Eliam Ferrari
El sonido estridente del móvil irrumpió en mi placentero sueño, obligándome a salir de la cómoda ensoñación. Con movimientos torpes, tanteó el velador en la oscuridad hasta encontrar el dispositivo. Tumbado boca abajo, con la cabeza enterrada en la almohada, llevé el teléfono a mi oído, aún entreabriendo los ojos.
— Qui… — apenas articulé una palabra cuando una voz enérgica me interrumpió del otro lado de la línea.
— ¡Jean Pierre Ferrari! — La voz inconfundible de mi madre resonó, sacudiéndome del letargo y obligándome a sentarme rápidamente en la cama.
— Madre… — Intenté hablar, pero nuevamente fui interrumpido.
— Madre nada. ¿Ya viste la hora que es, Jean Pierre? — La regañina materna se filtraba claramente a través del auricular, confirmándome que la situación no era nada favorable.
— Lo siento, madre. — Alejé el móvil lo suficiente como para vislumbrar la hora en la pantalla. ¡Diablos! Eran las dos de la tarde —. Mamá, perdona. En serio, lamento no poder ir. Anoche salí a un club con Fabricio, bebí de más. Y si no es por tu llamada, no despertaba — admití, consciente de que mi explicación no sería suficiente.
— Me dejaste plantada, hijo. Ayer quedamos en que te esperaría para el desayuno. — Su tono era firme, y sin duda, la decepción se reflejaba en sus palabras.
— Lo siento, te lo recompensaré. Me cambio y salgo para allá. — Hablé mientras me masajeaba la frente, tratando de aliviar el repentino dolor de cabeza.
— Está bien. Te espero, hijo. — Cortó la llamada abruptamente, sin darme tiempo para despedirme. Me quedé allí, con la conciencia pesada, preparándome para enmendar mi error y cumplir con la promesa de estar junto a mi madre.
Después de la llamada de mi madre, arrojé el móvil descuidadamente a un lado de la cama. Al hacerlo, la realidad de mi situación me golpeó como un balde de agua fría: estaba solo en la habitación. Los recuerdos de la noche anterior comenzaron a inundar mi mente, especialmente los encuentros apasionados con la enigmática rubia de ojos hechiceros. Cerré los ojos y dejé que los detalles se deslizaran en mi conciencia.
Reviví la manera en que su cuerpo se ajustaba perfectamente al mío, como si fueran piezas destinadas a encajar. Los jadeos y gemidos resonaban en mi memoria, creando una sinfonía erótica que aún reverberaba en mis oídos. Recordé cómo ella suplicaba por más, cómo cada movimiento parecía aumentar la intensidad del deseo compartido. Solo con pensar en ello, mi deseo por repetir la experiencia se encendía de nuevo.
Sin embargo, en medio de mi fantasía, una revelación desconcertante me golpeó. No sabía ni su nombre ni tenía su número. Una pregunta intrigante se apoderó de mi mente: ¿repetir o no? Me negué a la idea, aunque mi cuerpo y mente anhelan revivir la pasión de esa noche. «No repito con la misma», me dije a mí mismo, pero la contradicción resonaba en mis pensamientos.
De repente, mi expresión cambió a una de consternación. La cama mostraba manchas de sangre, y una serie de maldiciones escaparon de mis labios. "«Joder!», «¡Mierda!», «¡Demonios!», «¡Puta Madre!» murmuré, mientras mis ojos se posaban en la evidencia. La impactante realidad se manifestó frente a mí: había tenido relaciones sexuales con una virgen.
La incredulidad se apoderó de mis pensamientos. ¿Cómo era posible que ella, que no parecía para nada virgen, hubiera resultado serlo? Una risa nerviosa escapó de mis labios mientras procesaba la sorpresa. «Claro», pensé sarcásticamente, «Por eso estaba tan estrecha». La ironía de la situación me golpeó con fuerza, y con cada maldición murmurada, me di cuenta de que mi noche de pasión había tomado un giro inesperado y complicado.
Aunque en medio del caos mental, una chispa de alivio surgió al recordar un detalle: ella era virgen. Esa pequeña certeza se presentaba como un consuelo, una luz en la oscuridad de las complicaciones. «Al menos eso es uno menos de los problemas», reflexioné, reconociendo que su virginidad reducía el riesgo de contraer enfermedades.
Aunque esta pequeña certeza no calmaba del todo la tormenta de preocupaciones que se avecinaba, al menos proporcionaba un destello de esperanza en medio de la incertidumbre.
[•••]
Estacioné el auto en la cochera de la villa de mis padres justo cuando la luz del día comenzaba a ceder ante la llegada de la noche. Bajé del vehículo y aseguré las puertas, encaminandome hacia la entrada principal. Mientras esperaba que abrieran, saqué mi móvil, que había estado ignorando desde la llamada con mi madre. Numerosas llamadas perdidas de Fabricio capturaron mi atención; aún no nos habíamos vuelto a hablar desde la noche anterior, cuando nos despedimos tras una noche de copas.
La puerta fue abierta por una de las empleadas de la casa, y, tras un breve saludo, me dirigí al salón principal. Ahí estaban mis padres, mis hermanas y, para mi desdicha, «la mujer insoportable y sus padres» Maldije en silencio por haberme metido en esa complicada situación. «No debí meter mi polla en su coño», pensé, lamentándome por el lío en el que me había metido con esa mujer que parecía no querer dejarme en paz.
Carraspeé, atrayendo la atención de todos hacia mí. Tragué saliva, lamiendo mis labios antes de tomar un pequeño suspiro.
— Buenas noches — saludé mientras avanzaba hacia mis padres para darles un abrazo y saludo apropiado. Luego, me dirigí hacia mis hermanas, quienes me fulminaron con la mirada, y saludé a regañadientes a las castañas expectantes —. Isa, Rebe — las mencioné, recibiendo respuestas con asentimientos de cabeza.
Continué mi recorrido hacia los demás invitados, extendiendo mi mano a los padres de Coraline.
— Caroline — la nombró, y ella se sonroja. «Si tan solo supiera que no me causa nada» pensé, mientras me separaba rápidamente tras el protocolario beso en la mejilla —. ¿Cómo estás? Hace meses que no te veía.