Ademia

Capitulo Uno

Observé pacientemente las agujas del reloj mientras guardaba el último libro en la caja de la recepción. Debía cerrar en cinco minutos pero me parecieron eternos a medida que me acercaba al reloj de pared. Siempre que me le quedaba viendo sentía que me trasladaba a una época antigua, como al siglo catorce.

- Buenas tardes.

Giré sobresaltada.

- Lo siento, estamos por cerrar...- mi voz decayó al observar detenidamente al último cliente.

- El cartel en la puerta dice que cierra a las cinco.

- Son las cinco.

- Pero si son las cuatro y cincuenta y cinco - frunció el ceño. Arrugue la nariz y me giré hacia el reloj.

- No, son las...- abrí lentamente los ojos de par en par.

Las agujas del reloj están estáticas marcando las 04:55pm. Mi asombro aumentó cuando me acerqué a este esperando a que las agujas se movieran pero todo siguió en su lugar ¿Cómo es eso posible?

Observé al chico.

¿Él lo habrá notado?

Derepente sentí la atmósfera a mi alrededor demasiado densa, pesada y molesta, como si algo me estuviera aplastando el pecho discretamente.

Tragué grueso.

- Tienes razón - susurré - ¿Qué libro necesitas?

- Necesito una biblia.

- ¿Biblia?

- ¿Es que no tienen biblias aquí? - preguntó en un tono burlón.

- Nunca dije que no teníamos - fruncí los labios.

- El tiempo corre...- señaló su muñeca e hizo un gesto para que me apurara.

Cerré las manos en puños y salí del mostrador, no sin antes echarle un vistazo al reloj de pared que seguía en un estado de congelación ¿Qué...?

Me dirigí a los inmensos estantes del fondo. Es tan gratificante el olor a antigüedad que desprenden los libros. Te obligan a que cierres los ojos para embriagarte con su aroma. A medida que ibamos dejando los libros novedosos atrás, la poca iluminación te invitaba a leer acompañado de un café bien cargado para seguir el hilo de un buen libro.

- Te agradecería si dejaras de hacer tanto ruido con las llaves.

No contestó pero como respuesta me deleite con el silencio que se hizo presente. Apenas se oía por lo bajo su tranquila respiración.

- Bueno... - volteé - solo tenemos cuarto biblias. Dos de ellas son unas posibles traducciones bíblicas, bocetos, teorías, mejor conocidas por contar una historia ficticia que no se conoce ni de cerca. No es la real...

- ¿Historia ficticia? - cuestionó interrumpiendome.

Sonreí de costado al ver la confusión en su bello rostro. Con un suspiro le indiqué que se sentara en una de las mesas y me giré a tomar los cuatro libros pesados. Los dejé caer con delicadeza sobre la mesa. Encendí la luz de la lámpara y me senté frente a él. Me coloqué con cuidado los lentes que llevaba colgados en el bolsillo izquierdo de la chaqueta para poder tener una mejor vista de los títulos.

- Este libro - señalé uno de tapa marrón con finas líneas doradas - es la biblia católica. Y este - señalé uno de tapa oscura - es la protestante. Una vieja leyenda cuenta que hubo un tercer libro...- lo deslicé por la mesa hacia él -...que contaba la supuesta verdad que nadie quería oír. Por alguna razón que nadie alcanza a descifrar cual es, se escondió.

- ¿Alguien lo ha leído? - preguntó entrelazando sus finos y largos dedos pálidos.

- Que yo sepa no, aunque dicen que para poder hacerlo tiene que estar tu nombre tallado en él.

- ¿Y de qué crees que trata?

- No tengo idea - suspiré.

- ¿De dónde sacaste la información? - frunció el entrecejo.

- Es irrelevante - me encogí de hombros.

Sus lindas cejas gruesas se fruncieron para expresar lo confundido y curioso que estaba. A esta distancia podía apreciar las delicadas pecas que salpicaban de una manera sensual pero sutil, en sus pómulos y nariz.

- Entiendo...- murmuró - ¿Te importaría si leo un poco...? Me tomará unos minutos.

- Como sea - hice un ademán con la mano.

Regresé al mostrador arrastrando los pies. Para matar el tiempo revisé los correos de voz; todos eran de mi madre. Con preocupación marqué su número.

- Chlorine.

- Mamá.

- ¿En donde estás? - rodeé los ojos. De nuevo ese tono alarmante, de nuevo está asustada.

- ¿Todo está...?

- ¿Dónde estas? - me interrumpió bruscamente.

- Estoy en la biblioteca, trabajando.

- ¿A esta hora? - la oí maldecir por lo bajo - ¿No tendrias que haber cerrado hace diez minutos? - bufó.

- Te puedes calmar.

- ¿Hay alguien ahí contigo? - cuestionó firme.

Le eché un fugaz vistazo al atractivo hombre que leía con atención cada línea del libro ¿Le gustarán sobre literatura griega? Se me hizo agua a la boca de tan solo imaginarlo. ¿Qué estoy diciendo? Parezco pervertida. Avergonzada, aparté la mirada.

- Si, hay un cliente de último momento - observé el reloj que seguía igual - ¿a que viene la pregunta?

- ¿Es joven?

- Si.

- Sal se ahí ahora - ordenó exigente.

- Mamá.

- Dije que salgas de ahí.

¿Qué le pasa?

- Ya he terminado - me sobresalté al oír su profunda voz - quisiera pedir un libro para llevar - sonrió de costado. Bajé el teléfono cortando la llamada para prestarle atención al chico.

- Para eso tienes que ser socio.

- Entonces hazme socio.

- Necesito tu nombre y apellido - antes de que un mechón rebelde me privara la linda vista de sus ojos, me lo coloqué detrás de la oreja. Solté un largo suspiro para dejar de lado el planteamiento de mi madre y la extraña actitud que adquiere cada vez que no puede controlar algo de su alrededor. Aunque su llamada me dejó un malestar en el estómago, precisamente en el centro.

- Tyler Joseph - dijo suavemente. Tal vez lo imaginé o tal vez no, pero me pareció ver una fugaz guiñada de su parte.

Mientras anotaba en la computadora sus datos personales, su mirada no dejó la mía y eso me puso aún más nerviosa ¿No puede mirar para otro lado? Con pocas ganas fui hasta la impresora, tomé la hoja impresa y la coloqué junto a las demás en el cajón.



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En el texto hay: fantasia, misterios, suspenso

Editado: 03.05.2019

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