Cuando salimos del departamento la temperatura ha descendido al menos 10 grados, haciendo que mi campera de cuero se vuelva inútil para combatir el frío. Mí estremezco de forma involuntaria e incontrolable, y al notarlo, Romano me abraza dándome calor con su propio cuerpo. Descendemos por el ascensor y después caminamos de la mano hasta el estacionamiento subterráneo, donde su Camaro SS azul eléctrico nos espera. Toca un botón, las luces del tablero se encienden y parece cobrar vida. Es su auto favorito, lo trata como a su hijo y lo cuida con obsesiva y paranoica devoción, por lo cual casi nunca lo saca. No solo cuesta una pequeña fortuna, sino que llama excesivamente la atención.
–¿Vamos a usar este auto?– Pregunto sorprendida.
–Si mí princesa, este será su carruaje esta noche.– Responde con un sobre-actuado un gesto de reverencia, y después me abre la puerta.
–Gracias mí príncipe.– contesto siguiéndole el juego. Un instante después, el sonido del motor inunda mis oídos. Pisa el acelerador suavemente, se desliza con gracia hasta la salida y de un segundo a otro estamos en camino. Y yo no puedo evitar estar ausente. Mí mirada se pierde en el exterior y siento que mí cuerpo está junto a Roma, pero mis pensamientos... Ellos están muy lejos, en todas partes y en ningún lugar al mismo tiempo.
A medida que nos alejamos del centro de la ciudad, la cantidad de autos disminuye. Los enormes edificios que casi alcanzan las nubes se vuelven mas bajos y frondosos arboles toman protagonismo. Mil veces recorrí este camino, es el mismo que conduce a la casa en la cual crecí, a la que no volví desde hace unos cinco años. Uno de mis mayores defectos es que en lugar de enfrentar las cosas, simplemente me escapo. Y eso fue lo que hice. Me marche lejos de quién me hizo daño y jamás volví a la que por muchos años fue mí casa. Aún no sé si lo que tengo es miedo de cruzarmelo en alguna esquina, que mí corazón lo reconozca y me vuelva a hacer trizas con su indiferencia, o a sentir que todo me recuerda a él... seguramente, ese idiota ni siquiera recuerda que yo existo a estás alturas, y yo sigo torturandome con el pasado.
–¿Te sientes bien Ali?– Pregunta Romano, arrastrándome a La realidad. –Te noto extraña, más ausente que de costumbre... ¿Quieres que volvamos a casa o que te lleve a la tuya?–
–No pasa nada Roma, estoy bien, solo estoy algo cansada. Fue un día largo.– Respondo fingiendo una sonrisa. –¡Pero no vamos a volver por eso! Quiero conocer a tú primo, además van a estar todos nuestros amigos y también quiero que conozcas a Emiliano.–
–Ok...– Suelta no muy convencido. Recuesto La cabeza sobre La ventanilla, y vuelvo a perderme en mí océano de pensamientos una vez más. Y de pronto me encuentro recordándolo lo nuestro todo su esplendor... Su actitud de chico problemático que me atrajo a primera vista, su mirada de hielo, su sonrisa destellante, la calidez que sentía cuando estaba en sus brazos... La constante bipolaridad que significaba vivir entre la sensación de plenitud y la sensación de insuficiencia. Sus Palabras hiriente que me atravesaban el alma y me hacían sentirme basura, seguidas de bonitos versos tan falso como todo en él.
–Mira Ali...– Dice Roma rompiendo el silencio, cuando el auto junto a nosotros toca bocina. Son Marco y Sofía. Vienen en un BMW B2 color rojo sangre. Más allá, están Luca y Lara en un Chevrolet Corvette c5 color negro. Los tres autos se ponen en paralelo, los chicos se miran y aceleran al unisono. Aquello me traslada una vez más al pasado. A época en la cual las carreras clandestinas formaban parte de prácticamente todos mis fines de semana. Algunos recuerdos son gratos, otros no tanto... Pero Roma de esto no sabe absolutamente nada, así que no me sorprende cuando pregunta
–Ali... ¿le tienes miedo a la velocidad?– Sonrió de lado. Se supone que este chico es serio, responsable, respetuoso de la ley, nunca se le ocurriría...
