Arkanis

Capítulo 25 — Sacrificio.

La selva de Amazonia temblaba bajo el peso del cielo. Hojas susurraban nombres. La tierra olía a sangre y muerte.

En distintos claros y ribazos, guerreros del Ejército Imperial y de la Fortaleza Arcángel habían descendido como sombras impías. Desertores y traidores, implacables, habían segado la vida de cientos de aspirantes antes de que ellos siquiera pudieran levantar sus armas. Algunos más hábiles aún resistían, luchando entre la maleza, aferrándose a la vida mientras los gritos se mezclaban con los rugidos de la selva, un coro macabro que anunciaba que nadie estaría a salvo.

En medio de uno de estos campos desgarrados de Amazonia, Sofía, Brenda y Eldar sostenían la línea. Sus cuerpos, heridos. Sus almas, firmes. Sus corazones, desafiantes.
Frente a ellos, la muerte tenía nombres y alas: Godric, bañado en furia y confusión; Thorgar, un coloso de acero y sangre; Zophiel, cuya presencia era una plegaria afilada; Aralim, un trono con alas de fuego.
Y Arjun Senapati el teniente del escuadrón de Elena Malatesta.
El silencio se volvió cuchilla cuando Arjun dio un paso al frente.
Y luego otro.
Y otro más.
Sus pies no hacían ruido. Pero el mundo lo escuchaba.
Se detuvo frente a Sofía. Ella apretó los dientes. Su cuerpo entero temblaba, no de miedo, sino de no saber qué venía después. Brenda cargó su rifle de nanopartículas. Eldar mostró los colmillos bajo su forma bestial. Ninguno parpadeaba.
Entonces, Arjun alzó el brazo.
Y con la misma delicadeza con la que el sol roza la piel en el alba, apoyó su mano sobre el hombro de Sofía.
El mundo contuvo el aliento.
Sofía casi no podía respirar.
Su corazón latía como tambor tribal. Su mente gritaba órdenes que su cuerpo no obedecía. La energía de Arjun la atravesaba como un río sagrado. Brenda apretó más fuerte el rifle. Eldar gruñó… pero no atacó.
Entonces Arjun sonrió.
Una sonrisa tranquila, ancestral. Como si en medio de la guerra… hubiera encontrado lo que valía la pena proteger.
—No teman. —Su voz fue cálida, férrea, profunda como un canto de templo solar—. Lo están haciendo muy bien.
Sofía abrió los ojos, sorprendida.
—Estoy aquí para protegerlos.
Giró el rostro, observó a Brenda con un respeto limpio. Luego a Eldar, y asintió con gravedad, reconociendo la bestia y al hombre.
—Pero les pido… —añadió, con una chispa de fuego encendiendo sus ojos ámbar—. Peleen junto a mí.
Las palabras se clavaron en sus pechos como estandartes. Como esperanzas.
Arjun dio media vuelta. La brisa levantó el polvo a sus pies. Sus trenzas negras ondearon como serpientes doradas al viento.
Y entonces, con el ceño fruncido, alzando su voz hacia las figuras imperiales que lo observaban desde la sombra del juicio, proclamó:
—¡Thorgar! ¡Godric! ¡Zophiel! ¡Aralim! —Cada nombre fue una flecha—. ¡En nombre del Imperio y bajo el mando de mi General Monarca Elena Malatesta!
Su brazo se alzó, y de su espalda, la Khanda —la espada sagrada— emergió como un sol nacido del acero. Las runas que surcaban su hoja centelleaban, vivas, cambiando de color como si leyeran el aire, la tensión y el destino.
—¡Yo, Arjun Senapati, orgulloso teniente de su escuadrón! —El calor espiritual ondulaba a su alrededor como una aurora ardiente—. Estoy aquí para mantener la llama de estos jóvenes encendida.
Giró su espada. La sostuvo frente a su pecho como una promesa.
—Y porto su Khanda listo para la batalla.
El viento aulló.
Porque en ese instante, algo cambió.
Las líneas de la guerra se difuminaron.
Y los que estaban destinados a morir, descubrieron que aún quedaba alguien en el cielo dispuesto a luchar por ellos.
Thorgar chasqueó los dientes, sin bajar el puño. Su voz sonó como piedra fracturándose:
—¿Desde cuándo se protegen monigotes en nombre del Imperio?
Aralim, con sus alas llameantes desplegadas, guardaba silencio, evaluando la situación con una mirada de fuego templado.
Zophiel, sin mostrar emoción, giró ligeramente el rostro hacia Arjun y habló con tono sereno:
