Sueños

Capítulo 41. Sueños cumplidos

 

No podía existir nada comparable a ese momento, a ese mágico momento cuando tras la mejor representación de su vida, el preciado público criticaba su trabajo a través de aplausos y si le sumaba el respeto a su labor, mirar a las personas de pie, era el pago más valioso que nadie le daría jamás. En esos momentos, dónde el teatro se llena de sonoras palmas y gritos de celebración, es cuando una actriz se da por bien servida, atrás pueden quedar los nervios pre función, las riñas con el director, con el elenco, el vestuario desajustado u holgado, el deseo de devolverlo todo en el retrete o tomar el guion cinco segundos antes y darle el vistazo definitivo. Todo eso queda en el olvido al ver el resultado de su trabajo, el sabor del aire en un teatro es insuperable, mucho más cuando toda esa retribución va dirigida, a una sola persona. La cortinilla se corrió y fue el momento en que los actores y directivos le felicitaron.

— ¿Escuchas eso?

— Y quién no.

— Esa, es la ambrosía de los Dioses, disfrútalo, disfrútalo.

La rubia lo sabía, por eso sonreía anchamente a lo que tras bambalinas aun escuchaba. La función había sido todo un éxito, no importaba que obra hubiera sido o si su personaje era villano o protagonista, todo lo que interesaba era ese deleite que solo un verdadero artista como lo era ella, podía sentir en ese momento en el corazón.

— Reporteros a las tres en punto— advirtió el co-director, un chico impetuoso que la admiraba en desmedida y que siempre la ayudaba si lo necesitaba.

— ¿Podrías auxiliarme esta vez, por favor?

El chico no se lo pensó demasiado y movió a las personas indicadas para salvar a la estrella de ser acosada salvajemente. Entró con una sonrisa a su camerino y se desvaneció en la silla frente al enorme espejo, ahí se encontraba sonriente, sudorosa, pero con una gran autorrealización que hacia feliz a su persona.

— Lo hiciste de nuevo— se dijo, felicitándose por todo.

No había mucho que decir, todo quedaba entre el escenario, el público y ella, se sentía satisfecha de lo que había hecho y simplemente no podía pedir más, tenía treinta y tres años, un físico envidiable, fama, fortuna y una reputación equivalente a mil contrataciones, ¿qué más podía pedir?

— Es el perfecto sabor de boca para tú retiro, felicidades July.

La estrella sonrió a la mujer, que con dificultad se adentraba en su camerino, y sin perder el tiempo se abrazó a ella, estrechándola lo más que pudo.

— ¿Te gustó Natalia?

— Ni yo lo hubiera hecho tan bien, aunque debo decirte que yo soy mejor que tú coestrella— guiñó en confidencia, mirando al hombre que en ese momento también hacia su entrada triunfal.

— Hey, enhorabuena— felicitó Gabriel— genial interpretación de... ¿Macbeth?

— Idiota— rió la rubia, abrazando a su amigo —, lo bueno es que pusiste atención a la obra.

— No fue mi culpa, los antojos de Natalia me impidieron verla.

La aludida codeó al inglés, quien le cedía una bolsa de lo que parecían papas fritas.

— ¿Antojos? — indagó la rubia mirando a su ex compañera de tablas.

— Ni una palabra, Julianna.

— No dije nada, no dije nada— se apresuró a decir, recordando que su amiga era anti alimentos chatarra.

Aunque no podías pedirle peras al olmo, ni mucho menos a una embarazada que no tuviera antojos, se compadeció de Gabriel, el pobre lucía unas ojeras espectaculares aun así sabía que habían valido la pena.

Sus amigos no se encontraban casados, pero les bastaba con estar juntos y con ocho meses de embarazo, Natalia ex dark y actriz, por el momento, se había retirado para dar a luz a sus trillizos. July se sorprendía de los cambios en la vida, su amiga un poco arisca y sexualmente activa, al fin había sentado cabeza, y lo más importante era que tendría una familia, esa que siempre había protestado en tener pero que en ese momento deseaba más que nadie. El afortunado había sido Gabriel, el muchacho obsesionado con las finanzas que había aprendido mucho, sobre todo a nunca dar nada por sentado, ambos hacían una maravillosa pareja y la rubia podía saberlo por los deslumbrantes ojos de su amiga y la sonrisa oculta del inglés.

— Sí que todo ha cambiado.

Se giró un momento para desprenderse los adornos del cabello y desmaquillarse, encontrándose con un collar que todas las noches y sin excepción, dejaba colgado en el espejo de su camerino, uno con un dije en forma de candado junto a una llave, que eran su fortaleza y vida de cada día. Con un suspiro lo tomó y le observó. Varios años habían pasado desde aquella tarde en casa de Alex, desde el momento en que había decidido retomar su sueño y reiniciar su camino, había triunfado, sí, pero a veces la melancolía hacía presa a su corazón.

— Ánimo— le palmeó Gabriel en el hombro—, no estamos en un velorio.

— Lo lamento— se excusó, colocándose el dije en el cuello—, es que, en ocasiones las giras me estresan.

— Eso ya terminó— corroboró el inglés.

— ¡Y de qué manera! — exclamó la de ojos grises —, el perfecto final para la mejor actriz de todos los tiempos.




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