espada. Mis ojos abiertos de par en par. Lobos más negros que la noche acercándose. Personas atacándolos.
          Yo paralizada. Llorando. Temblando. Mordiéndome el labio. Mirando al monje. Debió tener unos trece años. Otra flecha. La señora Eli con otra espalda. No entendía qué pasaba. No me podía mover.

—¡Kylian! ¡Salgan de aquí!
—¡No sin ti!
—¡Es una orden! No te preocupes por mí. ¡Ustedes son los que importan!
—Pero…
—¡Pero nada!
—Coge tu arco —me ordenó agarrándome de la muñeca.
—¿Qué? —pregunté en shock
—¡¡Maldita sea!! ¡Qué cojas el arco y las flechas! —gritó alterado.
—Si, si —Hice lo que me pidió.

          Esquivamos flechas mientras veía cada vez más cerca aquellas personas a la par que acababan con los lobos.

—¡Osmon! —Fue lo primero que dije cuando reaccioné.
—Olvídate de tu amiguito y sígueme —Tirando de mí hacia un pasillo que nunca había visto, en el sótano de la casa.
—¡No! ¡Él puede estar herido! 
—¡Y tú estarás muerta si lo buscas! ¡Así no le vas a servir! ¡Ahora sigue!
—Cruel… —susurré soltándome de su agarre sin parar de correr detrás de él.
—Más te vale saber usar el arco —dijo antes de que saliéramos directo al bosque.

          Seguimos corriendo. Me tropecé. Me torcí el tobillo. Seguí corriendo. ¿A dónde? Ni idea. Solo corría. Creí que no nos seguían. Equivocada. Un hombre me atacó. Kylian lo mató. Sentí como su sangre cayó en mi rostro. Su cabeza rodaba montaña abajo.

—¡Estate atenta!

          Tres hombres. Mismo aspecto que el de los Miller cuando los conocí. Nos acorralaron. Se burlaban porque eran más. Yo temblaba. No sabía lo que hacía. Un lobo atacó a uno de ellos, matándolo al instante, pero luego fue herido por los otros. Kylian se abalanzó sobre uno de ellos. Yo no supe como lo hice. Tomé una flecha apunté hacia el otro. Primero su hombro. Luego su corazón. Cayó al suelo. El lobo estaba muy herido. A Kylian le sangraba el hombro. El hombre intentaba despegar su cabeza de su cuerpo. Nuevamente una flecha salió de mi arco, directo a su muslo. Kylian recuperó su espada y lo atravesó.

—¡Si quieres, la próxima vez espera a que me quede sin cabeza para disparar! —dijo enojado.

          Continuamos corriendo, dejando al lobo detrás. En ese momento no pensaba, solo actuaba. Seguía a Kylian. Intentaba imitarlo. Volvieron a atacarnos. Varios lobos se interpusieron y los distrajeron para que huyéramos.

          Estaba sin aire. Herida. Cojeando. En shock. Pérdida. Temblando. No podía más. Paré y me recosté en un árbol.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.