Arkanis

Capítulo 28 – El Cielo Se Parte en Dos

La selva retumbaba.

El suelo temblaba como un tambor de guerra, marcado por los pasos de un ejército que ya no huía, sino que rugía.

Desde las profundidades de Amazonia, las bestias cubiertas con armaduras marchaban en sincronía. Felinos de acero, simios colosales de esqueleto reforzado, aves de presa con alas de obsidiana y ojos brillantes como faros de batalla. A su cabeza, Godric Fitzgerald, General Monarca Interino, avanzaba imponente, aún herido, pero transformado. Sus ojos violetas, antes una rareza, ahora eran estandarte. En conjunto, Makia, la voz de la selva, invocaba el espíritu de la tierra misma. Su conexión era ancestral. Irrompible.

—¡Avancen! —rugió Godric, su voz rasgando el cielo—. ¡Ya no es un grupo de aspirantes! ¡Somos un ejército!

—¡La selva responderá a la sangre derramada! —clamó Makia, alzando los brazos.

Y la respuesta fue inmediata. Garras. Rugidos. Alas. Furia.

Pero entonces…

Un estruendo rasgó el cielo.

Una sombra se proyectó sobre la selva. Un rugido metálico, antinatural. Todos alzaron la vista.

Del centro de la grieta del cielo —aquella herida cósmica abierta por los traidores al Imperio— emergió una nave colosal. No una nave cualquiera. Era una fortaleza viva, de tamaño imposible. Gigantesca. Aterradora.

Los aspirantes y aliados quedaron paralizados.

—¿Qué es esa cosa? —susurró Aurora, temblando.

—Wow… qué navesota —murmuró Tezca, con los ojos abiertos de par en par.

—Lo que faltaba… —bufó Aelius, llevándose una mano al rostro.

—¿Qué demonios es eso? —exclamó Kael, incrédulo.

—Esto no es para nada bueno —dijo Kyran, analizando la situación.

Ian fijó la mirada en la nave, los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.

Makia sostuvo la vista firme, la tensión marcada en su rostro, los labios apretados y la respiración contenida, sin apartar los ojos de la nave sobre ellos.

La nave descendía lentamente, flotando como un juicio. Su base era una plataforma circular, custodiada por torres de energía negra. A sus costados, alas flotantes de artillería giraban con precisión mecánica. Era como si el cielo mismo hubiera parido un dios de acero.

Y sobre aquella nave…

Apareció él.

Un hombre de capa roja que flotaba con soberanía letal.

Su armadura era negra como la noche imperial. Su piel morena brillaba con sudor de guerra. El cabello, largo y azul marino oscuro, ondeaba como llamas frías. Y sus ojos verdes eran tan afilados que cortaban el aire con la mirada.

No era un nuevo enemigo.

Era una leyenda.

Un nombre que los más antiguos del Imperio temían pronunciar.

—Acaba de aparecer Dravus Noxaurum Blackgold… —susurró Thorgar, con los ojos abiertos de par en par—. El segundo hijo de la dinastía Noxaurum.

—¡¿Qué?! —dijo Brenda, volviéndose—. ¿El hermano del Emperador y el Comandante Supremo?

—Sí… —murmuró Zetz, flotando—. El segundo hijo. Quizas el más poderoso… pero también el más inestable. Aurelius solo le heredó el trono a Tiberius porque Dravus… no tenía la cordura necesaria para gobernar.

El silencio cayó como una tumba.

El segundo de los Noxaurum. El guerrero que había desafiado a todos.

Ahora estaba aquí.

Rebelado.

La plataforma descendió lentamente hasta quedar suspendida sobre el campo de batalla. Decenas de soldados bajaban a los lados. Sargentos. Oficiales. Querubines. Tronos. Todos con las insignias del Imperio… y todos con una nueva marca: el símbolo de la disidencia absoluta.

La guerra del cielo se había fracturado.

Y ahora, descendía con rostro humano.

Entre los soldados, Kyran alzó la vista. Su aura se crispó. Sus manos temblaron.

Porque en la vanguardia del ejército descendiente vio rostros que conocía mejor que los suyos.

El primero…

Un hombre de cabellera larga, blanca como la nieve lunar. Sus ojos, azules e idénticos a los de Kyran, brillaban con intensidad glacial. Sus pasos eran imponentes. Su energía, aplastante.

—Ronan… —susurró Kyran, con la voz apagada.

Su hermano mayor.

Sargento Supremo del Imperio.

Un prodigio de batalla.

Y al lado de él…

Un segundo hombre, sentado con arrogancia elegante en el borde de la plataforma, con las piernas cruzadas y una mirada serena. Su cabello era negro, peinado con orden. Su rostro, afilado, con una sonrisa tranquila. Sus ojos, también azules.

—Neil… —murmuró Kyran, aún más tenso.

El segundo hermano mayor.

Un teniente.

Táctico. Preciso. Implacable.

Y detrás de ellos…

El tercero.

Un joven más bajo, con el cabello revuelto y el rostro casi idéntico al de Kyran solo que más joven. Más inexperto. Más puro. Era como mirarse en un espejo del pasado.

—Conan… —la voz de Kyran se quebró.

Su hermano menor.

Un oficial de nivel cero. Reclutado aún en la escuela. Un talento irreal.

Tres hermanos.

Tres soldados del Imperio.

Frente a él.

Y entonces…

Una figura femenina caminó desde el fondo de la plataforma. Kyran la vio y el aire se fue de sus pulmones.

Piel clara. Cabello castaño muy claro, tomado en una coleta alta. Ojos azul cielo, transparentes. Su porte era firme. Su aura, filosa. Y su mirada, su mirada ardía.

Cuando se detuvo, su voz fue clara. Serpenteante. Dolorosa.

—Nos volvemos a ver… odiado y amado… prometido.

Kyran dio un paso atrás.

Sus labios se abrieron, sus ojos brillaron.

—Kiara… —susurró.

La mujer que una vez fue su amor.

Y que ahora lo miraba como si viniera a matarlo.

Desde la cima de la torre de mando de la fortaleza viviente, Dravus Noxaurum Blackgold observaba el campo con ojos afilados, como si pudiera diseccionar el alma de cada soldado con solo mirar. Su capa roja ondeaba con violencia. Su rostro era el rostro del caos y la destruccion.

Acassia Noxaurum, impuso con una mirada. Su expresión se rompía entre el desconcierto y la herida.




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