Amor no correspondido

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

Rouse Moretti

Siempre escuché decir que después de la tormenta viene la calma, pero, en mi caso, eso parece más una mentira reconfortante que una verdad. Me miro al espejo y veo una versión de mí que apenas reconozco. El vestido blanco, el maquillaje perfecto, todo esto debería ser un sueño, pero para mí es una pesadilla disfrazada de tradición.

Las palabras de consuelo que alguna vez me dijeron resuenan en mi mente, pero ahora suenan huecas. "Después de la tormenta, viene la calma". ¿Qué tormenta? ¿Qué calma? Si he aprendido algo, es que la vida tiene una manera cruel de prolongar la tormenta cuando menos lo esperas. Y siento que mi tormenta recién está comenzando.

Layla entra en la habitación, con esa mirada que lo dice todo sin necesidad de palabras. No hace falta que me diga que ya están todos esperando. Puedo sentir la presión de sus expectativas aplastándome, obligándome a seguir adelante. Asiento, no porque esté lista, sino porque no tengo otra opción.

Cada paso que doy hacia esa ceremonia es un paso más hacia el ojo de la tormenta. Veo a Alessandro, el hombre con quien se supone debo pasar el resto de mi vida, parado junto al altar. Su rostro es una máscara de indiferencia, pero yo sé que debajo de esa fachada hay tanto caos como en mí.

—¿Lista? —me pregunta cuando llego a su lado. No sé si estoy lista, pero sé que no puedo retroceder. Si este es el comienzo de mi tormento, entonces tendré que enfrentarlo con la misma determinación con la que he sobrevivido hasta ahora.

La calma nunca fue para mí. Y si la tormenta está destinada a continuar, entonces lo único que puedo hacer es aprender a navegar en ella, sin importar cuánto tiempo dure. Porque, al final, no importa cuán fuerte sea la tormenta, sé que sobreviviré. Y, algún día, cuando todo esto termine, seré más fuerte por ello. Pero, por ahora, debo concentrarme en lo que tengo frente a mí: un altar, un hombre, y una vida que jamás imaginé.

Mientras el sacerdote recita palabras que apenas registro, mi mente se aleja de la ceremonia, perdida en un torbellino de pensamientos. La voz monótona y grave resuena en el fondo, mezclándose con el susurro de la multitud que ha venido a presenciar esta farsa. La sala está llena de rostros familiares y extraños, todos fingiendo alegría mientras se preparan para ser testigos de un enlace que ninguno de los dos realmente deseaba.

Alessandro está a mi lado, su presencia imponente y distante. Su mano se encuentra con la mía en un gesto mecánico, pero no siento ningún calor. Es como si estuviéramos interpretando papeles en una obra que alguien más escribió para nosotros. El hombre al que alguna vez quise, o al menos eso creía, ahora es un extraño que se ha convertido en mi compañero de tormenta.

Pienso en cómo llegué hasta aquí, en todas las decisiones que no fueron realmente mías. Pienso en mis hijos, en su futuro, y en cómo esto podría afectarles. Ellos son la razón por la que sigo adelante, la razón por la que me esfuerzo por mantenerme a flote en esta tempestad. Sus rostros inocentes me dan fuerzas para soportar lo insoportable.

Mis pensamientos se interrumpen cuando escucho al sacerdote decir mi nombre. Es el momento de pronunciar los votos, esas palabras solemnes que deberían significar algo profundo y eterno. Pero para mí, cada palabra es una cadena que me ata aún más a este destino que nunca elegí.

—Rouse Moretti, ¿aceptas a Alessandro D'Angelo como tu legítimo esposo...? —la voz del sacerdote se alarga, esperando mi respuesta.

Siento la mirada de todos sobre mí, una presión invisible que me empuja a decir lo que se espera de mí. Miro a Alessandro a los ojos, buscando alguna señal, algún rastro de la persona que una vez conocí. Pero lo único que encuentro es la misma fachada fría que ha aprendido a llevar tan bien.

Respiro hondo y finalmente hablo, mi voz apenas un susurro:

—Sí, acepto.

Las palabras salen de mi boca con una mezcla de resignación y desafío. En ese momento, sé que no estoy aceptando a Alessandro como mi esposo; estoy aceptando la batalla que se avecina, la tormenta que ya siento en el horizonte.

El sacerdote continúa, y Alessandro responde con su propio "sí, acepto". Nos miramos, pero el significado detrás de nuestras palabras no es el mismo. Él está tan atrapado como yo, y ambos lo sabemos.

Cuando llega el momento de los anillos, las manos de Alessandro tiemblan ligeramente. Pasa el anillo por mi dedo, y yo hago lo mismo con él. El metal frío es un recordatorio de la realidad en la que me encuentro, de las promesas que acabo de hacer, aunque en mi corazón sé que esas promesas están vacías.

Finalmente, el sacerdote declara que somos marido y mujer. La sala se llena de aplausos, pero para mí, suenan como truenos anunciando una tormenta inminente.

Alessandro se inclina para besarme, y nuestros labios se encuentran brevemente. El beso es formal, sin emoción, una mera formalidad que nos recuerda a ambos lo que acabamos de hacer.

Cuando nos giramos para enfrentar a la multitud, siento una extraña calma, una especie de aceptación de lo inevitable. La tormenta no ha terminado; de hecho, creo que acaba de comenzar. Pero estoy lista para enfrentarla, porque sé que, pase lo que pase, no me romperé.

Camino al lado de Alessandro hacia la salida, con una sonrisa que no llega a mis ojos, sabiendo que este es solo el comienzo de un nuevo capítulo en mi vida. Un capítulo lleno de incertidumbre, de lucha y de tormento. Pero también sé que, de alguna manera, sobreviviré. Porque siempre lo hago.

(...)

Todos bailan felices en la pista, celebrando una nueva unión. Las risas y la música llenan el aire, pero yo me encuentro en una esquina del salón, lejos de todos. Los observo desde la distancia, como si todo esto fuera una película en la que no tengo un papel protagónico, solo una espectadora. El vestido blanco que llevo puesto se siente pesado, como si cada capa de tela estuviera impregnada de las expectativas que otros han puesto sobre mí.



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En el texto hay: embarazo, celos drama, dolor amor

Editado: 02.09.2024

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