Nunca creí que el primer día del semestre pudiera sentirse tan… dramático.
Desperté treinta minutos tarde, derramé café sobre mi blusa blanca y, para colmo, el autobús pasó justo cuando estaba a medio metro de la parada.
Así que ahí estaba yo: corriendo bajo la lluvia, con la mochila empapada, el corazón a mil y el orgullo hecho trizas.
—Perfecto —murmuré, intentando cubrirme con una libreta que no servía de paraguas—. Primer día y ya parezco extra de un drama triste.
Cuando por fin llegué al campus, el reloj marcaba las 8:14. La clase empezaba a las 8:00.
Respiré profundo, recé por un milagro y entré al aula intentando no hacer ruido.
Error.
Cincuenta cabezas se giraron al mismo tiempo.
El profesor alzó una ceja.
—¿Nombre?
—Emily… Emily Carter.
—Bien, señorita Carter, bienvenida. Su compañero de asiento será… —miró su lista— Mark Collins.
Miré hacia el fondo. Y ahí estaba él.
Una sonrisa traviesa, cabello despeinado y una chaqueta que claramente no era parte del uniforme.
El tipo tenía pinta de saber exactamente lo guapo que era.
Me acerqué con paso torpe, sintiendo todas las miradas encima.
—Hola… —dije bajito.
—Llegas tarde —comentó, sin apartar la vista de su celular.
—Gracias por el recordatorio, reloj humano.
Él rió.
—Me gusta, tienes carácter.
—Y yo tengo límites —respondí mientras sacaba mis apuntes.
A los cinco minutos, comprendí por qué todos hablaban de él.
No tomó una sola nota, pero de alguna forma entendía todo lo que el profesor decía.
Cuando me di cuenta de que lo miraba, él ya me estaba observando también.
—¿Qué? —pregunté, incómoda.
—Nada, solo que tienes una expresión divertida cuando intentas concentrarte.
—¿Divertida?
—Sí. Como un gato intentando resolver ecuaciones.
Tragué saliva.
¿Era un cumplido o una burla?
El resto de la clase pasó entre susurros, miradas esquivas y un papel que él deslizó hacia mí con su letra desordenada:
“¿Te gusta el café o el té?”
Rodé los ojos, escribí “té” y se lo devolví.
Él sonrió como si acabara de descubrir un secreto importante.
A la hora del almuerzo, salí al jardín con mi amiga Mina, que parecía saber todo lo que ocurría en el campus.
—¿Te tocó con Mark Collins? —preguntó, casi ahogándose con su bebida.
—Sí. ¿Y?
—¿Y? ¡Es el chico más popular de la facultad! Rompe corazones por deporte.
—Bueno, suena agotador —respondí encogiéndome de hombros.
Pero por dentro… no pude evitar pensar en su sonrisa.
Dos días después, empezó oficialmente nuestro proyecto de “Comunicación Visual”.
Nos reunimos en la biblioteca, donde se suponía que debíamos planear una presentación.
Digo “se suponía” porque Mark llegó veinte minutos tarde, con una bebida y los audífonos puestos.
—Llegas tarde —le dije, cruzando los brazos.
—Tranquila, genio, el talento siempre llega al final.
—O llega tarde porque se quedó dormido.
—Tienes razón. —sonrió—. Dormí cinco minutos más de la cuenta.
Intenté mantenerme seria, pero su descaro era demasiado gracioso.
Mientras trabajábamos, cada comentario suyo terminaba sacándome una sonrisa.
—¿Por qué estudias comunicación? —me preguntó de repente.
—Porque quiero contar historias que hagan sentir algo a la gente.
—Mmm… suena bonito.
—¿Y tú? —pregunté.
—Yo… —hizo una pausa— quiero vivir una historia que valga la pena contar.
Lo miré. No supe qué responder.
Por un instante, la broma se volvió silencio. Uno de esos silencios incómodos, pero extrañamente agradables.
Entonces él carraspeó y rompió el momento.
—Bueno, señorita té, ¿me enseñas tus ideas o solo vamos a mirarnos todo el semestre?
—Tú decides —repliqué con una sonrisa.
Una semana después, el rumor ya corría por todo el campus:
“Mark Collins tiene una nueva compañera.”
“Dicen que ella lo ignora.”
“¿Ignorar a Mark? ¡Eso no existe!”
Y sí, era cierto. Intentaba mantener la distancia… pero él no me lo ponía fácil.
A veces aparecía de la nada con una bebida:
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Editado: 12.11.2025