Ayme: La Favorita Del Rey

Cap. 1: El Vizconde

El bullicio de la gente en estos días combinado con la junta de viejos provocaba una enorme nube de estrés en la cabeza del Rey. Tocándose la nariz miraba con aburrimiento a los ancianos que discutían sobre su vida como si él no estuviera presente.

Le provocaba una enorme rabia que discutieran sobre lo que es mejor para él cuando el Rey nunca ha tenido que rendirle cuentas a nadie sobre sus andanzas, pero está claro. “Tienen miedo de que no tenga un heredero” pensó con poco interés en la conversación de la cual no era participe.

Se habían puesto más histéricos de lo normal porque no ha querido sentar cabeza. Es un buen Rey, vela por la seguridad de su gente y sus necesidades, pero Maxon es soberbio, egocéntrico y eso hace que poco a poco su propio pueblo lo repudie y más en su manera de ver a las mujeres del Reino.

Frota su cabeza suspirando pesadamente, se cansa en segundos cuando no se habla de otro tema más que su matrimonio que debe realizarse lo más pronto posible, su gente quiere estabilidad, quieren una Reina y Maxon no está dispuesto a dárselas.

La corona es pesada, no solo por su peso sino por lo que conlleva ser un gobernante, pero con el tiempo se ha acostumbrado a llevarla sobre su cabeza, aunque, está claro que no todos tienen ese honor, solo el monarca y en este caso él.

—Discúlpeme mucho, majestad. Pero…¿está entendiendo el propósito de esta reunión? ¿entiende la gravedad de lo que provoca sus acciones en nuestros tratados? —interrumpe sus pensamientos el señor que convocó la reunión. Se le ve claramente molesto, enojado, pero el Rey posa sus ojos sobre él. Asiente intimidándolo.

—Claro que lo entiendo. ¿acaso cree que no lo hago? ¿cree que no entiendo lo que quieren decirme? ¿eh? Porque si no es así entonces para que estaría sentado aquí junto con un montón de viejos ridículos—ruge con un tono de voz que deja callados a todos los presentes en el salón. Pone aquella cara de molestia y es cierto que el Rey no tiene el mejor temperamento. Se pone de pie con la corona adornar su cabeza.

Le parece ridículo que lo quieran obligar a desposar a una doncella y decirle adiós a su soltería.

—Y-yo, yo no quise decir eso, majestad—tartamudea el hombre con nerviosismo y sonríe ocultando su imprudencia. Maxon lo mira con superioridad, los guardias permanecen en cada esquina observando y siendo testigos una vez más de la actitud del Rey.

—Que sorpresa, duque, porque eso me pareció—indicó con ironía en su sonrisa. Le clavó la mirada haciéndolo temblar—¿Acaso usted cree que en verdad necesito casarme? Díganme, todos los que están en este salón explíquenme ¿por qué debería unir mi vida a una simple plebeya? —habló fuertemente haciendo resonar su enojo por cada rincón de la sala.

Muchos quisieron hablar, pero la actitud del Rey los intimidaba. De pie esperaba una respuesta, juntó sus manos dándoles algunos segundos para que los ineptos que tenía como integrantes de su reinado le dieran un buen motivo para semejante sacrifico.

Maxon desde hace mucho asumió su papel como Rey, a lo largo de los años lo ha hecho muy bien, pero resuena y siempre hablan sobre lo libertino que es, no toma a las mujeres en serio, solo quiere una noche con ellas y nada más. Se dice por los pasillos del castillo que incluso ha tenido aventuras con las esposas de algunos duques y vizcondes.

Ni las sirvientas se salvan, todo lo que Maxon quiere lo obtiene. Algunos asocian su actitud por el acontecimiento que sucedió hace años, pero otros simplemente dicen que descarga su estrés de la corona en el sexo con las mujeres. A parte de ser inteligente es guapo y sabe seducirlas para tener una noche larga con las mujeres más bellas.

Los segundos pasaron y ninguno dijo nada, pero la única mujer que permanecía en la sala se colocó de pie. Los hombres compañeros suyos la miraron, no había distinción, pero mayormente las mujeres permanecían en casa cuidando de los hijos y de sus hogares. No estudiaban y solo se dedicaban a las labores, pero aquella mujer había sido criada de manera diferente y por su propio esfuerzo junto con la ayuda de su padre, un duque muy conocido y amigo de la familia real llegó hasta donde está.

—Con su permiso y con todo respeto, su majestad, su vida privada se ha convertido en la debilidad del pueblo. Hubo algunos países que no quisieron renovar los tratados con nosotros porque pensaron que su vida personal intervendría con sus reputaciones. Si recuerda usted, hace un mes se formó un escándalo con una dama de compañía y lo que…—explicó con maestría la mujer, pero el Rey alzando una mano la calló. La mujer selló sus labios asintiendo.

—Milady, entiendo su punto, pero considera usted, ¿necesario el matrimonio? —preguntó con estrategia el joven Rey mirándola. La mujer conservando la valentía alzó su mirada azulada y asintió.

—Un matrimonio, majestad, demostraría no solo a nuestro pueblo sino a todos los socios comerciales que usted tomaría una imagen más reservada. Ya no nos llenaríamos de enemigos y nuestra economía se restablecería, dejaría de ser inestable y obtendríamos más beneficios si la futura Reina gana popularidad entre los plebeyos—continuó la mujer señalando los puntos importantes, pero si le dieran una hora ella explicaría más a fondo los beneficios.

El Rey discutía y maldecía mentalmente. Para nada le gusta la idea de casarse, pero todavía recuerda ese maravilloso lugar lleno de concubinas extremadamente bellas y espectaculares donde asiste con frecuencia. Se le forma una sonrisa en la boca estirando la comisura de sus labios. La lujuria lo lleva en la sangre, sus antepasados tienen la culpa.

—Lady Leticia ya explicó los puntos principales. ¿Ahora comprende mejor lo que queremos decirle? —intervino el hombre que minutos atrás temblaba. Lady Leticia era muy querida entre ellos por su inteligencia, su padre la crio de maravilla.

Maxon al escuchar eso torció la boca despareciendo su sonrisa en segundos. Se aburrió de que un grupo de viejos se encerraran solo para hablar de su vida privada, pero…por algo fueron elegidos.




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