Un Trato Con La Bestia

Capitulo Cincuenta y Nueve

No soy el que sostiene tu mano, eres tú quien nos mantiene a los dos en lo alto del precipicio. Es por ti que me mantengo en pie, que respiro y vivo. Es para ti que sacrifico mi alma y mis deseos.

 

Dominic

 

Me repugna la idea de ir a cenar con una mujer que no sea mi esposa, pero Atenea tiene razón, necesitamos saber quién está detrás de todo esto para poder ponerle fin de una vez por todas. También es importante que limpie mi nombre ante todos para que ella no tenga ningún motivo por el cual deba sentir vergüenza.

 

Llegó al restaurante que me indico la mujer que me llamó, entrego las llaves al empleado e ingreso sintiendo que la sangre me hierve en las venas, si estuviera en mi poder acabaría con esa mujer y con quién esté detrás de ella con mis propias manos.

 

—¿Tiene reserva? —pregunta el empleado.

 

—A nombre de Esmeralda Bennett.

.

 

—Por aquí —indica y camina delante de mí para llevarme hasta la mesa.

 

A medida que nos acercamos, una sensación de incertidumbre y llena de ansiedad se instala en mi pecho. Una mujer de cabello rubio y complexión delgada espera en la mesa, distraída en saborear la bebida que sostiene en su mano. El desagrado instintivo me colma sin ni siquiera haber visto su rostro.

 

—Su mesa —señala el empleado del restaurante y me aparta la silla para que tome asiento. 

 

La oscura mirada de la mujer se planta con obstinación sobre mí, se sonríe de medio lado y le da un sorbo a la bebida. El deseo de olvidarme de mis modales me asalta cuando finalmente veo que es la misma mujer que se ha encargado de ensuciar mi nombre y el de mi mujer al mostrar esos videos falsos en los medios.

 

—¿Y bien? Aquí me tienes —digo en el instante que un mesero ase acerca y pregunta que vamos a ordenar.

Pido cualquier cosa del menú sin darle mucha importancia a lo que traiga, de todos modos no es que esté pensando en disfrutar al cien por ciento de esta reunión. Sé que debería de concentrarme y tratar de obtener la mayor información posible, sin embargo, el hecho de que mi esposa y yo estemos viviendo separados en este momento por su culpa me llena de rabia.

 

Clavo la mirada insistente en ella una vez se ha ido el mesero exigiendo una respuesta a mi pregunta. De nuevo se sonríe, pero esta vez se inclina sobre la mesa y apoya sus codos antes de hablar.

 

—¿Qué es lo que quieres saber Dominic? ¿Cómo hice para que fueras tú el del video? —Juega con mi paciencia—. Eso te lo puedo explicar después, cuando me asegure de que tú y la estúpida de Atenea ya no están juntos —añade y se acomoda de nuevo en su asiento.

 

—Creo que es de dominio público que mi esposa me dejó por las malditas imágenes que andan rodando en los medios gracias a ti, pero la voy a recuperar y juro por Dios que tu jueguito tarde o temprano lo voy a descubrir y vas a pedirme piedad —advierto con los dientes apretados.

 

No me importan las demás personas presentes, sin embargo, prefiero no llamar la atención para evitar que las habladurías con respecto a mi matrimonio no se hagan aún más grandes, hay rostros conocidos en este lugar y estoy seguro de que varios de esos rostros solo esperan encontrar un medio para colocar una piedra en mi camino.

 

—No estoy jugando querido. —Sirven la comida con toda la ceremonia posible mientras yo me desespero por terminar con este maldito encuentro.

 

«Dominic mantén la calma». Pienso.

 

—No tienes moral para reclamarme nada cuando tú únicamente accediste a casarte con ella por un interés egoísta, quería el reconocimiento de su apellido, porque seamos sinceros… esa chiquilla no interesa en lo absoluto. —Su mirada afilada no pierde detalles de mi reacción—. Además, estoy completamente segura de que no le has dicho nada, sobre todo lo que descubriste de su hermano.

 

—¿A qué te refieres?

 

Sonríe.

 

—Fue Alberto Dankworth quien manipuló el testamento de su padre creyendo que su hermana rechazaría la condición de casarse contigo. —Chasquea la lengua y niega con la cabeza—. Es bastante testaruda esa niñita, ni siquiera estando muerto, ella sería incapaz de desobedecer una orden, se lo advertí a Alberto y al inútil de Robinson, pero ninguno escucho mis palabras.

 

—¿Qué tiene que ver el abogado de mi esposa en todo esto?

 

Sonríe y se encoge de hombros. Toma un bocado de su plato, lleva el tenedor lentamente a su boca y con una parsimonia que me exaspera lo degusta.




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