–No.– Respondo con seguridad. –Me gusta la velocidad... Claro, cuando yo estoy al volante, o cuando confío en el piloto.–
–¿Y confías en mí?–
–Por supuesto, de lo contrario no me hubiera subido a tu auto bobo.– su mirada se enciende e imita a sus amigos, indicandoles que también entra...
–Ponte el cinturón, princesa.– Obedezco y contengo la respiración una fracción de segundo sabiendo lo que viene en 3, 2, 1... El semáforo se pone en verde, los tres pisan el acelerador a fondo, los neumáticos rechinan de forma ensordecedora y los motores rugen. En menos de 5 segundos nuestro auto pasa de 0 a 100km/h y la inercia me hunde en el asiento.
–¿Asustada Ali?– Indaga cauteloso.
–¡Para nada! ¡Me encanta!– Respondo entusiasmada, mientras siento como adrenalina inunda mis venas. Hacía mucho tiempo que no experimentaba una sensación tan excitante, y no sabía cuánto lo extrañaba hasta este momento. La euforia hace que mí corazón lata tan de prisa que parece salirse de mí pecho.
150, 160, 170, y Marco toma la delantera.
La expresión de Romano se vuelve sería, sé qué se lo está tomando muy enserio. Prácticamente no parpadea. Su vista esta clavada en el frente, y aprieta con fuerza el volante que los músculos de sus brazos se marcan a través de su camisa. Vamos cabeza a cabeza, y a lo lejos podemos ver las luces amarillas de Solsticio rompiendo la oscuridad. Todo indica que vamos a ganar, pero en el último segundo Luca hace una arriesgada maniobra y en lugar de disminuir la velocidad para tomar la curva de la salida de la autopista, la agarra como viene. Las ruedas del Corvette rechinan y sube, ganando la improvisada carrera clandestina.
Romano Ivanova:
Perdí... si solo hubiera no hubiera dudado en el último instante, hubiera ganado. Pero en lugar de pisar a fondo el acelerador, lo solté. No puedo contemplar la idea de poner en peligro a Alí.
–No importa lindo, para mí eres todo un ganador.– Suelta acortando la distancia entre ambos y tomando la iniciativa, me besa. Mierda. Soy adicto a esta mujer. Siento que jamás podría cansarme de ella. Luca toca la ventanilla del auto, niega con la cabeza, y leo en sus labios la frase "te perdimos hermano". Lo peor es que creo que tienen razón. No soy el mismo desde que la vi por primera vez esa tarde de primavera sentada en los escalones de la universidad. Nunca imagine que esa linda chica de sonrisa triste, lograría cambiar mí mundo por completo. Estuve perdido desde el primer momento en que sus ojos color caramelo se posaron en mí. No podía dejar de pensarla, de soñarla, de imaginarla. Utilice a mis amigos y a sus amigos, para acercarme. Me volví el acosador que la observaba desde lejos cuando estaba perdida en sus pensamientos, y todo solo para poder arrancarle una palabra, una sonrisa. Tan solo quería un mínimo gesto que me indicara que, al menos, ella sabía que yo existía. Cometí más de una locura para ganarme su corazón, y todas y cada una valieron la pena. Cuando pude traspasar las murallas que la protegían, cuando al fin pude ver quien era en realidad, todo lo que creía conocer de las personas se esfumo. Alai rompió todos mis esquemas. Me destrozo y me reconstruyó trozo a trozo, dando forma a una versión de mí que no conocía, una versión más sincera, una versión autentica, a una versión mas fuerte. Acabo uno a uno con todos mis demonios, con mis miedos y mis inseguridades. Cuando ella se sonríe, una sensación de paz invade mí pecho llenando todos los vacíos, y esa mirada tan expresiva que posee, se siente una caricia para mí alma. Nunca nadie me había hecho sentir de esta forma. Alai me arrebata la voluntad con una sola palabra, me pone a sus pies... y peor es que sin siquiera lo nota. Hoy me siento como la primera vez que la vi, no puedo dejar de mirarla. Y no solo porque se ve realmente hermosa, sino porque siento que su amor es lo más puro y sincero que tuve en mí vida, porque siento que la quiero más que a mí mismo. Y al igual que ese día, algo dentro mío me grita que ella es la persona con la que quiero pasar el resto de mis días.