Amor Oculto

Capítulo 2: No es celos… solo curiosidad (creo)

Lunes.

Nuevo día, mismo problema: Mark Collins.

Por alguna razón, desde que terminamos el proyecto, el universo decidió que debía verlo en todos lados.

En la cafetería.

En la biblioteca.

En el pasillo.

Incluso en la parada del autobús.

Y lo peor: siempre me saludaba como si fuéramos los protagonistas de una telenovela.

—¡Emily! —gritó desde el otro extremo del pasillo esa mañana—. ¡Te traje té!

Cincuenta cabezas se giraron hacia mí.

Cincuenta.

Incluyendo la de la chica más popular del campus, Jane Zeller, quien claramente lo había escuchado.

Me acerqué, roja como un semáforo.

—¿Podrías no gritar mi nombre así?

—¿Así cómo?

—Como si me estuvieras declarando tu amor frente a toda la universidad.

—Ah… entonces no lo hago todavía.

—¡Mark! —le lancé una mirada asesina.

—Tranquila, bromeo. —Me entregó el vaso con una sonrisa—. Té de jazmín, sin azúcar.

—¿Cómo sabes que me gusta así?

—Tengo buena memoria.

Lo observé alejarse, saludando a todos como si fuera una celebridad.

Jane lo detuvo con una sonrisa perfecta.

Se inclinó hacia él, le dijo algo al oído y luego le tocó el brazo.

Él rió.

Y ahí, justo ahí, lo sentí.

Una punzada tonta, pequeña y absurda… pero real.

No eran celos.

No.

Definitivamente no.

Solo… curiosidad.

Más tarde, mientras almorzaba con Mina, ella me lanzó una mirada sospechosa.

—Estás rara.

—No estoy rara.

—Sí lo estás. Llevas diez minutos mirando al vacío con la cuchara flotando en el aire.

—Solo pensaba en… el proyecto.

—El proyecto terminó hace una semana.

—Ah. Entonces pensaba en… los exámenes.

—Mentirosa. Estás pensando en Mark.

La miré con indignación.

—¡No estoy pensando en él!

—¿Ah, no? —sonrió—. Entonces no te molestará saber que Jane le pidió estudiar juntos esta tarde.

—¿Qué?

—Tranquila, lo vi en el grupo del campus. Ella lo etiquetó. “@MarkCollins nos vemos en la biblioteca a las 5”.

—P-pero eso no significa nada —tartamudeé.

—Claro, claro —rió Mina—. Y tú solo estás “curiosa”, ¿verdad?

No respondí.

Solo hundí la cuchara en mi postre con más fuerza de la necesaria.

A las 5:10 p. m., por pura casualidad (según yo), estaba en la biblioteca.

Nada planeado. Nada raro.

Solo… pasaba por ahí.

Lo vi sentado con Jane, riendo.

Jane le tocaba el brazo cada dos segundos.

Él parecía cómodo.

Demasiado cómodo.

Intenté fingir que buscaba un libro.

De repente, su voz me alcanzó.

—Emily, ¿qué haces aquí?

Congelada.

Sonrisa forzada.

—Yo… eh… vine a estudiar.

—¿En la sección de literatura japonesa? —preguntó, levantando una ceja.

—Sí, me… me gusta. Los… haikus.

Jane me miró con esa sonrisa educada que en realidad significaba “no te metas”.

—Mark, ¿podemos seguir?

—Claro —respondió él, pero antes de girarse, me sonrió—. Luego te escribo, Emily.

Me alejé fingiendo calma.

Pero por dentro… bueno, por dentro era un completo desastre.

Esa noche, mientras intentaba concentrarme en mis apuntes, el teléfono vibró.

Mark Collins: “¿Llegaste bien a casa?”

Sonreí sin querer.

Yo: “Sí. ¿Y tú? ¿Terminaste de estudiar con Jane?”

Pasaron dos minutos.

Tres.

Cinco.

Mark: “¿Estudiar? Ella solo quería que la ayudara con una presentación. Me aburrí.”

Yo: “¿Ah, sí?”

Mark: “Sí. Mucho más divertido hablar contigo.”

Mi corazón dio un salto tan grande que casi tiré el teléfono.

Yo: “No digas cosas raras.”

Mark: “¿Por qué? ¿Te pone nerviosa?”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.