—¿Había alguien más en casa cuando saliste esta mañana?– preguntó Esteban, asomándose desde la ventanilla trasera.
Alan pasó saliva, sus puños se aferraron al volante mientras observaba la puerta principal de su casa abierta de par en par.
—Nadie– negó.
—¿Bajamos?– Esteban lanzo una mirada alrededor —joder, esto da miedo... No se ve una sola alma, ya sea muerta o viva... El silencio es mas aterrador que el chillido de los zombies–.
Era verdad. Todo por ahí era silencio y paz, una paz aterrorizante. Como si el inferno de unas cuadras antes no hubiese tocado jamás ese lugar.
—Puede que hayan evacuado. Seguro no dieron tiempo a que las personas empacaran o tomaran sus autos, simplemente deben haberlos sacado deprisa– Alan intentó pensar con calma.
La evacuación era lo lógico, de otra manera no entendía porque no había marcas de disparos, muertos vivientes o cuerpos esparcidos. Todos los autos de sus vecinos estaban en sus lugares, estacionados en orden justo como esa mañana cuando salió. No había caos, simplemente las puertas abiertas en casi todas las casas.
—Como sea, hay que bajar y atender nuestras heridas, tu amigo tiene una contusión muy fuerte en la cabeza–.
—Cierto– Esteban asintió y finalmente ambos bajaron del auto.
El sonido de las puertas al abrirse resonó casi interminablemente. En el silencio, cualquier tipo de sonido se escuchaba mucho mas intenso. Se lanzaron una mirada, los dos llevaban herramientas con las cuales defenderse en caso de no estar tan solos como aparentaba.
Alan fue el primero en avanzar, dejando a Daniel y Camila en el auto mientras revisaban el interior de la casa. Al asomarse por la puerta completamente abierta, comprobó que casi todo estaba en su sitio, excepto que parecía como si alguien hubiera entrado a revisar. Habían roto la manija de su puerta pero a parte de eso no había nada grave.
—Militares– mencionó Esteban, apuntando a la huella estampada sobre la madera de la puerta, parecía ser de una bota. —Creo que tu teoría fue cierta, debieron evacuar antes de que el virus llegara hasta acá–.
Alan suspiró apenas un poco aliviado.
—¡Profesor Novat!– la voz temblorosa de Camila se escuchó mucho mas fuerte de lo que debería gracias al silencio sepulcral que caía sobre esa zona.
Alan salió corriendo de la casa. La chica estaba de pie cerca del auto abrazándose a sí misma bajo la llovizna que seguía cayendo. Su mirada atemorizada giraba en todas direcciones, sus lágrimas caían sin parar por sus mejillas llenas de sangre y suciedad.
—Estoy aquí, estoy aquí– respondió Alan, apresurando el paso hasta llegar hasta la muchacha quien ahogó un sollozo y tembló cuando sus ojos temerosos lo encontraron.
—Creí...– de nuevo Camila había creído estar sola.
Alan negó tratando de darle el calor de la seguridad.
—Está bien, llegamos a mi casa– explicó —¿puedes caminar? Hay que entrar y asegurar el lugar para poder descansar–.
Camila asintió y empezó a moverse en dirección a la entrada principal. Esteban intentaba sacar del auto a Daniel tratando de herirlo lo menos posible. Alan lo ayudó y entre los dos lo llevaron hasta dejarlo sobre el sofá mas grande de la sala.
—Ayúdame a bloquear todas las entradas primero– pidió Alan.
—También las ventanas– Esteban estuvo de acuerdo.
Alan fue en busca de bolsas, ropa y cartón que pudieran usar para sellar las ventanas utilizando cinta adhesiva mientras Esteban buscaba algo con que cerrar la puerta principal. Usar clavos y martillo sería arriesgado así que simplemente colocaron otro de los sofás de la sala contra la puerta tratando de ser silenciosos. Tardaron poco mas de una hora en tenerlo todo listo y cuando al fin lo lograron, un suspiro colectivo llenó la sala.
—Debemos curar nuestras heridas, asearnos y comer antes de que llegue el anochecer– comentó Esteban, observando a Daniel a quien Camila le había limpiado la herida de la cabeza mientros ellos aseguraban la casa.
Alan busco a la chica con la mirada.
—¿Tienes heridas graves?– preguntó, acercando el botiquín que había llevado desde su baño.
Camila negó pero aún así Alan decidió revisarla por sí mismo.
—Necesitas darte una ducha, cuando salgas te pondre algo en estos raspones– ordenó.
Llevó a Camila hasta el cuarto de baño en donde le entrego una toalla limpia y ropa que podía usar.
—Creo que te quedará un poco grande pero servirá por ahora– le dejo todo ahí y salió, escuchando casi de inmediato el sonido del agua de la regadera.
Volvió hacia la sala llevando otro conjunto de ropa cómoda y otra toalla en sus manos.
—Ve después de ella–.
Esteban asintió mientras cubría la cabeza de Daniel con cuidado.
—¿Crees que despierte? No soy médico ¿qué pasa si tiene una contusión grave y jamás vuelve en sí? No me lo perdonaría si le causé un coma o algo por el estilo–.
—Su cabeza se golpeó duro, es de esperarse que quedara inconsciente. No te preocupes, de seguro mañana reaccionará–.
Pero la verdad era que Alan solo estaba hablando por hablar. No tenía idea de que tan mal fuera el golpe, tampoco sabía si iba a despertar pronto y mucho menos podía afirmar que todo estaría bien, sin embargo debía mantener a esos chicos tranquilos de alguna manera.
—¿Qué vamos a hacer?– preguntó Esteban luego de un momento en silencio.
—Tenemos comida para unos días, aún hay electricidad y creo que estaremos a salvos un tiempo. Descansaremos y esperaremos por si acaso los militares regresan aunque...– el recuerdo de los cuerpos asesinados que parecían ser personas comunes le llegó a la mente, los militares habían hecho eso.
—¿Qué?– Esteban lo observaba con temor.
—Seguro envían ayuda– le resto importancia.
El silencio se hizo y perduró hasta que unos minutos después la puerta del baño se escuchó y Camila caminó hasta llegar a donde ellos se encontraban. La chica tenía un hematoma en la mejilla izquierda el cual seguro se debía al golpe que sus compañeras de clase le habían dado. Además de eso tenía algunos pocos rasguños pero al parecer nada grave. Ahora ya sin la suciedad y la sangre se podía apreciar mejor su rostro y la suave piel cremosa de la que gozaba.