⛸️ALANA⛸️
—Tienes que salir de esta casa —mi mamá entró a mi habitación con mi abuela detrás. Ambas confabuladas contra mí. Yo solo estaba revisando clasificados y postulándome para cualquier trabajo que existiese. En este punto no se podía ser exigente.
Tenía ahora uno como paseadora de perros, era caer bajo, pero como dije hacía un tiempo atrás, los mendigos como yo no teníamos derecho a elegir.
—Estoy bien aquí, perfectamente —dije comiendo de mis palomitas. Tal vez podría ver una serie, Gilmore Girls sonaba ahora maravilloso.
—No puede ser, a tu edad se merece vivir la vida. Luego llegan a la mía sin nada interesante que contar —mi abuela se sentó en la cama a mi lado y cerró mi computadora obligándome a poner mi atención en ella.
—Yo soy más tranquila y lo sabes, abuela.
—Sí, por eso soy mas divertida.
No tenía dinero para salir a la calle, o sea, sí, pero prefería ahorrar. Así que quedarme tranquila sonaba mejor. Solo tenía que sentarme a ver algo para pasar el rato. Ya cuando tuviera un trabajo podría hacer todo lo que se me antojara con mi propio dinero.
Mi abuela me extendió un fajo de billetes. —Para que te compres algo bonito.
—Abuela, no. Yo tengo mi propio dinero.
—Que es escaso —vaya, eso sí que sonó duro—. Yo tengo más. Así que lo gastamos, si fuera tú, ni siquiera se me ocurriría hacerme la digna.
Dios de los cielos, mi abuela era un caso serio de armas tomar. —Hazle caso a mami, me pone triste verte aquí —continuó mi madre.
Me sentía como una fracasada en este punto. Vale que podría estar peor, pero para mi era espantoso que a mis veintiséis años estuviera así. Sin nada mío más que un título de chef que parecía no querer servir de nada.
Pensaba que podría abrir un restaurante algún día, pero esa opción se veía lejana,muy lejana, a menos que apareciera un pariente rico como Tio McRico, pero todos eramos pobres como muertos.
—Mamá, podemos hacer algo más divertido. Compremos comida y nos sentamos a ver esa series dónde el turco se enamora de la pobre que le encantan a la abuela.
—Niña insolente, con Can Yaman no te metas —solo solté una carcajada ante las cosas de mi abuela. No sabría qué sería de mí sin sus ocurrencias. Hacían de mi día algo mejor.
—No haremos eso, al menos no tú. Nosotras sí. Hay alguien que te está esperando en la sala.
No imaginé quién podría ser, pero salí para encontrarme con mi mejor amiga de la infancia. —Oh, mi Dios, Kelly. No puede ser que estés aquí.
—Sí, la misma que viste y calza —ella me abrazó fuerte—. Pude dejar a los niños con su papá y tendremos una salida divertida. Ellos están felices, comerán pizza mientras que conmigo tendría que comer vegetales. Prácticamente me echaron de la casa cuando les dije mis planes.
—¿Por qué no me dijiste que tenías la noche libre?
—Porque eres predecible, estoy segura que habría buscado cientos de excusas para sacarme el cuerpo, pero yo tuve que decidir intervenir, me deprime verte aquí.
Éramos dos, pero eso no se lo dije, porque sería darle la razón a aquellas dos entrometidas que estaban ahora en la cocina preparando comida deliciosa para ver televisión. Plan que no sonaba para nada mal.
—Ahora, tenemos poco tiempo. Ve a ponerte hermosa mientras yo me pongo al día con mis madres adoptivas —dijo empujándome a mi habitación.
Ella estaba loca, pero la adoraba de esa manera.
Kelly y yo nos conocíamos desde que estudiamos juntas en la misma escuela. Ella era nada delicada y tenía pocos amigos. La llamaron muchas veces marimacho por gustarle el futbol. Yo por mi parte era la latina, que patinaba y que no tenía tiempo para hacer mucha amistad. Cuando nos juntaron a las dos en la clase de arte en sexto grado, no hubo manera de alejarnos luego de eso. Era mi mejor amiga y ni la distancia pudo acabar con esa amistad.
Cuando se casó hacía unos ocho años con quien fue nuestro compañero de clases, fui una de sus damas. Ella vivía en casa con dos adorables terremotos y un esposo que la adoraba con locura. Ambos tenían un taller mecánico y eran la cosa más empalagosa y cursi de ver. Ojalá hubiese detallado más su relación para darme cuenta de lo que faltaba en la mía.
Había sido tan tonta.
Pero no de nuevo. No volvería a caer enamorada de alguien que no lo mereciera. Yo quería la más absoluta devoción, puesto que yo sabía que amaba de la misma manera. Con intensidad.
No podía decir que no he llorado por lo que sucedió con mi ex. Lo hice y de forma amarga los primeros días, pero logré sobrellevar la pena con trabajo. Mi mente buscaba ocuparla en otras cosas para evitar que esta tristeza me ganara.
Así que para no caer en más dolor decidí que el plan de mi loca familia no estaba del todo mal.
Me duché y agradecí el hecho de que mis rizos lo hubiese hecho en la mañana antes de salir a buscar más trabajo. Me coloqué un hermoso top blanco que abrazaba mis curvas y pantalones negros. Puse sobre mi cabello una peineta de una rosa roja y maquillé mis ojos con delineador y sombra marrón.
—Mamacita divina —dijo Kelly en español cuando me vio salir de la habitación—. Amiga, hoy olvidaremos ese cucaracho. Estás preciosa.