Cuando llegué a casa Arwin estaba acurrucado a duras penas en el sillón, dando una apariencia graciosamente cálida y atípicamente indefensa.
Negando con la cabeza por sus malos hábitos acaricié su cabello negro y sus ojos, con iris del color de las flores de cerezo, se abrieron perezosamente.
Me tensé cuando algo inesperado vino a mí: imágenes luminosas y aterradoras llenaron mi cabeza.
Me sentí tambalear, sus brazos me sostuvieron.
– ¿Qué sabes de los demás? – Le pregunté sombrío.
– Keegan... yo... ehhh... Ha pasado un tiempo desde que los monitoreé – Balbuceó tomado por sorpresa.
Supuse que tanto como yo, después de todo no hablábamos sobre el pasado si podíamos evitarlo.
– Trata con Idris – Le pedí suavemente.
– ¿Idris? ¿Para qué quieres hablar con ella? – Preguntó entonces, luciendo nervioso.
– ¿Hay algo que estés ocultándome? – Interrogué con la certeza de que así era.
Negó moviendo su cabeza salvajemente, luego más como un titubeo.
– Arwin – Suspiré con desánimo, no creí que habría secretos entre nosotros.
La impotencia subió por mi garganta, una arcada agria que tragué con desagrado.
– Kee... no… Es inútil hacerlo – Reveló con tristeza – La profeta conocida como Idris, se ha quitado la vida. Ella… – Continuó tragando grueso – Vaticinó que sería una pieza clave en nuestra caída – Murmuró finalmente, con derrota.
Llevé las manos a mi cabeza, afligido.
– Sus poderes ¿Los tengo? – Pregunte contrariado.
Arwin asintió, sus hombros caídos elevándose ligeramente, como si se hubiese quitado un peso invisible de encima.
Quería preguntarle cómo podía ser eso posible y por qué, pero me interrumpió.
– No se supone que pudieras usarlos. No… aún – Balbuceó confundido – ¿Qué viste Keegan? – Cuestionó temeroso, aunque era apenas visible sus manos temblaban.
Era casi indetectable, pero lo noté… Siempre que se tratara de Arwin, aunque fuese el cambio más sutil yo podría verlo. Lo que quería decir que esta vez realmente se había blindado para mantenerme en la oscuridad.
– Déjalo ir Arwin – Le dije acariciando su ceja torcida con mi pulgar, con ese afecto indiscreto e insilenciable que sentía por él.
Soltó una exhalación, una especie de suspiro entrecortado que jamás lo había escuchado hacer, no a un hombre de su temple.
– No me pidas una respuesta necia ¿Pudiste verlo tú mismo cierto? Creo que lo supe, que Idris solo nos compró tiempo con su sacrificio – Negó Arwin, empujando su rostro hacia mi toque.
Como si eso pudiera consolarlo y lo dejé hacerlo. Porque aunque el consuelo era solo una ilusión pasajera, ambos lo necesitábamos.
–Un ataque masivo contra los 200 desertores ocultos. No, a los 199 que aún vivimos. Velnia... cargará contra nosotros con los nigromantes del Supremo. Este pueblo caerá bajo fuego y sangre, nosotros caeremos con él – Anuncié fatídico.
Esa perra maliciosa se había puesto al día. Mientras Velnia nos cazaba nosotros fantaseábamos con nuestra frágil vida pacífica.
– Tú... ¡No serías derrotado tan fácilmente Keegan! Debe estar equivocado, tú sobrevivirías ¡Tú lo harías! – Aulló Arwin incrédulo – Estaremos preparados... Sí, entonces todo puede convertirse en cenizas tras nosotros. Habremos huido cuando eso pase – Vaticinó vibrando, como para darle una sensación de seguridad a su negación.
– Arwin, han sido tan amables con nosotros. Su bondad no puede ser recompensada con crueldad. En el fondo lo sabes, incluso tú que conoces más que nadie sobre tomar decisiones necesarias, no harías algo como eso. No podemos ser tan inhumanos proclamando estar del lado correcto si dejamos que el mal barra a inocentes tras nuestros pasos. Y los demás… estando solos, tampoco durarán mucho. Tal vez, si cambiamos el enfoque. Sí, esta vez es enfrentarnos o huir cobardemente para siempre esperar la muerte – Argumenté.
– Bien, entonces que haya guerra... ¡Pero no tienes que ir tú! Comándalos, solo comándalos – Bramó con ojos acuosos.
La verdad era que... me había enamorado de esos enormes ojos rosas que siempre me seguían a todas partes con fervor. Si algo era cierto, era que entre los dos herederos siempre lo favorecí a él.
Lo hice, aun cuando se decidió que Velnia sería la próxima Suprema del aquelarre, aún cuando Arwin trató de resistirse por lo que creía sería el bien de todos.
Los hombres brujos son escasos, pero especiales: talentosos a largo plazo y algunos portaban una belleza que incluso rivaliza con la de las brujas danzando bajo la luna llena.
Pero, a medida que la base de nuestro núcleo de poder se va asentando, nos volvemos estériles y el Supremo debía dejar descendencia para mantener el linaje puro de los brujos originales, los Sabbat.
No me molestaba, estaba orgulloso de ser uno de los mejores, de ser un brujo defensivo de primera línea. Nunca pediría nada más que ser el héroe personal de Arwin, quien fue eclipsado por las tempranas aptitudes mágicas de su hermana, Velnia.
Una bruja altiva con particular inclinación por las creencias antiguas.
Aunque a Arwin no le importaba manejar el aquelarre, no dudó en romper su "pasividad" al unirse a nuestra causa, en pro de la humanidad y no de la supremacía que se había volcado a las ancestrales y macabras prácticas de hacer sacrificios humanos, incluso masivos, enmascarándolos con accidentes naturales o atribuyéndoselo a asesinos en serie.
– Soy un brujo de élite, no me quedaré atrás. Los sobrevivientes gozamos de ocho años de paz a costa de los caídos. ¿Cómo les hemos pagado? Escondiéndonos vergonzosamente – Objeté ante su negativa – Es hora de retribuirles acabando con los que instauran el terror... e imponiéndote como el próximo Supremo. Aun estás a tiempo de dejar descendencia, con los correctos a tu lado podrá funcionar hasta que alcances tu pináculo – Le recordé el plan, una esperanza que se había oxidado en nuestros corazones cuando fuimos traicionados.