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Fragmento:
“Tu prometida vendrá a palacio en dos días, debes volver para entonces”
Volví a leer el mensaje nuevamente, y lo único que me causó, fue frustración.
La princesa Amira, hija del Emir de un territorio vecino a Al-Brisjman, era mi prometida desde el mismo momento en el que había nacido. Nuestros padres habían hecho los arreglos correspondientes, para que el primer varón de la línea de mi padre, y la primera chica de la línea del suyo, contrajeran matrimonio.
Ella era más joven, pero ambos lo sabíamos desde siempre, y teníamos claro que éramos fichas de un juego ancestral, en nuestro lado del mundo: un matrimonio concertado, permisividad al hombre para que haga lo que desee con quien desee, mientras que la mujer debía llegar pura y casta a la boda, o se exponía a ser duramente maltratada y exiliada de la sociedad.
Para un hombre que se había pasado la vida viajando y estudiando en el mundo occidental, aquello era realmente ridículo e incluso grotesco, pero tenía que aceptar, que antes de que cierta mujer se hubiese cruzado en mi vida, pensaba cumplir con mi parte del trato, porque se me había repetido desde niño, que el deber iba ante todo, y que el bien de mi pueblo, debería estar siempre por encima de mi propio bien.
El problema era que Sharon había aparecido en escena, y yo, el hombre que todo lo reflexionaba, lo planeaba y lo repensaba, cometí la locura de creer que por una vez en la vida, podía pensar en mí antes que en otros, y poner mis sentimientos como prioridad. Me permití jugar a ser un hombre normal, hasta que la realidad se abrió paso, y nos alcanzó, pinchando nuestra burbuja, y recordándome quien era, y para qué había nacido.
Guardé mi celular y respiré profundo, sabiendo que estaba en graves problemas. Primero había vivido con el miedo de que llegara el momento de tener que casarme con una mujer a la que no había visto más que un par de veces, nunca a solas, y de la que ni siquiera recordaba el color de sus ojos, porque siempre mantenía la mirada baja, como le habían enseñado, y para cuando mi padre había comenzado a presionar con la boda, comencé a posponerlo y evitarlo a toda costa, sobre todo porque ya estaba casado, y según las leyes de Al-Brisjman, un hombre podía tener todas las concubinas que pudiese mantener, pero solo una mujer por esposa.
Y yo ya tenía una esposa… una a la que amaba y había dejado en nombre de ese mismo amor, porque nunca sería capaz de hacerle el daño de meterla en una jaula en la que su espíritu libre, claramente moriría con el paso de los días.
Me sentía contra la espada y la pared. Por un lado, había una alianza en juego que dependía de mi casamiento con la princesa Amira, pero, por otra parte, era casi imposible deshacer mi matrimonio con Sharon, y sobre todo, no quería.
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Si aún no la has leído, esta es tu oportunidad.
Cariños, Abby.
1 comentario
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IngresarHermosa historia como todas las de tu megauniverso Abby muy recomendada
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