Un amor para el presidente

Capitulo 5

El mercado del alto Manhattan, estaba repleto de gente que aguardaba con impaciencia comprar víveres y vegetales a un precio más económico.

Entre ellos, Paula, una mujer, de estatura ligeramente menor que mediana, que tenía más motivos que la mayoría para estar impaciente.

Eran casi las tres y Sophie estaba a solo quince minutos de salir del jardín de infantes y ella como siempre tarde.

Esperaba en la fila, inmóvil, rígida, con sus bolsas de comida, firmemente apretadas contra su costado, sus ojos fijos en la mujer que cobraba por la mercancía. Quien parecía demorar una eternidad, la mujer sintió el impulso de mirar rápidamente hacia atrás.

Lo que vio la hizo ponerse todavía más rígida e instantáneamente evaporó la pequeña dosis de control que le quedaba.

Furiosa, giró en redondo para enfrentar al hombre que tenía directamente detrás.

— ¡Mire! Se lo he dicho una vez y no volveré a repetírselo... si no deja de seguirme ¡voy a llamar a un agente de policía!

El hombre iba vestido de traje y con un aparato en su oído.

— Y ya le dije que por favor me acompañe, señorita — insistió el hombre, el cual la había interceptado tres cuadras antes, diciéndole que debía reunirse con su jefe.

Paula, llevada por su nueva naturaleza rebelde, lo había mandado a explorar la luna en un cohete, pidiéndole que la deje en paz.

— Señorita, debo decirle que negarse a una orden federal es un crimen en Los Estados Unidos de Norteamérica— declaró el intruso.

Las personas alrededor solo miraban a la rubia, que vestía de rosado con curiosidad.

Paula, apretó los dientes, mientras sus pensamientos se dirigían, no muy generosamente, a los antecedentes familiares de él.

—¡Váyase! ¡Lárguese! ¡Fuera! —casi gritó, elevando la voz por la intensa frustración que la enfurecía—. ¿Es que no oye lo que yo le digo?, no le creo nada de sus bromitas. ¡Acosador!

¿De dónde había salido aquel sujeto loco?

— Claro que la oigo, lo mismo que media ciudad.

Paula salió de la fila dispuesta a dejar sus víveres votados. El hombre la persiguió y está tomando una bolsa de plátanos, empezó a pegarle.

—¡Aléjese acosador! — le gritó.

— ¡Señorita, el presidente del país necesita hablar con usted! — gritó finalmente el grandulon.

Paula se echó a reír, sin poder creerse hasta donde llegaba las mentiras de los acosadores callejeros.

— ¿Y cree usted que en pleno siglo veintiuno, viviendo en la ciudad más conocida del mundo, me voy a creer ese cuento? — dijo ella echándose a reír y sacando su gas pimienta, ya que nadie la ayudaba pese a sus gritos de auxilio.

— Le estoy diciendo la verdad — dijo el hombre.

— Pues dígale al presidente que en vez de estar acosando personas que no lo conocen, baje el costo de la canasta familiar que está muy caro, o que ofrezca seguro médico gratis a las madres solteras o tal vez que deje de parecer una piedra andante en sus discursos y saque una sonrisa — comentó muy causal Paula.

El agente del servicio secreto no se podía creer la desfachatez de la mujer.

— ¿Sabe que se está refiriendo al presidente del país en esos términos? — interrogó incrédulo.

— Si y créame que tengo un montón más de insultos para el señor momia sin emociones — admitió.

Sin saber que el propio presidente escuchaba todo el discurso desde su oficina en Nueva York. 

— La mujer tiene carácter — decía el director del FBI desde la oficina junto a Luke.

El presidente se había quedado en silencio, escuchando el parloteó de la loca, que debía ser la donante de su hijo.

Algo en él le decía que esa mujer sería un dolor de cabeza en su vida, bastante calmada y organizada.

El presidente levantó el teléfono y hablo con bastante autoridad.

—No cedió por las buenas, llévensela por las malas y me la traen a mi oficina— demandó cerrando el teléfono.

Paula no lo vio venir, en un segundo discutía con el grandulon y en otros el grandulon se había multiplicado por quince y dos hombres la tomaron por los hombros, llevándosela hacia una lujosa camioneta blindada, en pleno día, en el mercado público y frente a decenas de personas que no hicieron nada por ella.

Era una camioneta bastante grande y con mucho espacio por dentro. Los lujos que en ella estaban solo los había visto en las películas. Los asientos eran tan suaves que podría haberse quedado dormida… si no fuera porque la habían secuestrado en ella.

Unos tipos con traje y lentes obscuros se acercaron a ella diciendo que el presidente la estaba esperando.

¿En verdad pensaron que ella se iba a creer eso?

Por supuesto que no, así que trató de ignorarlos e irse de ahí, pero fueron tan persistentes que simplemente le cargaron, cuál muñeca de trapo y se la llevaron.

Esos hombres trajeados se tomaron muy en serio su papel y la subieron tan rápido que no pudo reaccionar.

— ¡Mi hija, Sophie! ¡Tengo una hija!

— No queremos que se sienta cautiva. Aseguraron al ver la cara de desesperación de la rubia.

—Pero tenemos órdenes de llevarla y si se rehúsa tendrá que ser por la fuerza.

Poco pudo hacer ante aquello, tuvo que colaborar y disfrutar de la vista del interior de aquel auto mientras se la llevaban.

Atravesaron el barrio financiero de Wall Street, ciertamente el auto podría pertenecer a un presidente, los lujos que tenía bien lo valían.

En cuanto a los acompañantes de Paula, eran tres y estaban dos en frente de ella y uno más a su costado.

Seguramente para que la mujer  no hiciera algo estúpido en su contra.

«Debí grabarlos con mi celular»

Pero no había podido, porque desde que subió a la camioneta, esos tipos le quitaron el celular, así como cualquier cosa con la que pudiera hacer contacto con el mundo exterior.

La velocidad a la que viajaban, era muy lenta, había mucho tráfico como ya era costumbre en la ciudad a esa hora. Se podía ver en sus rostros la desesperación por cumplir su misión lo antes posible y que el resto de coches se los impedía.




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