Aeterna

II

Había pasado una semana desde aquella charla, aquel día tuvieron momentos muy reveladores y las respuestas a mis tantas preguntas solo fueron más confusas que la misma situación.

Ninguno de los presentes fue capaz de contestarme claramente en ningún momento, sus palabras iban por las ramas y me sumergían en la incomprensión cada vez más, tal fue la situación que terminé resignándome a que no me dijeran más de lo que ya tenían planeado.

- ¿Entonces ese miserable te llamó? - preguntó incrédula mi amiga mientras íbamos caminando a paso lento a la estación de buses - ¡¿Qué es lo que le pasa por la cabeza?! – siendo su grito sofocado por las muchas voces que nos rodeaban.

Aquella madrugada mi teléfono sonó incontrolable hasta el punto de despertarme, afuera, a través de mi ventana, aún el sol estaba escondido y la oscuridad tragaba mi habitación. Contesté adormilada esperando que el asunto para despertarme en medio de la noche fuera importante.

-Tenemos que hablar – fue lo primero que escuché al otro lado de la línea - Me costó contactarte, Soph – aquella voz era conocida – Estas últimas semanas han sido un caos, no tienes idea de cuánto intenté hablar contigo – era Alan, mi ex novio.

- Tendrá el descaro de buscarte - refunfuñaba Samantha a mi lado - Él sabía que solamente tú contestaría si estabas medio dormida – y ella tenía un buen punto, de haber estado completamente consciente no hubiera hecho caso a su llamada, pero no le fue de gran ayuda haberlo hecho tampoco, luego de escuchar algunas palabras suyas dando excusas por su ausencia en las últimas semanas me quedé completamente dormida.

Una semana atrás tal vez no me hubiera dejado ganar por el sueño, hubiera hablado con el claramente y tal vez, solo tal vez, hubiera accedido a sus disculpas y olvidado todo, pero las circunstancias habían cambiado y todo eso ya no era posible.

- No importa de todos modos Sam, como ya te dije, ni siquiera recuerdo lo que dijo – comenté mientras suspiraba – Además dudo que haga algo, no aparecerá frente mío por ahora.

Mientras hablaba noté que Samantha miraba fijamente a un punto frente nuestro, su miraba mostraba recelo y sus pasos cada vez iban más lentos, así que por instinto seguí la dirección de sus ojos y me di cuenta del motivo por el cual su actitud se había tornado oscura, por así decirlo.

Mi mirada se posó en alguien, una persona que caminaba a unos metros de nosotras, entre la multitud de los alumnos de Saint Lauren, un chico de cabello café y tes clara, mientras era observado fijamente por toda muchacha que se cruzaba con él, él buscaba con la mirada entre los uniformes, buscaba sutilmente entre la multitud.

Yo conocía a esa persona.

Era Alan.

...

- Entonces ¿estás segura de que él no está muerto en algún lado? - bromeó Samantha mientras buscábamos un lugar para resguardarnos de la lluvia - Deberías comenzar a ir visitar hospitales por si las dudas - continuó ella – Incluso, si no deseas darte un paseo por cada hospital que encuentres, le puedes pedir a tu padre que pregunte entre sus amigos.

- Él está bien - reí - Seguro comenzaron sus exámenes – suspiré, Samantha odiaba a mi novio, ella decía que lo que menos puedes esperar de ese tipo de chicos era seguridad, solía sermonearme diciendo que un día iba a golpearme la cara con el muro de la realidad - Ya aparecerá – esperaba.

Habían pasado ya dos semanas desde la última vez que supe algo de Alan, estaba preocupada, pero a veces ocurría eso, desaparecer sin más y de la noche a la mañana encontraba un mensaje suyo diciéndome que estuvo ocupado con la universidad. Eso ya era costumbre.

Claro Samantha Jones jamás de tragaba una palabra suya. Decía que aquello le sonaba a mentira – ¡No creas en ese chico! – solía desesperarse.

- Oye ahí hay un café - señaló ella al otro lado de la acera - ¡Vamos! – y corrió escapando de la lluvia.

Una vez dentro el calor chocó contra nuestros cuerpos fríos y una vez encontramos una mesa libre pedimos una taza de café para cada una. 

- Llamaré a mi mamá para que venga por nosotras - ofrecí al ver que la lluvia no aminoraba, sino al contrario, cada minuto que pasaba más intensa se volvía, tanto así que apenas se distinguían a las personas pasar frente al local - Esperame aquí – pedí y salí un momento para contactarme con mi madre.

Pude distinguir en medio de la lluvia un cielo gris, tan gris que me aseguraba que lo único que podía esperar era una gran tormenta para esa noche. Vi al cielo un poco más y rogué que mi madre pudiera venir a rescatarnos, pero para desgracia nuestra ella no podía ayudarnos.

Mi madre se encontraba en un atascamiento del cual intentaba salir hace media hora y no lo lograba, tal como se veían las cosas ella recomendó que tomáramos un taxi y llamáramos a la madre de Sam para avisarle que llegaríamos tarde – No esperen que la lluvia se detenga – advirtió antes de colgar – Según tengo entendido durará hasta mañana.

Ya resignada, dirigí una mirada más al cielo resignada a empaparme con las grandes gotas que caían cada vez más fuerte. En lo que suspiraba y decidía como darle la mala noticia a mi amiga, una muchacha de cabello rubio golpeó mi hombro y entraba al local acompañada de alguien. No recibí disculpa alguna, aunque tampoco me importaba mucho, apenas había distinguido el color de su cabello gracias a una suave neblina que comenzaba a aparecer.




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