A través del hielo

❄️CAPÍTULO 7❄️

❄️ALANA❄️

Kelly intentó sonsacarme ell motivo por el cual nos fuimos del restaurante de esa forma tan abrupta. Yo estaba bastante molesta, abochornada a un punto nuevo y todo por culpa del maldito jugador de hockey que se creía la última Coca-Cola del desierto.

Era un engreído de lo peor. ¿Qué se creía? El dueño de la razón, al parecer. Acusarme nuevamente de querer contenido de él como si fuera una de sus tontas groupies. Estaba mal de la cabeza definitivamente. Merecía un porrazo o dos si íbamos al caso. A lo mejor tantos años recibiendo golpes en la cabeza lo pusieron así de tonto. Es muy probable esa teoría en este punto.

Llegó un nuevo día y yo me sentía por completo deprimida en este punto. No sabía qué hacer para contentarme. La opción de buscar trabajo fuera de! Pensilvania me estaba respirando en la nuca, no sonaba tan mal en este instante.

Sin embargo, no quería irme. No cuando me sentía tan a gusto aquí con mi familia que había extrañado tanto. Con la certeza de que estaba en casa. Irme sería perder esos momentos. Las horas sentada en la encimera cocinando con mamá, las tardes viendo telenovelas con mi abuela. Tener a Kelly a una llamada de venir.

Aquí me sentía en familia.

Decidí despertarme temprano para ir a la cocina. Tal vez hacer algo allí me emocione. Así que busqué los implementos que gracias a Dios mamá tenía todos y empecé a preparar un postre.

Estaba montando las bandejas en el horno cuando mamá despertó y me vio bañada en harina. —Parece que te pasó un huracán.

—Era eso o me volvía loca —y empecé a recoger para lavar los platos y hacer el desayuno. Mamá siempre estaba haciendo esto último por mí y aunque yo le decía que no era necesario, que podía hacerlo por mi cuenta, ella me recriminaba diciendo que no la estaba dejando consentirme. Esas cosas que hacían las mamás.

Comencé a preparar una masa de harina de trigo para hacer unos panes al sartén. Dependendiendo de la región geográfica, unos la llamaban arepa andina y en otros domplines. La cosa es que me encantaba y tenía ganas de comer algo así.

Nunca había conocido Venezuela, mamá siempre me había dicho de querer llevarme, pero no teníamos familia allá. Además de que era caro, pero estaba en mi bingo de cosas por hacer. Algún día esperaba ir recorrer cada rincón. Las historias que he escuchado o los videos que he visto siempre me han parecido una especie de paraíso.

Mamá me abrazó por la espalda y yo me refugié en su cariño. —Estás triste. Siempre cocinas algún postre cuando estás así.

Mamá me conocía mejor que nadie, así que no le iba a pasar desapercibido mi estado de ánimo bastante lúgubre.

—¿Y sí tomé una mala decisión al venir aquí? En Nueva York hay más opciones de trabajo que aquí. No quiero pasar mi vida paseando perros.

Se quedó en silencio y sabía que estaba pensando en qué manera consolarme, pero en este punto estaba segura que era casi imposible. Me hallaba miserable.

—Todo comienzo es difícil y no puedo garantizarte que las cosas mejoren ahora mismo, pero estoy segura que tener a tu familia hace las cosas más sencillas. Porque eso no es algo que se pueda comprar.

Y con solo unas palabras supo que decir para calmar mi corazón ansioso. Porque sabía que pese a todo, tenía una familia que daría todo por mí. Cielo, mar y tierra. No importaba nada mientras las tuviera a ellas.

Besé su frente. —Gracias, mamá.

Dejé una taza de café con leche sobre la encimera para mamá y ella comenzó a beberla porque era su elixir de los dioses. Preparé las dos arepitas con jamón y queso, lo que la hizo comer contenta.

—Siempre me sorprendió que heredarás el talento de la cocina, pensé que no sería así, más que el de los deportes como tu padre.

Sonreí. —Soy una mujer de múltiples facetas.

Saqué el postre del horno y mientras se enfriaba, fui preparando el relleno. Cuando mamá estuvo lista para su trabajo, lo vio. —Es que tu don para los postres es único.

—Menos mal que no los hago mucho porque sería una basta.

Mamá dio un bocado al pastel tres leches y gimió en el proceso. —Está buenísimo, Lana. Deberías venderlo.

Para mí eso no era opción. O sea, era algo que llevaba mucho trabajo y no estaba tan segura que tuviera la calidad de venderse. Para mi familia está bien, ellos eran glotones como yo, pero para otros sería un acabose para mí que nadie le gustara.

—No lo sé, ¿y si no gusta?

—¿Bromeas? Me comería este envase por completo. No digo que no sea una opción. Es más. Llevaré a la floristería. Deja que saque los desechables.

Mamá hizo eso, colocándole las fresas y el sirope para decorar. Cuando estuvo listo, le tomó una foto profesional. Justo como la hacía para su tienda. —Vamos a ver cómo te va.

—Mamá, no tienes que hacerlo.

—Debo.

Así se llevó en una heladera portátil cinco pasteles con la función de venderlos. A lo mejor ella los compraba todos para no hacerme sentir mal. Porque así eran mi mamá y mi abuela conmigo.

Limpié la cocina a fondo luego de mi intervención culinaria y después me duché. Tenía que ir a hacer mi trabajo como paseadora de perros. No era lo más glamoroso, pero tenía que servir. Al menos pagaba mis chucherías y uno que otro gasto.




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