— ¡David! ¡No hagas esto! —me detuve en secó cuándo un gritó femenino y muy familiar interrumpió el silencio.
Mi respiración se descontrolo y mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente y veía a todos lados buscando de dónde provenía ése gritó.
— ¡Dime dónde coño está. No me obligues hacer que vuelva a golpearte Vanessa! ¿Dónde escondiste el maldito dinero? —una voz masculina desgraciadamente conocida resonó por el lugar y obligue a mis piernas a correr en dirección de dónde se escuchaban los gritos.
— ¡No lo sé! Te juro que no sé... —mis ojos se nublaron y mi respiración se cortó cuándo la voz femenina de mi madre susurró con la voz de sumisa.
¿Por qué permite dejarse controlar?
— ¡Mamá! —grité desesperada. Yo sabía qué pasaría después de eso y no quiero qué pasé.
No, por favor, no de nuevo.
— ¡David no le pegues! Por favor no... —suplique. Tengo qué ayudarla.
Después todo lo que puedo ver es oscuridad.
31 de diciembre, 2019.
Cuando entró a la blanca habitación, lo primero que veo es una camilla y está cubierta por una blanca sábana. Sobre ella, está extendida Vanessa, vestida con una de esas enfermizas y terribles batas de hospital.
El corazón sé me rompe al ver el estado en que se encuentra; sus ojos parecen vacíos ya no son cálidos ni temerosos, y están clavados en él suelo; su piel está pálida, su cabello hecho un desastre y las manos están temblandole.
— Hola mamá —murmuró, incapaz de pensar algo más. Me acercó a ella con suma lentitud. Y me siento en la silla que hay al lado de la camilla y tomó la manos de ella entre las mías. La enfermera que se encontraba en la habitación se retira.
Aunque muy pocas veces me responde con monosilabas, eso no quiere decir que no me escuché.
— ¿Como te sientes?
Vanessa aprieta sus labios agrietados y pálidos y mueve sus ojos entreabiertos hacía mí.
Asiento, conteniendo las lágrimas en mis ojos. Sabía que no tendría una respuesta de su parte por más que intentará, la mayoría de las veces ha sido asi. Todavía no puedo borrar el recuerdo de cuando la encontré tendida y llena de heridas en él suelo.
— Está bien no te preocupes, lo entiendo.
Ella niega con la cabeza, sonriendo a duras penas.
Con todo lo que he vivido aprendí que nunca pero nunca deberíamos creer en las lágrimas de nuestro maltratador, ellos nos manipulan, se hacen las vistimas, y son unos mentirosos de primera.
Y casi siempre repiten el mismo patrón. Te piden perdón; y luego a la más mínima chispa. Vuelven a ser agresivos y violentos y cada vez es peor. El maltratador siempre, siempre, siempre tratará de manipularte, siempre es cobarde y trata de ser un manipulador emocional.
Yo forme parte de esas mujeres qué cómo mí madre, qué estuvieron sin voz, qué tuvieron miedo, qué estuvieron llenas de inseguridades y temores.
Estuve por mucho tiempo en una relación, que creí perfecta hasta qué llegó él momento del peor terror. Dónde existían los celos por la más insignificante cosa, hasta por estar mis amigas, y él trataba de manipularme haciendo que perdiera comunicación con ellas.
Dónde sí alguien me sonreía en la calle era por mí culpa, y ser modelo y bailarina era calificado de "puta".
Y a medida que pasaba él tiempo los insultos y las amenazas se comenzaron a hacer costumbre en mí vida. Dónde mi maltratador pedía hipócrita perdón. Dónde estuve años con temor de verme en un espejo por el dolor que sentía en mí piel, mí rostro a veces era irreconocible, y mí autoestima ya ni existía y mis sueños tampoco.
Dónde ya no era yo, era sólo un cuerpo lleno de dolor, lágrimas y miedo.
¿Mi error? Fueron y siguen siendo miles. Empezando por creer en alguien que jamás cambiaría, creer en palabras que estaban disfrazadas. En lágrimas falsas y momentos que eran una obra de teatro total.
Ése fue mí error, pero de él aprendí.
¿Qué aprendí? Aprendí a amarme sobre todo y ante todo. Alimentar mí autoestima y seguridad, dar todo por mis sueños y saber quién era y de lo que era capaz.
Sanar todos estos momento me tomó trabajo. Aún tengo sonidos a los que le tengo miedo, olores y recuerdos que llenan mí mente de dolor, pero me he fortalecido y junto a mis seres queridos he salido adelante.
Les digo a todo aquel que pasé por esto. ¡Es hora de gritar de hablar, porqué llegó la hora de desenmascarar a todas esas personas que disfrutan del dolor y sé ocultan en una hermosa y asquerosa máscara, la mentira predomina en ésos seres y tenemos que dejar de callar antes de qué sea demasiado tarde!