El atardecer se filtraba muy poco por las ramas de los árboles, estaba silencioso. La brisa golpeaba el rostro de Jacob. El frío entraba por los poros de su piel bajando la temperatura de su enorme cuerpo, el lugar carecía de sonidos, no se oía más que la melodía del viento golpeando las hojas de los árboles.
Estaban en medio de la nada, luego en fracción de segundos unos encapuchados vestidos con togas negras que se movían a la velocidad del aire. Les apuntaron con un cuchillo el cuello de cada uno de los presentes.
Fue un ataque fugaz, no les dio tiempo de reaccionar. Se movían como rápidas sombras. Las serpientes blancas salían de sus túnicas y envolvían el cuchillo con el que les apuntaban. Mostrando sus largos colmillos en forma de amenaza.
Jacob no se movió ni un centímetro.
Sabía que si no le cortaba la afilada cuchilla que tenía contra su cuello la serpiente daría un ataque mortal produciendo un veneno que paralizaría su cuerpo en cuestión de segundos, dejándolo completamente inmóvil frente a sus adversarios.
-Creí que teníamos una alianza.- Manifestó Jacob sin moverse ni un centímetro.
-No me hables de esa manera insolente hijo del agua-. Replicó manteniendo firme el cuchillo en el cuello del intruso.
-Tu diosa me dio su apoyo-.
Jacob alzó la tela que cubría su brazo mostrando la marca de nacimiento con el escorpio reluciendo en su muñeca invadida de un color negro penetrante.
- Veo que tienes la señal de la oscuridad en tus venas, has traicionado a tus propios dioses-. Afirmó aquel hombre sin rostro.
-¿No han hecho ustedes lo mismo? .- Preguntó Jacob viendo como el cuchillo bajaba de su cuello y la serpiente volvía a perderse en la túnica del extraño.
- Ellos nunca han sido nuestros dioses, nos han abandonado primero. Contestó con el sabor agrio en su boca.
Los hombres sin rostro se adelantaron hasta una caverna nebulosa.
Jacob y sus aliados les siguieron los pasos de cerca.
Al interior estaba iluminada por antorchas, los hijos de la oscuridad bajaron en silencio las gradas de piedra que conducían a lo profundo de la tierra.
Sus pies no tocaban el suelo levitaban a unos centímetros de este.
Jacob se imaginó que eran los poderes de la oscuridad en sus venas los que le daban tal habilidad.
Al final de las escaleras se erguía otro mundo subterráneo.
Una enorme cueva se alzaba ante ellos. Las pequeñas casas formaban una gran ciudad con numerosos habitantes.
-Creí que ustedes están extintos, o que quedaban muy pocos. Afirmó escéptico al ver la gran ciudad.
-No nos subestimes hijo del agua, nuestro pueblo ha vivido a través de las adversidades-. Respondió el encapuchado.
-Así que se han fortalecido en número al pasar el tiempo-.
Jacob miraba con asombro a sus alrededores.
-Tenemos una ley-. Exclamó. - Las mujeres solo dan a luz cuando nuestra constelación está en lo alto de los cielos. Los nacidos por equivocación en otra temporada son ejecutados.- La gente nunca ha visto una ejecución, ya que aborrecen el hecho de que nazca un hijo suyo aliado con los dioses que nos dieron la espalda-.
-Su linaje se ha conservado pura.- Dijo con admiración.
-Las primeras familias sí.- Afirmó. - Los abandonados tienen sangre de otras constelaciones.
- ¿Abandonados?. Preguntó con estupor Jacob.
-Los hijos de su nación que nacen en nuestra constelación y son abandonados en el bosque por el temor a su sangre oscura-.
-Lo he escuchado de historias que pasan por la gente de la nación, pero no creí que fuera verdad tal acto de egoísmo.- Aseguro con repugnancia.
-Nosotros los criamos como lo que son nuestros hijos les damos un propósito, un nombre y un hogar. Algo que su propia gente les ha negado.
-Síganme ya casi hemos llegado. Dijo indicando el camino a los adentros de la ciudad subterránea.
Jacob y sus aliados siguieron sus instrucciones y los sucedieron al interior de una especie de recinto de reuniones.
Cada uno se sentó alrededor de la mesa central.
Jacob al frente del líder encapuchado.
-Cuéntanos a qué debemos tu visita hijo del agua. Preguntó el hombre dejando ver su rostro con rastro de la oscuridad en ella.
-Pretendo asesinar al rey. Dijo Jacob sin dudar.
-Lo que quieres es muy arriesgado, pero ¿qué ganamos nosotros apoyándote en esa batalla?.
-Libertad- Contestó sabiendo que era lo que más anhelaba su pueblo.
-Olvidas que las deidades creadoras, nos han maldecido.- Replicó con impaciencia en sus manos.
-Quiero tomar el dominio de Sidera, los dioses no podrán controlar de nuevo nuestra nación con sus reglas absurdas.- Proclamó. - Su aldea tendrá libertad y lo que han anhelado a través del tiempo.
-Ya se ha intentado una vez, y hemos fallado.
-Ahora somos más, y su pueblo se ha vuelto más fuerte aprendiendo a controlar las artes oscuras.
-Lo que ofreces es muy tentador, pero te olvidas de los guerreros enviados por los dioses que se ocultan entre ustedes.
-Lo he oído de la gran anciana oscura del este, las brujas elementales y los animaicirces -. Dijo recordando la nieve blanca y como la hechicera les había indicado el camino hacia la diosa de la oscuridad y los peligros de este.
-No los subestimes hijo del agua, aquellos son bendecidos por las divinidades y ya nos han derrotado una vez con el fuego celestial. Replicó levantándose y apoyando sus dos brazos envueltos en la túnica sobre la mesa golpeándola fuertemente.
-Esta vez va a ser diferente, no se ha oído de nada parecido en nuestra tierra es una leyenda que se cuenta a los niños pequeños además nunca se ha visto a nadie con tal talento.
-El hecho que no lo veas no quiere decir que no exista-. Afirmó el hombre.
Se levantó de su silla dejando que su túnica arrastrara el suelo del recinto, con elegancia silenciosa se dirigió hasta sus subordinados. Jacob se quedó a la espera de su respuesta era la única pieza que le faltaba a su plan ya había convencido a todos los hijos del agua a pelear contra él y con los desterrados su fuerza era aún más grande. Su victoria sería indiscutible.