Alyskara - Aura Gris

Capítulo 4

—¿Un rechazado? —pregunté confundida mientras no puedo evitar tocar esas alas y sentir el contacto tal como si fuesen una de mis extremidades.

¿En verdad son mías? Mis manos tiemblan sin saber si esto es real, pero puedo sentirlas, e incluso si intento tirar de sus plumas siento dolor. Es extraño, intentó moverlas y sin siquiera pensarlo se extienden frente a mis ojos, aunque no con la agilidad esperada. Tiemblan como las piernas de un cervatillo recién nacido.

—Tus alas debieron ser enormes, negras, tan oscuras que deberían ser capaz de mostrar tonalidades rojizas y azules —habló Brando cruzando los brazos, preocupado—, ¿qué es lo que falló?

Bufé, antes de colocarme de pie y sacudir mis pantalones. Detuve mis ojos en Brando que parece aún desconcertado.

—De seguro es porque no soy la mujer que buscabas y...

Sin dejarme terminar, Brando me tomó de ambas manos con sus ojos de tono violeta detenido en mis ojos. No entiendo su sobre exagerada reacción, y lo contempló sorprendida sin saber qué esperar.

—No, un humano cualquiera no podría tener alas, aunque se use las palabras de liberación. Además, tus ojos son ahora dorados, como los ojos de ella, mi emperatriz...

Me solté de sus manos. No soy su emperatriz, además ¿ojos dorados? No entiendo nada de lo que habla. Ojalá con esto me deje en paz, solo quiero volver a mi vida normal, y olvidarme de todo esto.

—No me culpas si no soy la persona que buscas, ya te lo advertí, además dices que ella tenía alas negras, las mías son grises —señalé con seriedad—. ¿Podrías mejor volverme a la normalidad? Así puedes buscar a tu emperatriz. Si tienes algo para que olvide la memoria, te permito usarla, siempre y cuando no tenga efectos secundarios.

—¡Eres mi emperatriz! —habló con seguridad.

Lo miré de reojo. Si fuese esa emperatriz, mis alas deberían lucir más espectaculares que las suyas, en cambio, son más pequeñas, deslucidas y de tono gris, ¿qué otra prueba quiere? Y si tengo sangre de un ser celestial, o sea que soy un descendiente de uno de ellos, no soy esa mujer que busca. ¿No puede entenderlo?

—Has dicho antes que soy un "rechazado" —señalé con seriedad—, no creo que tu emperatriz lo haya sido, ¿no es así?

No respondió, solo desvió la mirada, es seguro que él mismo ya está dudando, solo falta empujarlo un poco más para que lo considere y me devuelva a mi lugar. Pero contra todo pronóstico se acercó sosteniéndome entre sus brazos.

Abrí los ojos sin creer su reacción.
—No importa, si eres una rechazada, no dejaré de amarte...

Sus manos se aferraron con más fuerzas en mi cintura y pese a querer librarme de su abrazo no hubo forma que me dejará libre.

—En todo caso, ¿a qué te refieres con un rechazado? —pregunté desviando la mirada al ver su rostro tan cerca del mío.

—Un rechazado —habló el mayordomo con orejas de gato—, es un ser alado que no pertenece a ninguno de los dos reinos. Es un paria porque no es aceptado por los ciudadanos de ninguno de los dos reinos, al no poder demostrar a qué lugar pertenece no recibe ningún título.

Me coloqué sería. Lo que me faltaba, como humana, me he pasado siendo rechazada por las personas del sexo opuesto, y ahora, como un ser alado, soy rechazada por todos. Siento que he empeorado en mi nivel.

—Bien, entiendo, mira ya es tarde —le hablé al ángel demoniaco que sigue sin soltarme, así que le palpé la cabeza como si fuese un gatito—. Sé bueno, ¿puedes volver a ponerme mi forma normal? Mañana tengo que levantarme a ir a trabajar.

—¿Quieres dejarme? —preguntó desilusionado, soltándome al fin.

—Tengo que ganar dinero para vivir, no como aire ni pago las cuentas con hojas de árboles...

Dije seriamente intentando caminar, pero como no puedo ahora encoger las alas, voy chocando con los muebles volcando todos los objetos que se encuentran encima de ellos. La casa es amplia pero no para alguien torpe como yo.

—Hazlo tú, deberías poder hacerlo —dijo Brando con seriedad.

—No sé como, tú enséñame...

Desvió la mirada, suspirando, molesto. En verdad no parece tener intenciones de ayudarme.

—Si lo hago vas a huir, te quedarás así hasta que resolvamos esto —y sin decir más chasqueó los dedos desapareciendo ante nuestros ojos.

¿Acaba de dejarme así? ¿Qué voy a hacer ahora con estas alas que no puedo controlar? Mis ojos se detuvieron en Waldo, quien solo se alzó de hombros. Mientras Octavio, el gato montes, apareció para avisar que la cena estaba servida. Pero con estas alas que no parecen obedecerme terminé casi volteando la mesa.

Ambos gatos intentaron detenerlas, pero no hubo caso, ni siquiera pudieron amarrarlas como se los pedí, porque estas alas desobedientes se negaron a obedecer y comenzaron a aletear sin motivo alguno. Al final solo opté por comer un trozo de pan, viendo como la sopa que olía tan bien, las ensaladas que lucían tan apetitosas, y hasta el postre, terminaron por decorar el piso de colores.

Acostada en la cama de la habitación que me pasaron, tuve que acostarme de frente. Estas alas no dejan de agitarse, desplegarse, moverse. Sin dejarme dormir, cada vez que comienzo a dormirme se agitan como si intentasen volar, y cuando siento que mi cuerpo se despega de la cama y me aferro a la cabecera gritando me deja caer con poca delicadeza contra el colchón.

Cansada me senté sobre la cama, llamando a Waldo y pidiéndole unas tijeras. Estoy agotada, ojerosa, con dolor de cabeza, con ganas de mandar todo a la punta del cerro, mientras estas alas no dejan de moverse.

Cuando al fin tuve las tijeras en las manos hice el ademán de querer cortar mis alas, al ver esto Waldo se asustó de inmediato e intentó detenerme.

—¡Ni se te ocurra! —le dije amenazante haciéndolo retroceder—, si estas alas se niegan a obedecerme voy a cortarlas, no me sirven dos alas desobedientes y atrevidas.

Y al decirlo, mis dos alas mágicamente dejaron de moverse. Suspiré aliviada, deje las tijeras sobre el velador, y me preste a dormir. Waldo solo me miró en silencio, soltó un suspiro de alivio antes de abrir la puerta, pero apenas lo hizo Brando apareció entrando en la habitación.




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