Como normalmente decía Samantha – Dios los cría y ellos se juntan – con voz pesarosa cada vez que veía pasar a la supuesta reina de la escuela y a su fiel compañero de “buenas acciones” por los pasillos de la escuela. Siempre era ridículamente adorada sin motivos obvios, como si fuera algún tipo de princesa, aunque podría haberlo sido en alguna de sus vidas pasadas, no mentiré diciendo que la perfecta Margaret no tenía error alguno, siempre andaba de la manera correcta, hablaba con tal propiedad que nosotros nos veíamos como simios a su lado y, sobre todo, tenía la altivez que una princesa pudo tener en el siglo XVIII, era la maravillosa Margaret Lascelles, que tenía algún lazo de sangre con la familia real inglesa, aún no confirmado, pero que como dije, la adoraban como una verdadera princesa.
Aquel día, un martes por la tarde, vimos caminar a la real pareja, con gestos demasiado serios incluso para ellos, hacia la salida de la escuela a paso presuroso, un poco más parecía que quisieran empezar a trotar y luego correr, pero era nunca pasó, después de pasar por nuestro lado, ignorar la burla de Sam y verme con tanto desprecio como podía, Margaret desapareció tras cruzar las grandes puertas de madera que permanecían abiertas para despacharnos de una vez a nuestras casas.
- ¿Soy yo o ha hecho como si no existiera? – pregunto indignada mi amiga.
Samantha Jones, mi mejor amiga desde los 9 años, una muchacha de cabellos rojos largos y rizados, con mil pecas en el rostro y con aspecto de una pequeña niña de 10 años, no había cambiado mucho desde que la conocí, era adorable a la vista, aunque en el último año me di cuenta que su blusa blanca de uniforme había sido cambiada al menos tres veces y que el saco que formaba parte de este, le quedaba algo pequeño en el pecho, eso mismo, mi amiga ya se convertía en toda una mujer.
- Ella normalmente me lanza una mirada asesina – se quejaba a mi lado mientras esperábamos el autobús – Me hace sentir realmente frustrada no ver su rostro sulfurado antes de irme a casa – suspiró - ¿Ahora cómo me voy a divertir mientras hago los deberes? – eso me hizo reír.
Sam tenía una personalidad muy abierta, era alegre y también muy irónica cuando no le caías bien, había días que simplemente siendo ella misma se ganó muchos problemas, pero como su amiga la pienso defender. Nadie podía culparla de haberle lanzado un ratón de juguete a Fabiana Johnson a los 11 años mientras ella salía del baño y haber hecho que entre en un estado de histeria por al menos treinta minutos, era una simple broma tras haber tenido que soportar a la “victima” cortándole el cabello a Marianne Blumer solamente porque ella no quiso que continuaran las burlas sobre su cabello, que estaba algo… extravagante… con aquel peinado de los años 20 que su mamá tanto adoraba hacerle. Y fue entonces que Sam sin medir consecuencias vengó a la delicada Marianne, que ningún mal había hecho.
Después de aquel incidente, tuvo una suspensión de tres días y tuvo que prometer que no volvería a hacer ningún tipo de travesura en lo que restaba del año, aunque claro, conociendo como era, era demasiado que esperar y sus padres ya lo sabían, puesto que solo se limitaron a suspirar viendo con ojos suplicantes a su traviesa niña y rogándole con ellos que no hiciera nada en los últimos dos meses que le quedaban. Al menos esos dos meses ella se comportó, solo porque su mamá le dijo que era necesario hacerlo o la mandarían a un internado para controlar su comportamiento, cosa que nunca iba permitir. Luego de terminar el año las cosas volvieron a su normalidad, pero no volvió a ganarse ningún suspenso y yo también intentaba continuamente que ella no se le ocurriera cosas que la delataran, por lo menos, y la dejaba ser ella misma el resto del tiempo.
- Tómalo con calma – dije viendo la hora y dándome cuenta de que el autobús estaba retrasado al menos diez minutos - Seguro tuvo una pelea con su fiel protector.
Claro, no mencioné a su compañero, él era algo así como un perrito que iba tras su dueña todo el día, no sabía su nombre a pesar de ello y eso se debía que solamente había llegado desde no sé dónde (no lo recuerdo) a Londres hace apenas dos meses y desde entonces era una lapa con Margaret, me preguntaba si incluso la seguía al baño, eso hubiera sido un buen motivo para que dejen de creer en la perfección de la susodicha, pero lo veía imposible.
- Bueno deja de ver el teléfono y préstame atención – reclamó Sam – No creo que te vaya a llamar hoy tampoco.
Suspiré, estaba evitando de manera desesperada no hablar del tema, no deseaba inundarme con recuerdos desagradables de la semana pasada, prefería seguir hablando de Margaret y eso era preocupante – No lo espero – dije sin energía, la verdad era que lo esperé, hasta el día anterior, pero en ese momento lo que menos quería era volver a saber de él.
- Claro – dijo ella sin insistir más en el tema – Pero eres consciente de que no te creo ¿no?
Si, lo era.
- No es momento de hablar del tema, más que eso, el autobús va atrasado ya más de quince minutos y tengo que regresar rápido a casa.
- ¿No te han dicho tus padres para que necesitan con tanta urgencia tu presencia en la visita de unos amigos suyos de los que nunca habías escuchado su nombre? – y ahí estaba el espíritu investigador de mi mejor amiga.
- No, solamente comentaron que cuando salga regrese directamente a casa sin detenerme en ningún lugar.
Esa misma mañana mi madre me detuvo antes de salir de casa y con tono serio y contundente me dijo – No te atrevas a ir por ahí después de clases, regresas inmediatamente a casa, cariño, unos amigos de tu padre y míos vendrán hoy a visitarnos y tú debes estar aquí para recibirlos – y luego con un beso se despidió de mi diciendo que si no me apresuraba iba a llegar tarde.
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Editado: 28.12.2019