Las risas aún flotaban en el aire como ecos de un fuego rebelde. Tezca, Kyran, Aelius, Kael… carcajadas que desafiaban la gravedad, que arañaban las sombras mismas de Amazonia. Pero en medio de esa risa, un destello cortó el mundo.
Un zumbido. Un relámpago gris.
Kurt Kaiserfeld.
Como una sombra veloz, corrió entre ellos, su figura alta y delgada desplazándose como una flecha viva, cada paso suyo cortando el viento como cuchillas invisibles. Sus ojos plateados ardían. Su sonrisa era un filo.
Ian apenas tuvo tiempo de parpadear.
—¡Ian! —gritó Makia, demasiado tarde.
La mano de Kurt se alzó, y de su palma surgió una hoja negra, una espada hecha de energía vibrante, la energja brillando en líneas incandescentes, su filo largo, cruel, eterno.
—Espada Primaria: Degollamiento. —susurró, su voz como un canto fúnebre.
La espada descendió.
El filo llegó a rozar la piel de Ian.
El cuello expuesto. La muerte… era un aliento.
Pero entonces…
Un impacto.
Un estruendo.
¡CLANG!
Unas cuchillas emergieron de la nada, cruzándose frente a la garganta de Ian como dos fauces protectoras. Un cruce brutal de acero y garra detuvo la espada en el último suspiro.
Ian estaba viendo frente a él, las garras de Elena Malatesta.
Kurt apretó los dientes. La espada vibraba entre sus dedos. Las garras de Elena rechinaban contra la hoja, chispas bailaban entre ambos.
—¿Qué? ¿Por que?—susurró Ian, incrédulo.
Elena sonrió.
Una sonrisa torcida, peligrosa, desbordada de una ferocidad radiante. Su cabello oscuro ondeaba como llamas salvajes, sus ojos verdes brillaban con un fuego nuevo, indomable.
—No pienso permitir esto—dijo Elena, su tono bajo, cargado de una calma que quemaba.
Kurt frunció el ceño.
—¿Qué crees que haces Elena? —espetó, su brazo temblando al intentar forzar la espada.
Elena soltó una carcajada breve, mordaz.
—¿Quien? ¿Yo? —ladeó la cabeza—. La verdad es que me importa una mierda su estúpido golpe de estado.
La selva se detuvo. Todos miraron.
El silencio pesó como un hierro ardiente.
—¿De qué hablas? Explícate Elena ¿Que significa esto? —murmuró Uriel.
Elena giró apenas su rostro, sin soltar las garras cruzadas.
—¿Enserio creyeron que yo iba a apoyar un Golpe de Estado cobarde y ridículo? —rió, un filo burlón danzando en su sonrisa—. Son tan cobardes que vinieron a atacar a jóvenes aspirantes sin experiencia, y no lo hicieron de frente en el corazón del Gran Imperio, no se atrevieron, porque saben que de alguna manera llegarán aquí los altos manos, pero debido a la dificultad y limitantes para atravesar los puntos de salto no podrán venir muchos y vendrán solo un número limitado, quieren ganarles dividiendo las fuerzas del imperio, es ingenioso y estratégico, no lo niego, pero es cobarde y yo tengo la voluntad y los principios de mi maestro y jamas haría algo tan cobarde. ¡Soy Elena Malatesta! porto en mi la voluntad de mi maestro del comandante supremo del ejército imperial. ¡AURELIUS NOXAURUM BLACKGOLD!
La espada de Kurt tembló, retrocediendo apenas ante la firmeza de sus garras.
—Cayeron en su propia trampa—prosiguió Elena, su voz elevándose como un himno perverso—. Si estoy aquí, es porque estoy una infiltración. Una misión directa del Ministro Supremo Imperial y del Ministro de Guerra Imperial. Una operación encubierta ordenada directamente por el Ministerio Imperial.
Los ojos de todos se agrandaron.
Elena apretó las garras con más fuerza, su aura oscura expandiéndose como una bestia rugiente.
—Mi escuadrón completo… —su sonrisa se ensanchó—. Esta aquí bajo mis órdenes, con una única orden, proteger a los aspirantes.
Kurt quedó inmóvil.
—La infiltración fue todo un éxito —murmuró Elena, bajando apenas las manos, sus garras marcando aún el filo de la espada—. Malditos ilusos.
— ¿Por qué me atacaste entonces? Además, ¿como es eso que el abuelo es tu maestro?—susurró Ian, incapaz de procesar.
Elena volvió a mirarlo.
Su mirada se ablandó. Su sonrisa se hizo peligrosa… pero dulce.
—Debía mantenerme aún en la infiltración y no niego que me quería entretener un poco —sus palabras se deslizaron como una caricia venenosa— pero no me pude resistir al ver como te intentaban hacer daño, después de todo me enamoré de ti.
Su risa bajó el tono. Un ronroneo, una canción entre dientes.
—Acabo de estropear mi misión. Debía ver hasta dónde llegaban estos malditos y ver cual es el verdadero objetivo de estas escorias— dijo un poco avergonzada y riéndose.
Todos contuvieron el aire.
Elena giró la cabeza hacia Kurt, su sonrisa ensanchándose como un eclipse:
—Pero ya no importa, no me interesa esperar más. Si alguien intenta tocar a mi novio… tendrá que pasar sobre mi primero.
El suelo vibró. Su aura estalló.
—¡Así que retírate, Kurt… o enfréntame! —declaró Elena, su grito expandiéndose como una ola feroz, una reina salvaje desafiando al mundo.
Kurt dio un paso atrás, su espada titubeó.
Ian respiró hondo, sintiendo cómo su corazón galopaba en su pecho.
La traición de Elena se volvió una esperanza.
Desde atrás, una carcajada grave, profunda, retumbó entre las sombras al escuchar la verdad de Elena. Era Kraven. Su risa era como un tambor fúnebre, golpeando las paredes de la jungla.— Deberías medir un poco tus actos Elena—dijo, su voz cargada de amenaza.— Por tus actos de traición es que te condeno a morir.
Y entonces apareció.
Zetz.
Su caminar era firme. Su sombra era larga. Su mirada, implacable.
—No sé mucho de tu infiltración, Elena —su voz era calma, cortante, casi triste—. Imagino que debe ser idea del Ministerio Imperial mantener las infiltraciones secretas entre nosotros por el bien de las misiones, pero, yo también estoy aquí de manera encubierta. Bajo las Órdenes del Ministro Supremo Imperial y también, el Ministro de Inteligencia Imperial.