Anna Holloway miró por la ventana de su habitación, observando la lluvia que azotaba el cristal. El viento rugía como si tuviera una voluntad propia, arrastrando las nubes oscuras que cubrían el cielo. No era una tormenta común, eso lo sabía, pero no entendía por qué. Había algo extraño en el aire, algo que hacía que se sintiera inquieta, aunque no pudiera ponerle nombre.
A sus 16 años, Anna era una joven de cabello pelirrojo, largo y algo despeinado, que caía en ondas sobre sus hombros. Sus ojos color miel eran intensos, pero reflejaban una melancolía que solo ella entendía. A veces sentía que la vida la observaba desde fuera, como si no perteneciera del todo al mundo que la rodeaba. Dentro de dos días, cumpliría 17 años, pero a Anna no le emocionaba tanto como a los demás. Era solo otro año que pasaba en ese pueblito apartado, lejos de su familia, bajo el cuidado de su Nana. Sus padres biológicos la habían dejado atrás cuando aún era pequeña, y desde entonces vivió en ese rincón olvidado del mundo, alejada de la familia Holloway. A veces se preguntaba si algún día alguien vendría a buscarla.
—¡Anna! —gritó la voz de su Nana desde el pasillo—. ¡Baja ya! Los chicos están esperando abajo.
Anna suspiró y se levantó de la ventana. Ethan y Liam, sus dos mejores amigos, la esperaban en la cocina. Ethan era protector, serio, casi siempre callado, mientras que Liam tenía la risa fácil, el rebelde que nunca seguía las reglas, pero que siempre estaba ahí cuando más lo necesitaba. Ella pensaba que los conocía mejor que nadie.
Al bajar las escaleras, la luz cálida de la cocina la envolvió. Los chicos estaban sentados, charlando sobre algo que Anna no podía escuchar, pues sus pensamientos estaban ocupados en la tormenta que se desataba afuera. ¿Por qué se sentía tan… rara? Como si algo estuviera a punto de romperse.
—¿Te pasa algo? —preguntó Ethan, mirándola fijamente con sus ojos grises, como si pudiera leer sus pensamientos.
Anna sonrió, pero no pudo evitar que una sombra cruzara su rostro. Había algo inquietante en la atmósfera esa noche, algo que no se podía ignorar.
—No, solo… no me gusta la tormenta. —Anna intentó restarle importancia, pero la verdad era que algo más estaba ocurriendo. Había tenido sueños extraños últimamente, sueños en los que el clima cambiaba drásticamente, como si ella misma tuviera el poder de provocarlo. Había oído susurros en la oscuridad, pero no sabía cómo explicarlo.
—¿Sabías que Jamie Carrigan fue asesinado anoche? —preguntó Liam, interrumpiendo sus pensamientos con un tono casual, como si hablase del tiempo.
Anna se tensó. Jamie Carrigan había sido alguien conocido en el pueblo, pero hacía años que no lo veía. Recordaba las historias que su Nana le había contado sobre él, pero jamás imaginó que algo tan terrible podría ocurrir tan cerca de ella.
—¿Qué? —murmuró, sin poder creerlo. En su interior, una sensación extraña, como un presentimiento, la invadió.
La lluvia siguió cayendo con fuerza, y Anna no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de suceder, algo que cambiaría su vida para siempre.