Un amor para Arizona

Prologo: Arizona

Estoy viendo un partido de fútbol con un grupo de turistas argentinos. No entiendo nada de fútbol y tampoco sé hablar español, sin embargo, son guapos y quizás consiga un poco de acción placentera. Para eso no necesito hablar español u otro idioma. Y aprendí a decir: Quiero acostarme contigo en varios idiomas. Con eso, un buen escote y una sonrisa es suficiente.

He estado trabajando mucho junto a mis hermanas para abrir nuestra posada y apenas he tenido tiempo para dedicarme a mí misma y a mi cuerpo. Mañana es la inauguración oficial y le prometí a mis hermanas que estaría ahí luego de rogarles que me quitaran los grilletes y me dieran la noche libre. Ambas estuvieron de acuerdo.

Soy una mujer adulta y no necesito pedir permiso, pero tuve que hacerlo para demostrarles que estoy comprometida con el negocio y no me iré de un día para el otro como acostumbraba hacer.

El último año todo fue un caos. Mi hermana Nebraska y yo descubrimos que teníamos una hermana nueva que no era tan nueva solo que no la conocíamos. Nos mudamos a Cork, Irlanda, y lo que se suponía que sería una aventura de unos meses se convirtió en un año. Nebraska se acaba de ir a vivir con el amor de su vida y crían juntos a mi sobrina Angie. Aunque los veo casi a diario, comienzo a aburrirme un poco de la vida de soltera que solo quiere pasarla bien.

Debe ser lindo tener a un hombre que esté dispuesto a todo por ti, te acompañe, te apoye, te ame. La única parte que me genera dudas es la de acostarse con el mismo hombre cada noche por el resto de la vida. ¿Eso es saludable? Yo opino que no.

Nebraska dice que cuando encuentras al hombre indicado y te enamoras de él, los demás dejan de tener importancia y solo deseas a un hombre. Díselo a nuestro padre que fue bígamo y murió diciendo que amó a dos mujeres al mismo tiempo.

Yo suelo creer que deseo a un solo hombre, luego conozco a otro y me doy cuenta de que también lo deseo a él olvidándome que deseaba al primero. Bueno, en teoría deseo a uno durante un rato y creo que no cuenta.

Lamo la sal de mi mano, bebo el shot de tequila y chupo el limón mientras todos festejan el gol que acaba de hacer el equipo de la camiseta amarilla. Ni idea cual es, me perdí el principio.

Como todos festejan, lo hago yo también y choco los cinco con un rubio de ojos marrones que bebe cerveza como mi sobrina bebía la leche de bebé, sin respirar y chorreándose todo. No, con él no me voy a acostar. Tengo límites.

Me pongo de pie con algo de dificultad, agarro mi bolso y camino directo al baño. El club se está moviendo un poco, pero estoy bien, no estoy tan ebria o vería doble y no es así. Siento un pie flojo y eso no es bueno, me detengo en alguna parte, apoyo la mano en el respaldo un sofá que no sé de donde salió descubriendo el tacón de mi zapato está flojo y si todo me da vueltas es culpa de este tacón.

Me quito el zapato, bajo el pie y doy un salto al sentir que pisé algo pegajoso. Por un momento pienso que voy a caer al piso y haré el ridículo intentando no perder el estilo, pero en lugar de eso termino cayendo sentada sobre algo acolchonado.

Apoyo mi mano para levantarme cuando un brazo rodea mi cintura, un brazo con pelos. Alzo la mirada encontrando un par de ojos negros observándome con atención.

—Admito que no suelo esforzarme demasiado para atraer la atención de una mujer, pero es la primera vez que, literalmente, una cae en mis brazos.

Dibuja una sonrisa perfecta que provoca que el sostén se desprenda solo. Menos mal que no llevo.

Los hombres arrogantes no me atraen por más ganas que tenga de un orgasmo recibido de un hombre guapo.

—Primero, no me caí en tus brazos, sino en tus piernas y fue porque perdí el equilibrio por el estúpido tacón—levanto el zapato con el tacón roto—. ¿Lo ves?

—Tacón aguja y de color fucsia. Mujer segura a la que le gusta llamar la atención.

—Es cierto. Y la atención que quiero llamar es la de los argentinos viendo el partido de fútbol—señalo al grupo de cinco hombres que no me han prestado atención por mirar el partido—, aunque no he tenido suerte ni la tendré hasta que acabe el partido. No entiendo que tiene de divertido ver a un grupo de hombres correr detrás de una pelota y patearse al propósito para conseguirla.

Vuelve a sonreír.

—Yo tampoco. Prefiero el beisbol.

—Yo prefiero ninguno—me pongo de pie. Mi mano accidentalmente se va a su paquete, la quito enseguida—. Perdón, no quise tocar la mercadería.

—¿La…? —se echa a reír—. No me molesta, sin ropa sería mejor.

—Los arrogantes no me excitan.

Termino de ponerme de pie, me quito el otro zapato para nivelar y él se levanta sosteniéndome antes de que caiga de nuevo. Esta vez mis manos se apoyan en su pecho firme y marcado. Ya a este punto solo me falta tantear el trasero para terminar de confirmar que es perfecto.

—No soy arrogante. Está confundiendo seguridad con arrogancia.

Guardo los zapatos en mi bolso y decido irme descalza. Más vale descalza con los pies sucios y no con un esguince en el tobillo por andar con un tacón roto.

Comienzo a caminar hacia la salida a la vez que busco mi celular para llamar a un taxi, piso algo que me hace maldecir y me arrepiento de haberme reído de April por llevar zapatos bajos en su bolso cada vez que sale con tacones.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.