a la sombra del vieux carré

Capítulo 2: La Partitura Invertida

El café humeaba entre ambas. La lluvia afuera golpeaba con fuerza, pero dentro de la librería, todo estaba en silencio.

Eden parecía tan perdida como Clara se había sentido al llegar a Nueva Orleans meses atrás. No podía explicar por qué había venido. Solo sabía que escuchó una canción antigua en una tienda de discos en Charleston, y desde entonces, la misma melodía no dejaba de aparecer en sus sueños.

—Y en uno de ellos —dijo Eden, apretando la taza entre sus manos— había una mujer. Te parecía mucho. Solo que tenía los ojos distintos. Como si llevara toda la ciudad en la mirada.

Clara sintió que el aire se volvió denso.

—¿Y esta partitura? ¿Cómo la obtuviste?

—Estaba dentro de mi almohada. No me preguntes cómo llegó ahí. La noche antes de encontrarla, soñé con una plaza, una farola rota, y un beso bajo la lluvia.

Clara se congeló.

Era exactamente el recuerdo que sólo ella conservaba.

—¿Has hablado con alguien más de esto?

Eden negó.

—Me dijeron que tú habías vivido algo… diferente. Una mujer de ojos blancos en Charleston me dio tu nombre. Dijo que si quería respuestas, debía venir al Vieux Carré. Que tú “habías visto entre notas lo que otros no pueden ver.”

Clara no sabía si reír o llorar. ¿Cómo podía explicarle a esta chica que todo lo que decía era cierto?

O peor: que la llegada de Eden no era casualidad. Era una advertencia.

Esa misma noche, Liam volvió a tocar.

Clara, desde la sombra de una sombrilla, lo observó.

Cuando tocó el último acorde, se detuvo. Cerró los ojos. Y luego miró directamente hacia ella.

—¿Clara? —dijo, con voz baja, como si no estuviera seguro de si debía pronunciar su nombre.

Clara se levantó.

—¿Te acuerdas de mí?

Liam frunció el ceño.

—No. Pero soñé contigo anoche. Soñé que caía la lluvia… y que tú me dejabas una carta dentro de una guitarra.

El corazón de Clara casi se detuvo.

Liam bajó la vista. Se llevó una mano al bolsillo y sacó un pequeño papel doblado.

—Y cuando desperté… estaba ahí.

Ella tomó el papel, temblando.

“El amor no se borra. Solo se reescribe en el lugar correcto.”

No tenía firma. Pero Clara reconoció la caligrafía.

Era de Andrew.

Esa noche, al regresar a casa, encontró a Eden de pie frente a la chimenea, tocando suavemente una nota en un viejo violín.

Y por un segundo —solo uno— el fuego parpadeó.
En la sombra que proyectó sobre la pared, había tres figuras: Clara, Eden… y alguien más.

Alguien con una capa larga y un bastón tallado.

El mismo anciano que custodiaba el pasado.

Solo que ahora… tenía rostro joven.

Y estaba despertando.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.