Daniel
Me había dado cuenta de que nuestras diferencias eran evidentes, pero había algo en Romina que me hacía querer descubrir más sobre ella. Su determinación y elegancia contrastaban con mi estilo de vida más relajado, y me intrigaba la posibilidad de encontrar un equilibrio entre nosotros. Decidí que la próxima cita debería ser algo completamente diferente, algo que nos sacara a ambos de nuestra zona de confort.
El sábado por la mañana, le envié un mensaje a Romina: "Hola, Romina. ¿Qué te parece si me acompañas a un proyecto especial? Será una experiencia diferente, pero creo que te gustará."
Su respuesta fue rápida: "Hola, Daniel. Suena interesante. ¿A qué hora nos encontramos?"
Acordamos vernos a las diez de la mañana en una dirección que le envié, sin darle más detalles. Pasé el resto de la mañana preparando todo lo necesario para el día, asegurándome de tener suficiente pintura, brochas y equipo para ambos.
Cuando Romina llegó, vestía ropa casual, pero aun así, se notaba su elegancia natural. Sonreí, sabiendo que esto sería un desafío para ella.
—Hola, Romina —dije, dándole un beso en la mejilla—. Gracias por venir. ¿Lista para la sorpresa?
Ella sonrió, aunque un poco nerviosa. —Hola, Daniel. Sí, lista para la aventura. ¿Qué vamos a hacer?
—Es una sorpresa. Pero te prometo que será divertido —respondí, guiándola hacia el interior del apartamento de mi amigo.
Le mostré el lugar y le expliqué lo que íbamos a hacer. La expresión de Romina pasó de curiosidad a sorpresa cuando se dio cuenta de que íbamos a pintar.
—¿Vamos a pintar? —preguntó, incrédula pero sonriendo.
—Sí, mi amigo se mudará pronto y necesita ayuda para pintar su apartamento. Pensé que sería una buena oportunidad para hacer algo diferente juntos —respondí, sacando las camisetas viejas y los jeans para que nos cambiáramos.
Cuando salió del baño con su nuevo atuendo, no pude evitar sonreír.
—Te ves genial —comenté, tratando de animarla.
—Gracias. Esto es... diferente —respondió, riendo nerviosamente.
Comenzamos a trabajar, y aunque al principio Romina parecía fuera de lugar, pronto se adaptó. Le mostré cómo usar las brochas y los rodillos, y comenzamos a pintar las paredes. Poco a poco, su nerviosismo se desvaneció, y comenzó a disfrutar del proceso.
—Esto es más divertido de lo que pensaba —dijo, mientras aplicaba una capa de pintura azul en la pared.
—Lo es. Es una buena manera de desconectar y hacer algo productivo al mismo tiempo —respondí, contento de verla relajada.
A medida que avanzábamos, noté que Romina empezaba a soltarse. De repente, tomó un poco de pintura con su brocha y me salpicó juguetonamente.
—¡Oye! —exclamé, fingiendo estar ofendido—. ¡Eso es una declaración de guerra!
Ella rio, y antes de que pudiera reaccionar, ya había salpicado un poco más de pintura en mi dirección. Decidí devolverle el gesto, y pronto, estábamos en medio de una guerra de pintura improvisada, riendo a carcajadas y tratando de esquivar los ataques del otro.
—¡Esto es una locura! —dijo Romina entre risas, con pintura en la cara y en el pelo.
—¡Pero una locura divertida! —respondí, riendo junto a ella.
Después de un rato, nos detuvimos, exhaustos pero felices. Las paredes no eran las únicas que habían recibido una buena capa de pintura.
—Creo que vamos a necesitar un buen baño después de esto —comenté, mirando nuestras ropas y nuestras caras manchadas.
—Definitivamente —respondió Romina, riendo
Seguimos pintando, esta vez de manera más seria, aunque todavía con algún que otro chiste y salpicón de pintura. Mientras trabajábamos, la conversación fluyó de manera natural, y sentí que estábamos conectando a un nivel más profundo.
—¿Te has dado cuenta de que no hemos discutido una sola vez sobre nuestras diferencias hoy? —dije, señalando la armonía en nuestra colaboración.
—Sí, es curioso. Supongo que cuando estás concentrado en algo divertido, las diferencias no parecen tan importantes —respondió Romina, sonriendo.
Justo cuando estábamos terminando la última pared, Romina intentó alcanzar una esquina alta, estirándose con el rodillo de pintura en la mano.
—Déjame ayudarte con eso —dije, acercándome para sostener la escalera y darle más estabilidad.
Romina, en su esfuerzo por alcanzar el punto más alto, hizo un movimiento brusco y perdió el equilibrio. El rodillo de pintura salió disparado de sus manos, y en cuestión de segundos, una cascada de pintura azul nos cubrió a ambos. Romina cayó hacia adelante, y yo la atrapé justo a tiempo, aunque ambos terminamos empapados de pintura.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Romina, riendo y mirando nuestras ropas completamente arruinadas.
—Bueno, al menos hemos logrado una buena combinación de colores —respondí, riendo junto a ella.
Nos quedamos en esa posición por unos momentos, Romina en mis brazos, y nuestras risas se desvanecieron lentamente mientras nos mirábamos a los ojos.
—Creo que deberíamos tomar un descanso —dije suavemente, sin apartar la mirada de sus ojos.
—Sí, eso suena bien —respondió Romina, con una sonrisa tímida.
Nos dirigimos al pequeño balcón del apartamento, donde una brisa fresca nos ayudó a limpiar un poco la pintura de nuestros rostros. Nos sentamos juntos en el suelo, contemplando el cielo mientras la tarde comenzaba a caer.
—No puedo recordar la última vez que hice algo tan espontáneo y... caótico —dijo Romina, con una sonrisa nostálgica.
—Me alegra haber podido compartirlo contigo —respondí, acercándome un poco más.
El silencio que siguió no era incómodo, sino lleno de una nueva comprensión mutua. Sentí que este pequeño accidente había derribado algunas barreras entre nosotros. Sin pensarlo mucho, levanté la mano y aparté un mechón de pelo cubierto de pintura de su rostro.