Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 61

HERMANOS

"Él es mi refugio seguro en los momentos difíciles, una fuente de apoyo incondicional y una alegría constante.

Él es mi hermano".

Inmediatamente después del estruendo, una ráfaga de viento irrumpe en la habitación sacudiendo los cristales de la ventana. Lucas, sin pensarlo dos veces, sale al exterior y se encuentra con el aire frío de la noche.

Su nariz se llena de inmediato con el aroma terroso que anuncia la lluvia inminente. El viento arrecia, susurrando entre los árboles que se erigen como guardianes silenciosos alrededor de la cabaña. Sus ramas se agitan y sus hojas crujen en respuesta al vendaval. Las primeras gotas de lluvia comienzan a caer, como un preludio del aguacero que se avecina.

Al salir, Lucas se ve envuelto en un incomprensible cruce de voces alteradas que provienen de dos partes. Su mirada se posa en el punto de origen del alboroto. Detalla el auto que yace chocado contra otro vehículo cercano.

El metal retorcido, vidrios rotos y una columna de humo que se eleva desde el motor dañado, crea una atmósfera cargada de confusión. Lucas frunce el ceño, evalúa la situación con una rapidez instintiva, mientras busca con desespero a Noelia.

—¡Lucas! —lo llama Andreas con voz urgente.

Lucas gira la cabeza bruscamente y su corazón se congela por unos instantes. En el suelo, yace Xandro inmóvil, con Noelia arrodillada a su lado. Sus pies reaccionan antes que su mente, llevándolo a arrodillarse junto a su hermano en cuestión de segundos.

—¿¡Qué demonios ha pasado?! —pregunta con una mezcla de consternación y furia en su voz.

—El auto de Daria —Andreas apunta con el dedo hacia el vehículo destrozado a unos metros de distancia—. Intentó atropellar a Noelia, pero Xandro se interpuso.

—Él me salvó —solloza Noelia con sus ojos inundados en lágrimas—. Tenemos que salvarlo, Lucas.

Él asiente con la cabeza y aprieta los dientes con fuerza, conteniendo la rabia que amenaza con consumirlo. Un torbellino de furia gira sin control en su mirada, mientras un juramento de venganza se forma en sus labios.

—Ya traen el auto —indica Andreas, su voz está cargada de preocupación.

Con la ayuda de Lucas y Andreas levantan cuidadosamente el cuerpo inconsciente de Xandro. La tensión es palpable. La angustia y el miedo invaden el lugar. Saben que cada segundo cuenta.

—Yo me quedaré —decide Andreas—. La policía está por llegar. Alguien tiene que ponerse al frente y explicarles como Daria quedó atrapada entre el volante y la carrocería del auto. Está gravemente herida. Su estado es crítico. El parabrisas estalló en mil pedazos y tiene fragmentos de vidrio incrustados en el rostro.

—Gracias —dice Lucas y aprieta el hombro de su amigo—. No auxilies a esa perra, déjala que se desangre. Que la policía sea quien se encargue de esa basura.

—No te preocupes, así lo haré —responde Andreas con un gesto serio, luego, desvía la mirada hacia Xandro que yace en el asiento trasero junto a Noelia—. No permitas que nos deje.

Lucas asiente y el conductor pone el auto en marcha.

—Malditos Líbanos —gruñe Lucas entre dientes, apretando la mano de su hermano—. Juro que los haré pagar. Me encargaré de que no quede ni el recuerdo, ni siquiera un pequeño rastro de ese asqueroso apellido. Te lo juro, Xandro —la promesa resuena con una intensidad escalofriante—. No te atrevas a morirte, Xandro, maldita sea. Te lo ordeno. Esta vez sí tendrás que obedecerme.

Reclinando su cabeza sobre el suave respaldo del asiento, Lucas cierra los ojos, los cuales lucen enrojecidos y tenuemente humedecidos. Su mente viaja en el tiempo y se regresa a sus días de infancia. Una sonrisa se dibuja en sus labios al recordar que eran tan idénticos y traviesos, que ni la propia Delilah, en algunas ocasiones, podía distinguirlos.

Desde el primer instante en que sus ojos se abrieron al mundo, Lucas y Xandro fueron inseparables. Eran dos gotas de agua. un reflejo uno del otro. Por eso para evitar confusiones el mismo día de su nacimiento Philipo, su padre, les colocó pulseras de oro con sus respectivos nombres grabados; mientras que Delilah los vestía con ropas de colores diferentes, cada una marcada con las iniciales de cada pequeño.

A medida que crecían, Lucas y Xandro comenzaron a desafiar las normas establecidas por sus padres. Intercambiaban la ropa y las pulseras, y se llamaban ellos mismos con el nombre de su hermano.

Una tarde, cuando los gemelos ya tenían ocho años, Margarita, el ama de llaves, una mujer de pocas palabras, carácter serio y poco expresiva, casi pierde los estribos al ver al gemelo que llevaba la pulsera con el nombre de Xandro vestido con el color azul de Lucas.

—¡Niño Xandro! ¿Por qué estás vestido con la ropa de tu hermano Lucas? —preguntó con evidente molestia cuando el pequeño le pidió leche fría, la bebida favorita de Lucas.

—Pero si yo soy Xandro —replicó con inocencia el otro gemelo, el que llevaba la pulsera con el nombre de Lucas y vestía el color rojo que le correspondía a Xandro.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.05.2024

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