Silencio Caótico

Retazo 1: El impacto en el suelo.

Retazo primero:

Subieron a prisa la verja que protegía un patio pequeño, y cayeron los dos, casi encima uno del otro; pero eso importaba poco, tenían que escapar, de la luz, de las calles (de esas personas), a un sitio cerrado, seguro. El impacto en el suelo los hizo conscientes de la hazaña que acababan de realizar. Luego de ver que la entrada estaba abierta y pensarlo un poco, regresó a ayudar a su compañero que bramaba en un entrecortado sonido de exhalación mientras se tomaba el estómago; y cuando lo levantó, poco a poco tornándose su respiración regular y jadeante, vieron, a esas personas, un grupo de esas personas que se habían decidido a seguirlos; no lograr aferrarse con fuerza a las barras de metal. Por suerte, sus intentos carecían de esfuerzo, como en la carrera a seguirlos mostrándose aletargados, ni siquiera manteniendoles la mirada de forma directa.
Así fue como llegaron, a cuesta de rasguños y golpes a una casa segura, en la que decidieron pasar la noche. Muy duras fueron para ellos las anteriores horas como las primeras del día, quedando solo ahora dos de un grupo inicial. Y estos, restos afligidos por la culpa: se hacían con una semana desde la estadía en la ciudad de los airados infectados. Pálidas personas sin razón ni juicio, con disposición a la muerte de todos los que aún se mantuvieran humanos.
En la pequeña sala de aquella casa; transida, entre ahogo y agitación de su cuerpo por las lágrimas, una chica de lentes rojos se lamentaba de haber abandonado a su amado.
-Estúpido, es tú culpa... tú... pudimos correr, Ernesto estaría bien; Carol, Samuel...
A quien se dirigía, un joven contemporáneo a ella, de cabello corto y rizado; conservaba la mirada perdida desde que se aseguró de cerrar correctamente la puerta. Parecía esforzarse por responder.
-Jimena, si no hubieramos...
-¡Es tu culpa! No nos hubieran salvado, no tendría que haberlos visto morir. Era mejor tirarnos desde arriba aunque pareciera lo más loco que se nos pudiera ocurrir... Al menos yo no tendría que volverme esas cosas ¿Por qué no lo haces tú?- dirigió su atención a lo liso de sus cicatrices, que se esparcían por su brazo derecho y ahora lo hacía en su cuello. Se secó las lágrimas y sorbió su nariz, para pasar a sollozar con más fuerza.
-¿Que haremos ahora? -se sostenía la cabeza con las manos -¿Tienes un plan, Daniel? Ustedes sobrevivieron afuera ¿No?, tu y esa tipa.
Esa tipa. El silencio le ganaba. Y a ella le hervía la sangre verlo de esa forma: derrotado, con los brazos en el vientre y la mirada perdida en el suelo. Al verse ignorada, comenzó a insultar y culparlo de todo de nuevo. "Idiota... Tú los mataste, tú... -hasta que el sonido de las hélices de un par de helicópteros que sobrevolaban las calles la interrumpió. Jimena corrió hacia la ventana y al hacer a un lado la cortina, lo confirmó. Los pudo ver por sus bajas luces.
"Hay una base de militares al sur, si logramos salvar a tus amigos podemos ir ahí. Es nuestra salvación". Daniel, aquel chico mullido, recordó estás palabras. Agachó la cabeza y apretó con fuerza los dientes, tenía los peores pensamientos sobre sí mismo y se odiaba a más no poder. No podría pensar en salvarse después de lo que pasó.
Pero la chica, Jimena, creyendo que aguardaba esperanza, se dirigió a él:
-Convertirse no significa morir, ¿verdad?Continúan respirando, osea que Ernesto y yo continuaremos con vida. Debe haber una manera de que se pueda... y tiene que ser rápido. Te aseguro no ser una carga, ni dejar a Ernesto en un sitio seguro por mientras; puedo resultar de ayuda, como sujeto de pruebas para los militares y... Responde, di algo, ¿qué te ocurre...?
-Lo siento -repuso sin dirigirle la mirada. -Vi a los militares dispararles, igual. -soltó una risita.
-¿De qué te ríes?- musitó tornándose seria.
-Puede que no sean los muertos vivientes como los imaginaban los especuladores, pero eso a ellos no les importa. Simplemente no llegaremos o no habrá una cura, matan indiscriminadamente porque lo saben. De verdad, incluso yo me estoy convirtiendo, solo déjame mostrarte mis brazos... -y comenzó a desenrollar las vendas que tenía desde el codo.
-No, no, no.
-Lo...
-¡Vete al diablo, Imbécil! No quiero verte, lárgate, ¡Vete! -y a empellones lo llevó contra la puerta que daba a la calle, incluso girando la perilla por él en su ataque de ira. -No sobreviviré al lado de un cobarde como tú, me encargaré de Ernesto sola- sus últimas palabras se quebraron, y retrocedió. Su airado rostro se mostró como el de una niña sollozando sin control.
"Cobarde", se quedó con esa palabra en su interior. Era la que se había repetido dentro de sí todo este tiempo. Escucharla decir eso, era el empujón que necesitaba. La reafirmación de sus pensamientos.
-Te irás sin nada... -le decía mientras lo veía salir. Y al acercarse a cerrarle la puerta, una ligera conmoción recorrió su cuerpo al creer verlo ir en contra del sur. Ajustó la cortina poco después aturdida, sopesando su situación con más calma y miedo.
Pisó fuerte la vereda, raspó su garganta y botó sus más crudos pensamientos acerca de sus desgarradores recuerdos: "¿Por qué ellos? ¿Por qué ella? ¿Por qué no él?". No tenía conciencia de las consecuencias, ni de lo que hacía, pero dentro de sí, sus pesadas y trágicas emociones eran válidas para costar su vida.
Sin importarle menos, tropezó con el suelo y algunos muertos.
Pero negándose, continuó.
Cuando a todos los que le importaban no eran ahora más que interfectos.
Cuando a todos los que quiso salvar terminó matando.
Cuando sobrevivir tenia menos sentido.


 


 



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En el texto hay: drogas, infectados, muerte

Editado: 30.04.2024

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