Daniel
Desperté temprano con la luz del amanecer filtrándose por las cortinas. Me estiré lentamente, disfrutando unos momentos de paz antes de que mi teléfono vibrara sobre la mesita de noche. Con un suspiro, alcancé el dispositivo y vi un mensaje del bar: "Daniel, llegaron las cosas que pediste anoche. Necesitamos tu confirmación para proceder."
Me levanté y me dirigí hacia la habitación de Romina para despedirme de ella, al acercarme, noté que la puerta estaba entreabierta. Empujé suavemente y la vi acostada, cubierta por las sábanas hasta el cuello. Su cabello caía suelto sobre la almohada, y parecía tan serena mientras dormía. Me acerqué con cautela y me senté al borde de la cama, observándola detenidamente.
"Romina", murmuré suavemente, tocando su hombro para despertarla. Se movió ligeramente, pero no abrió los ojos.
"Romina", repetí un poco más fuerte, acariciando su mejilla. Esta vez, sus ojos se abrieron lentamente, revelando un brillo leve pero cansado.
Romina abrió los ojos lentamente, parpadeando un par de veces para enfocarse en mí. Su expresión era un tanto confusa al principio, como si estuviera tratando de entender por qué la despertaba tan temprano.
—¿Qué pasa, Daniel? —preguntó con voz suave.
—Lo siento por despertarte, pero necesito ir al bar. Llegaron las cosas que pedí y tengo que confirmar algunos detalles con ellos —expliqué en voz baja, tratando de no perturbar demasiado su estado de reposo.
Romina asintió con gesto comprensivo mientras yo le explicaba la situación. Sin embargo, mientras hablaba, noté que su rostro tenía un tono ligeramente enrojecido, y sus ojos parecían un poco vidriosos.
—Daniel, ¿estás seguro de que estás bien? —preguntó con voz preocupada, notando mi expresión de preocupación mientras la observaba más de cerca.
—Sí, estoy bien. Pero tú no pareces estarlo del todo —respondí, acariciando su frente con el dorso de mi mano. Su piel estaba cálida al tacto, confirmando mis sospechas. Romina tenía fiebre.
—Solo es un resfriado leve, nada importante. Puedes ir al bar y ocuparte de tus cosas —dijo rápidamente, tratando de restar importancia a su estado de salud.
Aunque ella intentaba tranquilizarme, no podía ignorar el hecho de que no se sentía bien. Mi instinto me decía que debía quedarme con ella, asegurarme de que estuviera cómoda y descansara adecuadamente.
—No, Romina. No me voy a ir y dejarte sola si no te sientes bien. Voy a llamar a alguien del bar para que se encargue del pedido. Lo más importante ahora es que descanses y te recuperes —dije con firmeza, sacando mi teléfono para llamar a uno de mis empleados.
Después de asegurarme de que alguien se ocuparía del pedido, me senté a su lado en la cama y coloqué una mano sobre la suya con suavidad. Romina se veía preocupada, pero trató de disimularlo bajo una sonrisa débil.
—Daniel, de verdad, solo es un resfriado. No es necesario que te preocupes tanto —dijo Romina, tratando de tranquilizarme.
—No puedo evitar preocuparme por ti, Romina. Te ves un poco más afectada de lo que admites —respondí con sinceridad, acariciando su mano con la mía. —Voy a darte una pastilla para la fiebre. Deberías descansar un poco más.
Romina asintió y aceptó la pastilla que le ofrecí con un vaso de agua. Sin embargo, después de un rato, noté que su temperatura no bajaba y su semblante se tornaba más preocupado.
—Daniel, creo que deberías calmarte. Estoy segura de que esto pasará pronto —dijo Romina, intentando tranquilizarme.
Pero no pude evitar sentirme más inquieto. Mi instinto me decía que debíamos hacer algo más.
—Romina, no quiero arriesgarme. Voy a llevarte al hospital para que te revisen —dije, levantándome decidido para buscar las llaves de mi coche.
Romina suspiró suavemente y me detuvo antes de que pudiera salir de la habitación.
—Daniel, por favor, no exageres. Tengo el número de mi médico. Déjame llamarle para que pueda darte algo de tranquilidad —dijo, alcanzando su teléfono y marcando rápidamente.
Escuché cómo Romina hablaba con su médico mientras me sentaba nuevamente junto a ella en la cama. Suspiré aliviado cuando me pasó el teléfono y pude hablar directamente con el médico.
—Hola, doctor. Soy Daniel, el amigo de Romina. Ella tiene fiebre y me preocupa. ¿Qué me recomienda hacer? —pregunté con urgencia, esperando alguna indicación clara.
—Podrías intentar darle un baño de agua tibia para ayudar a bajar su temperatura. Asegúrate de que esté bien abrigada después, para evitar que se enfríe más —aconsejó el médico.
Agradecí al médico y le devolví el teléfono a Romina, explicándole el plan. Sin embargo, en lugar de aceptar con normalidad, Romina se aferró a las sábanas y negó con la cabeza, con un gesto de preocupación en su rostro.
—No quiero bañarme, Daniel. Tengo mucho frío —dijo con voz débil, apretando los labios como si fuera una niña pequeña que teme el agua fría.
Me acerqué con suavidad y acaricié su mejilla con ternura.
—Romina, sé que te sientes mal, pero es importante que intentemos esto para ayudarte a sentirte mejor. Estaré contigo todo el tiempo —dije, tratando de reconfortarla.
Romina frunció el ceño, resistiéndose ligeramente mientras seguía aferrada a las sábanas.
—Daniel, en serio, no quiero bañarme. Tengo frío y me siento débil —insistió, mirándome con ojos suplicantes como si esperara que desistiera.
—Lo sé, Romina. Pero el médico dijo que sería bueno para ti. Confía en mí, será rápido y te sentirás mejor después —respondí con una sonrisa, intentando convencerla mientras me ponía de pie para preparar el baño.
Ella suspiró resignadamente, pareciendo dudar entre ceder o continuar protestando. Mientras llenaba la bañera con agua tibia, me acerqué a ella con cuidado y extendí mi mano.
—Vamos, Romina. Te prometo que será rápido —dije con voz suave, ofreciéndole ayuda para levantarse de la cama.