Un Trato Con La Bestia

Capítulo Siete

Sentir la inocencia de su alma en mis labios fue el peor error que cometí. El agridulce de su pureza se ha convertido en el afrodisiaco que tortura mi existencia con su presencia aquí en mi vida.

 

Dominic

 

No sé en qué demonios estaba pensando, se supone que esa niña insípida no me interesa en lo más mínimo, el plan es hacerla bajar la guardia que se sienta segura y confiada a mi lado, solo de ese modo voy a conseguir expandirme. No quiero su dinero, yo tengo mis propios millones y jamás he sido un vil ladrón, pero como conseguir que se comporte como una buena esposa delante de las demás personas, si su mirada deja en claro que lo único que desea es verme bajo tierra.

 

No debí besarla, eso es seguro, sin embargo, su actitud desafiante, su pequeña boca convertida en una fina línea y la manera en la que sus pupilas se contraen al tenerme en frente me hacen desearla. Definitivamente, he perdido el rumbo de mis planes, es que ni siquiera tuve que haber dicho que ella terminaría enamorada de mí, ella no encaja para nada en mi tipo de mujer, no es exuberante ni madura, solo es una mocosa malcriada que sufre la perdida de sus padres.

 

Maldita sea, no logro sacar de mi cabeza la suavidad de sus labios, la estreches de su cuerpo, se acopla perfectamente a mi pecho y si de algún modo consigo que ella misma venga hacia mí… sacudo la cabeza para alejar la nueva ola de ideas que se me viene encima, yo solo la necesito domesticada y sumisa, que demuestre al mundo que cuento con el respaldo de su apellido y que casarnos fue el último deseo de su padre para consolidar la posición de ambos en el mercado.

 

Subo a mi habitación y me quito la ropa antes de entrar al baño. Siempre he tenido mujeres a mi alrededor dispuestas a estar conmigo, aun cuando no era nadie podía darme el lujo de tener a la que quisiera, pero la chiquilla que duerme en la habitación de al lado parece decidida a no caer rendida a mis pies y lo peor de todo es que ni siquiera puedo liberar la frustración con ninguna otra, sería estúpido de mi parte poner en riesgo este trato solo por no saber aguantarme las ganas.

 

El agua helada cae sobre mi piel entumeciendo mis sentidos. Mis demonios se calman y el deseo se va a dormir, ¿Quién diría que esa niña tiene el poder de ponerme de esta manera? Niego con la cabeza al tiempo que me apoyo con las dos manos de la pared de la ducha.

 

Salgo de mis pensamientos cuando la melodía de una canción atraviesa los muros y llega distorsionada hasta mis oídos, cierro la llave del agua y agudizo el oído para escuchar mejor, es ella, ¿Está oyendo música? Salgo de la ducha con una toalla enrollada en la cintura y salgo al pasillo, parado frente a su puerta, me doy cuenta de que la canción que suena en volumen bajo aunque lo suficientemente alto como para que lo pueda escuchar apenas en mi cuarto es Tears in Heaven de Eric Clapton.

 

Apoyo el oído a la puerta para tratar de escuchar mejor, no obstante, me aparto enseguida y vuelvo a mi habitación. Escuchar su llanto tenue ahogado seguramente por una de las almohadas me parece absurdamente dramático para mi gusto, aunque supongo que no puedo evitar que recuerde a sus padres ni mucho menos que sufra por haberlos perdido, otro defecto que me asegura que esa niña no es mi tipo, a mi lado debe estar una mujer fuerte que no se deja aplastar por las circunstancias.

 

Regreso a mi habitación y me preparo para dormir con un repertorio de música suave y triste al otro lado de la pared. Luego de diez minutos de estar dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño me levanto y voy a la cocina, preparo dos tazas de té y subo de nuevo las escaleras, es probable que me mande al demonio, pero tengo que hacer algo para que duerma y descanse, no está bien que pase la noche llorando. Toco levemente y espero a que me abra para entrar.

 

—¿Qué quieres? —cuestiona con voz conmovida a pesar de que se empeña en sonar fuerte.

 

Tiene la nariz roja al igual que los ojos que además están inflamados, a pesar de haberse limpiado el rostro, la sombra de sus lágrimas continúan reflejando la profunda tristeza.

 

—Vengo en son de paz —respondo y levanto las tazas para que me deje entrar.

 

Rueda los ojos.

 

—Es tu casa, no necesitas mi permiso para entrar en una de las habitaciones —bufa y se aleja hacia la ventana.

 

—Trate de dormir, pero la música que estás escuchando no me deja hacerlo —menciono al tiempo que camino hacia ella.

 

Le ofrezco la taza, la mira, duda y al final la toma entre las manos, pero no toma.

—Te hará bien tomar algo caliente —la aliento.

 

—Disculpa por la música, en casa mi habitación estaba insonorizada, a veces práctico con mi violín por las noches —musita y curva ligeramente los labios.




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