Sofía temblaba. De rodillas, sostenía el cuerpo de Godric entre sus brazos, su pecho manchado con la sangre que brotaba como una confesión imposible de sellar. Su respiración era agitada, rota, como si el aire mismo no supiera cómo seguir entrando.
—¿Por qué…? —susurró. Su voz era la de una niña abandonada en medio del mundo—. ¿Por qué lo hiciste?
Godric, con los ojos entrecerrados, esbozó una sonrisa débil, las comisuras de sus labios manchadas de escarlata.
—Perdón… —fue todo lo que dijo. Apenas un suspiro, apenas una lágrima sin caer.
Brenda llegó corriendo, mientras su arma se desavenía, cayendo de rodillas junto a ellos. Sus manos apretaban el hombro de Sofía, pero sus ojos estaban clavados en Godric. Su voz quebrada, tan frágil como su alma en ese momento:
—¿Perdón…? —jadeó—. No entiendo nada.
Sofía negó con la cabeza, desesperada.
—¡Pero si tú me odiaste toda la vida! —le gritó, su voz reventando como cristales rotos—. ¡Tú hiciste que todos me despreciaran! ¡Tú te encargaste de destruirme! Entonces ¿Porque?
El aire se tornó aún más denso.
Y entonces… una carcajada rugió desde el frente.
Lyssander.
De pie, observando la escena, su cuerpo erguido, la espada aún goteando la sangre de Godric. Se llevó una mano a la cara, cubriéndose los ojos mientras reía. Una risa cruel. Irónica. Burlesca. Vacía de compasión.
—¿Es… en serio? —rió más fuerte—. ¿De verdad pensaste que alguien que te cuidó tanto iba a traicionarte por gusto?
Sofía se quedó helada.
Lyssander bajó la mano, sus ojos azul brillante llenos de un cinismo demoledor.
—¿Sabes por qué te odiaba? —siguió—. ¿Porque aceptó que cargaras el odio de los demás… ? ¡Para protegerte!
Brenda se quedó paralizada.
—¡Él no quería hacerte daño! —continuó Lyssander, carcajeándose—. ¡Le ordenaron hacerlo! ¡La familia lo obligó! Le dijeron que si se negaba, te ejecutarían, bastarda. El ofreció su vida por la tuya, pero le dijeron que si él moría… tú también lo harías.
El silencio cayó como una sentencia divina.
—Así que su única opción… —Lyssander sonrió como un verdugo satisfecho—. Fue traicionarte… para que tú vivieras.
Brenda y Sofía lo miraban… pero ya no lo veían.
Solo veían el rostro de Godric.
El hermano que las había herido.
El mismo que, ahora, moría por ellas.
Sofía rompió en llanto.
Sus lágrimas cayeron sobre el rostro de Godric, como si pudieran limpiarlo de su dolor, como si pudieran devolverle el tiempo perdido.
—No… no… —susurró Brenda, con la voz hecha trizas—. ¡Perdóname por favor, perdóname hermano!
En el palco imperial, el Estadio Celestial entero estaba en silencio. Ni una voz. Ni una respiración. Algunos nobles habían bajado la cabeza. Otros observaban con los ojos vidriosos. Incluso Tiberius, de pie, apretaba el borde del barandal con fuerza.
Brenda y Sofía lloraban, rotas por dentro, aferradas a su cuerpo como si pudieran detener el tiempo.
Lloraban con culpa.
Con tristeza.
Con desesperación.
—¡No, no, no, no, no! —gritaba Sofía, temblando—. ¡No puede ser! ¡¿Por qué tú…?! ¡No puedes morirte, Godric! ¡No puedes dejarme otra vez!
Apretaba su armadura empapada en sangre, su rostro marcado por las lágrimas y la confusión.
Brenda y Sofía lloraban, rotas por dentro, aferradas a su cuerpo como si pudieran detener el tiempo.
Lloraban con culpa.
Con tristeza.
Con desesperación.
Apretaba su camisa empapada en sangre, su rostro marcado por las lágrimas y la confusión.
—¡Yo siempre pensé que me odiabas! —sollozaba—. ¡Siempre me lo hiciste sentir! ¡¿Por qué me protegiste… por qué nunca me dijiste la verdad?!
Brenda junto a ella, temblando. Su rostro estaba desencajado, las lágrimas cayendo como ríos imparables.
—¡Perdóname! —susurró, con la voz rota—. ¡Perdóname, Godric! ¡Por no haber visto lo que cargaba! ¡Maldición! ¡Te deje solo!
—¡No te mueras, idiota! —gritó Brenda de pronto, golpeando su pecho suavemente con desesperación—. ¡No ahora! ¡No así! ¡No después de toda esta mierda!
Sofía lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo la vida se escapaba de su cuerpo segundo a segundo.
—Por favor… —susurró entre dientes—. No te vayas… No me dejes sola otra vez, te lo pido por favor.
Thorgar miraba la escena con una expresión distinta. No de furia, sino de lástima. De comprensión.
Arjun cerró los ojos, el puño apretado.
Garreth, el espectro, bajó la mirada. Su fuego negro ondulaba en silencio, como si el alma que ardía dentro de él gimiera en duelo.
Eldar, desde unos pasos atrás, observaba con la mirada baja, los puños apretados, las garras clavadas en la tierra.
Godric alzó una mano temblorosa.
Tocó el rostro de Sofía, dejando un rastro de sangre sobre su mejilla. Ella no se apartó. Lloraba, temblaba, y lo sostenía como si pudiera impedir que el mundo se lo llevara.
—No… —murmuró él, con su aliento entrecortado—. No llores por favor… No quiero hacerte más daño…
Sofía rompió en sollozos.
—Sabes…Tú cabello negro combina con esos ojos violetas, tienes una cara hermosa hermanita —susurró Godric, con una ternura que solo se dice cuando se sabe que no habrá un después—. Ahora eres muy fuerte… puedes seguir sola. Estoy muy orgulloso de ti. De verdad. Hiciste hermanos de los que si puedes sentirte orgullosa, refiriéndose a Ian, Makia, Aelius y Alena. También por Brenda.
Su mirada se desvió hacia Brenda. Sus labios temblaron.
—Las dos… son muy fuertes… y hermosas.—Dijo mientras sus ojos intentaban cerrarse.
Brenda no pudo contenerse. Apoyó su frente contra la de él, llorando en silencio, sus dedos aferrados a los suyos.
—Por favor… no te vayas… no te vayas.
Lyssander dio un paso frío hacia el cuerpo herido de Godric, que yacía en la tierra húmeda, jadeando como una antorcha que apenas resistía el viento. Su espada chispeaba de energía. El filo, afilado como el juicio de un dios cruel, se alzó con lentitud, con burla. La sonrisa torcida en su rostro era un poema de crueldad.