—Entonces, acabaremos contigo también.
Godric miró a Arjun con ojos afilados, pero su labio tembló apenas. No estaba seguro de qué odiaba más: la traición que no podía castigar… o el hecho de que alguien con su rango estuviera actuando con principios.
Arjun no los desafió con violencia. Lo hizo con convicción.
Y en ese instante, en la selva viva de Amazonia, donde los cielos rugían y el suelo sangraba, algo cambió. Porque uno de los gigantes había elegido proteger a los pequeños.
La balanza del poder comenzaba a inclinarse. Y ya no solo se trataba de fuerza…
Sino de verdad.
Justo cuando el equilibrio comenzaba a inclinarse, cuando el aire parecía ceder ante una esperanza mínima…
El cielo volvió a rugir.
Un estruendo rasgó la atmósfera. Una figura descendió como un meteoro envuelto en sombra y gloria. El impacto sacudió la tierra, levantando columnas de polvo y fuego. Las hojas se estremecieron. Las auras temblaron.
Y entonces emergió…
Lyssander Fitzgerald.
Su armadura negra relucía con un brillo insondable, tallada en líneas filosas como promesas de muerte. Una capa blanca ondeaba detrás de él como el juicio de los cielos. Sus orejas puntiagudas lo marcaban como parte del linaje superior. Ojos azul brillante. Cabello rubio, largo, casi blanco, cayendo como una cascada helada sobre su espalda.
Era la realeza de los guerreros.
Capitán Monarca del escuadrón de Kurt.
Todos quedaron en shock. Sobretodo Brenda. No lo podía creer.
Incluso Godric.
—¿Primo? —susurró, sus ojos abiertos como lunas en pánico—. ¿Qué haces aquí?
Lyssander alzó la mirada, implacable, cortante, y respondió con voz fría como mármol imperial:
—Vine a terminar el trabajo que tú no puedes hacer.
—Su mirada se posó en Brenda—. Me llevaré a esta rebelde para castigarla.
—Y luego se clavó en Sofía—. Y eliminare a esta otra bastarda. Si fuera por mí acabaría con las dos.
Los ojos de Godric temblaron. Una grieta de inseguridad recorrió su coraza. Sus manos se apretaron en puños. Trató de controlar su respiración. De mantener la compostura.
—Esa… —tragó saliva—. Esa es mi tarea…
—Se giró hacia Lyssander—. Como si algo se hubiera escapado de su control.
Desde el otro flanco, Brenda apretó los dientes con fuerza, su rifle ya entre los dedos. Maldijo entre dientes.
—Maldición… —escupió—. Es mi primo.
—Miró a Sofía con angustia—. ¡Lyssander Fitzgerald! Capitán Monarca pero ya tiene el nivel de un General Monarca. Solo está esperando que quede libre un puesto.
—Su voz se quebró un instante—. Es tan poderoso como un General Monarca o un Serafin, Lyssander es el más fuerte de todos los Fitzgerald.
A unos pasos, Arjun Senapati entrecerró los ojos, su mandíbula tensa.
—Maldición… esto se acaba de volver aún más complicado…
De pronto, una voz rompió el aire:
—¡Arjuuuuun! —gritó Godric.
—De teniente… a teniente…
Godric dio un salto y se lanzó como un proyectil de rabia.
Arjun frunció el ceño, su khanda brillando al interceptar el golpe.
¡CLANG!
El choque sacudió el aire. Las auras colisionaron como tormentas.
Pero los ojos de Arjun se abrieron apenas un instante…
Como si Godric le hubiera dicho algo en medio del golpe.
Como si una verdad secreta lo hubiera sorprendido.
Y entonces… siguieron luchando.
Los filos cruzaban el aire, las chispas caían como estrellas, y los pasos eran truenos.
A unos metros…
Lyssander caminaba.
Cada paso suyo era una sentencia.
Cada mirada, un juicio grabado en acero.
Frente a él, Sofía permanecía firme. Respiraba con fuerza, los espectros vibraban a su alrededor, las llamas negras ondulaban como serpientes entre sus pies.
Lyssander se detuvo a pocos pasos.
—Sofía la bastarda de mi tío.
—Su voz no tenía odio. Tenía veredicto.
—La mancha en nuestra familia.
Su mano descansó sobre la empuñadura de su espada aún envainada.
—Tu juicio y tu ejecución han sido aprobados.
Sofía no respondió. Su mirada violeta ardía, sus labios sellados como una promesa de resistencia.
Los espectros gruñeron.
El viento pareció inclinarse.
