A través del hielo

❄️CAPÍTULO 3❄️

❄️ALANA❄️

La gente tiene un límite de decepciones en la vida y créeme, ya yo llegué al mío hacía unos días atrás.

Había recorrido Pensilvania en busca de trabajo durante todo el último mes, y aunque nadie me estaba corriendo de casa de mamá, podía sentirme que necesitaba hacer algo más. Pero nada parecía haber y la vida estaba siendo cara. Me daba vergüenza que a mis veintiséis años estar teniendo que depender económicamente de la mujer que me dio la vida. Era bochornoso.

Y también sentía que había aumentado como diez kilos en estos días, comía mucho y no hacía tanto ejercicio como antes. Pagar un gimnasio no entraba entre los planes, puesto que tendría que tener un trabajo para poder mantenerlo.

Toda una ganadora, si señor.

Esa mañana me levanté antes de las cinco. Mi cuerpo estaba cansado de tanto estar en casa. Necesitaba una actividad, amigos, incluso hacerme venir sin tener a mi mamá cerca. Nunca me gustó usar mis juguetitos cerca de la mujer que me dio la vida. Me cortaba el rollo de una porque no dejaba de pensar en que estaba de alguna manera usando de manera indebida su casa.

Mamá no tenía esos reparos, pero a mi cabeza no le importaba. Me enfriaba y no llegaba a nada. Solo quedaba la frustración. Así que ni siquiera lo intentaba.

Tampoco tenía dinero para salir a un bar y a ver si conseguía un polvo de despecho o algo puesto que volvíamos al punto inicial. Me daba vergüenza no tener ni siquiera para una cerveza. Y yo tenía mis gastos de chica. Mi skincare no podía faltar y en eso se iban mis pocos ahorros.

Mi ex había intentado contactarme de nuevo, pero lo mandé al carajo por ene vez en el mes. Estaba comenzando a cansarme de él y de recorrer este lugar sin hallar nada y solo tener negativas. No tener una carta de recomendación de mi antiguo trabajo tampoco ayudaba en lo absoluto.

Así que me dije que debía empezar a pensar en otras opciones. Ser mesera no sonaba tan mal en este punto. Incluso trabajar en Mcdonalds era opción llegados a este instante.

Mamá había dicho que podría emplearme en su tienda, pero yo negué. Tampoco quería tener un sueldo solo por ser la hija de Ana Vasquez, la dueña, y yo tenía un ojo creativo bastante deplorable, por lo que eso no era opción. Cocinar era lo mío, pese a que me gustaba más comer la comida de mi madre.

Me levanté de la cama y luego de ducharme, me senté en la cama bastante cabizbaja. La puerta de la habitación sonó y me encontré con mi abuelita.

—Mami —dije abrazándola.

—Pensé que ya no estabas aquí —dijo sentándose en la cama—. Todos estos días sales muy temprano.

—Tengo que hallar un trabajo.

—Y lo encontrarás, pero deberías tomarte un descanso.

Me reí. —¿Más? Tengo más de un mes sin hacer nada y estoy que me guindo de las paredes.

Sentí su mano en la cicatriz de mi pierna. Temblé porque para mí ese lugar representaba una etapa muy difícil de mi vida. Una que aunque estaba superada, aún había días donde me levantaba de la cama triste por lo que había perdido.

—Todo habría sido más fácil de no ser por ese accidente.

—Abuela, ya mi carrera había ido en declive antes del accidente.

—No importa. Estarías sobre el hielo haciendo lo que te gustaba. Ganando dinero de eso.

—Pero no sucedió y estoy tranquila. Creéme—suspiré.

—¿Has patinado de nuevo?

Negué. —Hace mucho que no subo a mis patines. Hacerlo puede hacer que termine sin quijada.

Ella río. —Siempre he estado orgullosa de la manera en que ves las cosas, nana —dijo llamándome por mi apodo de niña. No había sabido pronunciar mi nombre y se quedó en eso.

—Tú me lo enseñaste, dijiste que era testimonio de cómo Dios obra en la vida de nosotros y cómo podemos dar un mensaje a través de ello.

—Es bueno que las clases de catecismo si funcionaron en ti. Pensé que habías sido un caso perdido —me reí de sus cosas y la abracé—. Estoy muy feliz de que seas mi nieta. Eres única.

—Y yo estoy mega feliz de que seas mi abuela

Con esa conversación, me sentí un poco mejor. Más animada. Y pensando en lo que me dijo, fui al armario y saqué mis patines. Desde hace un año que no voy a una pista. Y mirarlos me hizo ir a esa miríada de recuerdos que tuve de niña. El hielo y yo éramos uno, patinar se sentía como volar.

Tal vez necesitaba eso. Un momento para desconectar.

Tomé mis cosas decidida a tener este día libre para mí. Metí todo en una mochila y tomé el metro para ir a la Arena Volkov, usaría parte de mis pobres ahorros para pagar una hora en el hielo y luego rehacer mi currículum. Tal vez era momento de hacer tu curso o inventarme un negocio.

Mira hacia arriba, me repetí todo el viaje.

Cuando llegué, hablé con el encargado y me dijeron que tendría una hora después de que el equipo olímpico que entrenaba ahí terminara. Pensé en que hace mucho tiempo atrás habría dado lo que fuera para eso. Ser parte de las olimpiadas era un sueño que todos los que fuimos deportistas alguna vez quisimos.




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