MAYA
Año 2120.
Persistencia, la palabra que más usaba mi madre cuando estaba molesta. Persistir para vivir, persistir para no morir. Persiste Maya, deja de pensar en rendirte por un minuto.
El mundo estaba frito, la humanidad sobrevivía como podía.
Y todos anhelaban estar en la isla.
Crecí oyendo hablar a todo el mundo sobre ello, solo hay cuatro islas, una para cada continente. No conozco lo que pase en las otras, pero la nuestra tenía un estricto programa para poder vivir en ella.
Mi madre me había preparado desde los trece para que entrará, pero hasta la fecha, ahora con veinte años, no habíamos tenido éxito.
Cuando tenía siete, un hombre se metió a la playa, jurando llegar nadando hasta su nueva vida; todos fueron espectadores, esperando noticias de que el hombre había llegado, que quizá todos podían hacer lo mismo.
Pasó un mes, y lo único que dijeron las autoridades, fue que se lo habían consumido los tiburones.
La gente perdió mucha fe ese día, estábamos muy cerca y a la vez muy lejos de poder tener una vida mejor.
Todo era muy caro, un trozo de pan te podía costar una semana trabajando; la carne ni se diga. Mi madre trabajaba para el agua, yo para la comida y mi hermana para las ropas.
Las costas estaban cerradas, no nos era permitido ir a pescar a menos que pagáramos una fuerte suma de dinero.
El mundo era peligroso, pero como siempre, había gente líder, que se querían hacer los jefes y cobraban hasta por respirar. Querer abusar de los más pobres era el pan de cada día; mi madre me decía que no debía meterme cuando sea testigo, lo menos que quería era tener problemas con esas personas.
Faltaba una semana para la selección de chicos para aislarse en el programa y poder entrar a la isla. Mi madre había ahorrado todo el año, era un hecho que estaría dentro; la suma de dinero que había dado era el total de un año de comidas.
Ella había apostado por mí, porque mi hermana se negaba a entrar al programa, ella estaba asustada. Los chicos mueren, Maya, no puedes estar segura de poder entrar a la isla. Me lo dijo. Pero yo confiaba en mí, completamente.
Y si ganaba, tendría el derecho de llevarme a alguien de mi familia; Nora me hizo jurar que me llevaría a mamá, a pesar de lo que ella quería, pero estaba en una disputa, mi madre solo quería que mi hermana y yo tengamos un lugar mejor para vivir, a pesar de que no la veamos jamás.
Me quité la mochila para poder lavarme las manos, mi madre estaba preparando frijoles en la pequeña parrilla que había conseguido en el basurero. Nora era buena reparando cosas, y muchas veces la basura nos era muy útil.
—¿Y Nora? —pregunté cuando entré al pequeño cuarto que compartíamos y no estaba.
—Dijo que no tardaba, fue a la farmacia a ver si le alcanzaba para un medicamente —Me explicó mi madre—, lleva días sin sentirse muy bien.
Mi padre se había ido hace años, nunca volvió. Mi madre era mayor a los cincuenta, tuvo a Nora a los veintitantos. Nora ya estaba en los treinta.
Mi madre colocó los tres platillos sobre la madera en donde comíamos; y un jarrón con agua, nos repartíamos un litro y media al día.
—¿Está enferma? —pregunté con un poco de preocupación.
Mi madre negó, haciendo una mueca de dolor cuando se iba a sentar.
—Maya, quiero que no te rompas la cabeza en ningún otro asunto, debes de concentrarte en el programa —respondió, y sentí una presión en mi estómago—, persiste y entonces su vida cambiara.
La puerta se abrió y Nora entró, sonriéndome cuando me vio. Ella era famosa entre el pueblo, la chica más hermosa de la ciudad, susurraban entre las personas. Y sí lo era, mucho más que yo y mi madre juntas.
Era buena persona, con los ancianos, los niños. Reparaba cosas y las regalaba; muchas veces alimentaba a los niños y animales callejeros, Nora era todo lo que yo quería ser algún día. Pero no me salía tan natural como a ella.
Se sentó y me dio la mano por debajo de la mesa, guiñándome el ojo. Vi el objeto que había puesto en mis dedos, un anillo de caramelo, como cuando éramos niñas.
—¿Te ha alcanzado para el medicamento? —preguntó mi madre, mirándola.
—Solo lo esencial, mamá, pero es suficiente para dos meses.
—¿Dos meses? —Inquirí un poco alarmada—, ¿qué te pasa?
Mi madre miró a Nora en advertencia, y Nora apretó mi mano para hacer un gesto de despreocupación.
—Solo es un bajón, Maya, tú no debes preocuparte por nada.
Y aunque lo decían, lo repetían, yo no podía dejar de sentirme preocupada.
Comimos en silencio; como de costumbre, el frio comenzó a traspasar la madera y mi madre puso una vela en medio de la habitación. Miré la luna amarilla por la ventana.
—No quiero que salgan —habló mi madre desde la puerta—, espero llegar antes de que se vayan.
Mi madre trabajaba de noche como sexo servidora, nunca nos permitió meternos en su empleo. Nora sí había tenido novios, pero a mí no me importaba mucho tenerlos; los hombres eran estúpidos.
—Dime qué pasa, Nora —La encaré cuando vi que mi madre se había retirado—, no soy tonta, sé que algo me quieren ocultar.
Nora frunció el ceño, suspirando mientras se cobijaba.
—Mi madre no quiere que lo sepas, pero yo prefiero que estés tranquila —murmuró, dándose la vuelta entre las cobijas para encararme—; estoy embarazada.
No pude fingir la sorpresa cuando salió de sus labios.
—¡Nora! —Farfullé—, dijiste que te cuidabas.
Ella miró el techo. Lo cierto es que en todo este tiempo nunca habíamos conocido a su novio; pero ella parecía muy enamorada.
—Me casaré, Maya, por ello te imploro que te lleves a mamá —me miró de nueva cuenta—, yo estaré mejor, me mudaré con él y viviremos mejor.
Me senté sobre la cama de un salto.
—No me digas que estas saliendo con uno de la alta —sentí el pánico en mis palabras.