Pero el peligro… era absoluto.
Mientras tanto, en otro punto del campo de batalla, Makia miró hacia el cielo. Las pantallas flotantes del Estadio Celestial proyectaban la escena. Vio a Sofía. Vio a Lyssander.
Sus ojos se endurecieron.
—Ian… —dijo, con voz tensa—. Tengo que ayudar a Sofia, está en peligro .
Ian asintió, sus ojos fijos en los de ella, firmes y confiados.
—Ve.
—Su voz fue suave, pero poderosa—. Recuerda…
—Su mano tocó la de ella brevemente—. Eres fuerte, Makia.
Ella asintió.
Y en un chasquido…
Desapareció.
Como un susurro entre el viento.
La batalla acababa de cambiar de forma.
Y la sombra de Lyssander era solo el comienzo.
Sofía no tembló.
Frente a Lyssander, el más poderoso de los hijos Fitzgerald, la sombra del juicio mismo… alzó los brazos con una serenidad que desafiaba toda lógica.
Su voz emergió firme, decidida, temeraria:
—Doce por ciento, Garreth… aumentando a quince.
Y entonces, Garreth Fitzgerald, el espectro envuelto en fuego negro, el primer bastardo de los Fitzgerald, respondió. Pero no solo con acción… sino con palabra.
Su voz profunda, cálida, rugió como una memoria viva:
—Tranquila, mi niña… yo te protegeré.
Todos se congelaron.
Desde el campo de batalla hasta las gradas del Estadio Celestial, pasando por los palcos imperiales… miles de ojos se abrieron con asombro.
Un espectro… había hablado.
Y no era solo una silueta.
Era él. Garreth Fitzgerald. Vivo en fuego negro, aunque cargaba solo un pequeño porcentaje de su poder real portaba la conciencia del resl, no era un espectro vacío.
Con un movimiento elegante, alzó sus dos revólveres de cañón largo, los mismos que una vez marcaron la historia. Disparó una ráfaga tras otra, proyectiles de energía atravesando el aire como cometas oscuros.
Luego, con una fluidez imposible, unió ambos rifles.
Y lo que nació no fue un arma…
Fue un misil forjado en ira espectral.
Lo disparó directo a Lyssander.
El impacto retumbó como un trueno que hizo vibrar el suelo.
Pero Lyssander resistió.
Cruzó su espada delante del misil y lo desvió en una explosión de luz.
Alzó la voz, aún envuelto en humo, su mirada afilada como cuchillas:
—Los rumores que alguna vez escuche eran ciertos.
Nuestro orgullo familiar Garreth era un bastardo.
—Escupió con desprecio—. Si tuviera más del treinta por ciento de su poder, estaría perdido…
Pero con ese porcentaje, puedo vencerlo.
Avanzó. Sin miedo. Sin pausa.
—Y tú, bastarda, no niego tu gran talento y capacidades.
—Hizo crujir su cuello—. Pero por ahora no eres más que una aspirante.
Garreth se interpuso entre ambos. Un rugido de fuego negro estalló entre ambos. El impacto fue brutal. Lyssander esquivó por poco… pero no antes de recibir un golpe directo en el costado, una grieta cruzando su armadura.
Su ceño se frunció.
Y desapareció.
Cuando volvió a aparecer… estaba frente a Sofía otra vez.
La espada ya bajaba.
Lista para atravesarle el estómago.
Sofía no tuvo tiempo de reaccionar. Garreth tampoco.
Todo ocurrió en un parpadeo.

A metros de allí, Arjun y Godric aún cruzaban filos. Pero Godric había dejado de pelear con el corazón. Su mirada estaba fija en ella.
—¡AHORA! —gritó Godric.
Arjun lo entendió.
No preguntó.
Con un giro imponente, canalizó su fuerza y lo lanzó como un cometa hacia la dirección de Sofía.

La espada de Lyssander descendía.
Sofía apenas alzó el brazo.
El filo tocó su piel.
Pero en ese instante… algo la empujó hacia atrás.
Un cuerpo se interpuso.
Una espalda.
Una sangre familiar.
La espada se hundió en el abdomen de Godric.
El silencio fue absoluto.
Los ojos de Lyssander se abrieron, sorprendidos. No por el acto… sino por quién lo había hecho.
Godric escupió sangre.
Pero sonrió.
—Perdóname… —susurró, apenas un aliento—. Por todo… hermanita…
Sofía lo atrapó justo cuando caía.
Sus brazos temblaban.
El fuego negro se agitaba como si el alma de Garreth llorara.
Godric… cayó.
Y la jungla… se volvió sepulcral.




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