PROLOGO

Y de pronto, me encontraba en los viñedos cuidados con la minuciosidad de un jardín, uno al lado de otro, extendiéndose aproximadamente por dos hectáreas hasta llegar a los alrededores de un lago. Reconocí de inmediato ese lugar: eran las famosas plantaciones de mi tío, Luke Blake, que inició el negocio junto con su primo, en las afueras de Volterra, Italia. Solía pasar mis vacaciones de verano allí, cuando era sólo un niño, acompañándolo algunas veces luego del fallecimiento de mis padres, cuando aceptó ser mi tutor.

Pero él nunca fue de los que estaban presentes la mayoría del tiempo; sólo se hizo cargo de financiar mis estudios de Ingeniería Química en la prestigiosa Universidad de Yale. Cuando finalmente obtuve mi diploma y conseguí trabajo, comencé una nueva vida en Manhattan, el corazón de Nueva York, y nunca supe nada más de él. Algunas veces me enviaba cartas, debido a que odiaba las nuevas tecnologías, dos o tres veces al año, cuando se acercaban las fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Mi último recuerdo vago de él fue cuando festejamos en su pent-house, ubicado sobre la Quinta Avenida, al terminar mi etapa universitaria. Habían estado presentes mis primos, abuelos y tíos, que fueron a cenar y a brindar. Pero esa fue la única vez que pudimos estar todos reunidos en un mismo lugar y tiempo. No éramos una gran familia feliz, por así decirlo.

De repente, ese recuerdo se desvaneció: la finca, Nueva York, y mi familia festejando por mí habían desaparecido. Me encontraba en una litera de una habitación pequeña, en donde había una maleta negra abierta con mis pertenencias y una puerta de madera alta. Seguía en el tren que me llevaba desde Oregón hasta mi hogar. Se escuchó por los altavoces que estábamos por llegar a destino, así que empecé a ordenar todo, tratando de no dejar nada atrás. Lentamente nos deteníamos a medida que nos acercábamos a la Grand Central Terminal.