Una extraña en Navidad

Capítulo 4

Rebeca

 

 

Antes de regresar a la sala de las camas, pude observar que había un espejo enorme en una de las paredes. Tuve que disimular un salto, cuando me sobresalté al verme reflejada. Este lugar tenía cosas muy peculiares. En el pueblo del cual yo provenía, nadie tenía espejos, y quienes los tenían los habían robado a los terratenientes, y ni siquiera ellos tenían espejos tan grandes que yo supiera.

 

El doctor Smith me hizo muchas preguntas, en las cuales intentaba que recordara mi pasado o mi familia, también repetía las preguntas, intentando comprobar si yo me equivocaba en mi relato. Yo me abstuve de responder otra cosa que no fuera que no recordaba, me preguntó también si sentía dolor de cabeza, lo cual negué mintiendo, pues aunque me dolía por momentos, no quería que pensaran que estaba enferma, me sentía muy incómoda en el lugar y deseaba desesperadamente irme de allí.

 

El hombre tenía una actitud paternal y me convenció de quedarme hasta el día siguiente para que estudiaran un poco más mi salud y se aseguraran de que el golpe que había recibido en mi cabeza no me traería más consecuencias, a lo que accedí, no por gusto, sino porque me sentía cansada y confundida.

 

Deseaba saber qué había sido de mi hermana y de mi madre, quería saber también en donde me encontraba, y por qué estas personas vestían tan diferente.

 

Al día siguiente Amelie regreso a leerme.

 

— Rebeca, te he traído un regalo — me dijo. Era una chica muy efusiva.

 

— ¿Un regalo? ¿Por qué?

 

— ¡Pues pronto será Navidad! — Expresó con una sonrisa. — Y además lo necesitas — puso un paquete delante de mí. — Es ropa. No lo abras todavía, te lo dejaré aquí — explicó colocándolo en una pequeña mesa al lado de mi cama. — Si lo ve mi hermano, se va a enfadar. Él piensa que te quieres escapar. Y ya me ha dicho que tienes un problema con tu memoria. Pero yo te pido, no te vayas todavía, deja que te hagan los exámenes para su tranquilidad, él es muy responsable con sus pacientes.

 

— Lo intentaré — contesté.

 

— Qué bueno. Mira, también te traje otra cosa.

 

— ¿Más?

 

Sacó una casa de tela cosida con muchas ventanitas y en ellas tenía bordado un número.

 

— Es el calendario de Adviento, para que sepas cuánto falta para la Navidad, vamos por aquí.…

 

El paño tenía brochecitos junto a los números y allí se colocaba una marca roja que se iba cambiando de día.

 

— ¿Esto lo hiciste tú? — Pregunté mientras estudiaba el calendario y entonces, vi la fecha. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.

 

— Lo hizo mi madre, es muy bonito, ¿verdad?

 

Yo no pude responder de inmediato.

 

— ¿Te sientes bien? Te has puesto pálida.

 

— Pues sí... esta fecha... es como mágica, ¿no crees? — Pregunté con precaución.

 

Mi corazón no dejaba de latir y mi mirada volvía una y otra vez al año escrito arriba, mil novecientos cincuenta y nueve.

 

— ¡¡Sí!! Es lo que creo, la magia está en el aire...

 

Ambas reímos ella con ganas y yo fingiendo, y en ese momento llegó el médico.

 

— Veo que lo pasan bien, me alegra verla con una sonrisa, señorita Rebeca — me dijo de manera muy galante y su mirada profunda me hizo sonrojar, olvidándome por completo de la nueva revelación que había tenido.

 

— Gracias — sonreí y en un impulso llevé mi mano a mi cabello, de repente caí en cuenta de lo despeinada que estaría después de la noche de sueño. Mamá me habría reprendido por no arreglarme.

 

— En un día o dos completaremos los exámenes para determinar su estado de salud — explicó. — Amelie, tu tiempo de visita ya terminó.

 

— Sí, por supuesto — ella sonreía de manera extraña.

 

— Hasta mañana, Becka.

 

— Adiós — el uso de mi sobrenombre me entristeció, pues de inmediato la imagen sonriente de mi hermana se presentó en mi mente.

 

— ¿Se siente bien? — Preguntó el médico acercándose.

 

— Sí, estoy muy bien — afirmé forzando una sonrisa.

 

— Se ve afectada.

 

— Ya le he dicho que estoy bien — lo miré a los ojos con desafío, pero la mirada tierna y preocupada que me dedicó me hizo sentir culpa y de inmediato entorné los párpados para disimular. — Lo siento, me disculpo por mi malhumor — dije. — Me siento un poco cansada, por el encierro.

 

— ¿Acostumbra usted a salir mucho?

 

— No lo sé, pero me siento presa.

 

— Le prometo hacer todo lo posible por darle el alta rápidamente.

 

— Se lo agradezco mucho.

 

Nos quedamos mirando en silencio sin saber qué decir y algo tenso se generó entren nosotros.

 

— Bueno... — él se rio nerviosamente. — Nos vemos luego — dijo tocándose el cabello y se marchó con prontitud.

 

Quedé mirando un momento la puerta por la cual salió, me gustaba el doctor, era muy lindo. Suspiré y volví al calendario de Adviento.

 

No podía creerlo, cuando mamá abrió el portal era el año mil ochocientos uno, y ahora me encontraba en mil novecientos cincuenta y nueve, más de ciento cincuenta años en el futuro. Debía estar soñando…




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