¡Atención, diablillas!
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—¡Suéltame! —exigió y lejos de hacerlo, la apreté con más fuerza—. ¡Que me sueltes, te digo! —Volvió a pedir, pero no hablé. Simplemente estaba esperando a que aquello se le pasara, para no tener que lanzarla sobre mis hombros como a un saco de papas y sacarla a cuestas del lugar. No quería llegar a ese extremo, ya que ahí si sería imposible evitar que alguien captara el momento con un lente.
—¿No me soltarás? —preguntó, esta vez más calmada. Igual seguí en silencio—. Ok, perfecto.
Añadió y enseguida comenzó a contonear las caderas y a restregarse contra mí. Se restregaba contra mi pelvis y mi hombría se contrajo como antesala a lo que venía después.
«¡Chiquilla del demonio! ¿Qué diablos se supone que hace?».
Traté de poner todo de mi parte ante sus movimientos y las palpitaciones que estaba comenzando a sentir, pero aquello era inútil. Mi virilidad estaba a punto de delatarme y aquello sería como echar más leña al fuego que ya estaba comenzando a arder.
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