Cristian
No puedo dormir, no tenía este problema desde hacía más de un año.
Dejo de intentarlo y me levanto por completo, son las cuatro de la mañana, creo que he dormido una hora cuando mucho. Los nervios me tienen inquieto.
Y también la culpa, porque ella se aferró al sofá cama, decidida a no quitarme la habitación. Aquello me hace sentir terrible, porque, ¿cómo puedo dejar a mi novia en la sala de estar y yo dormir tan tranquilo aquí? Me parece inaceptable, pero no pude hacerla cambiar de opinión.
Pero… al ver cómo se durmió apenas se recostó sobre el mueble, lo entendí. Parece enamorada del sofá cama como yo lo estuve en su momento cuando me lo regalaron.
Ahora mi inquietud se va a sus preocupaciones.
Tengo que resolver. No podré darle seguridad hasta que lo haga, y, por ende, no podré estar tranquilo si no le doy seguridad.
Salgo de mi habitación con cuidado y llego a la sala de estar para verla, está exhausta. Por muy cómodo que sea el sofá cama, verla así es confirmar que ella no descansaba lo suficiente en su casa.
Lo sé muy bien, porque me pasó exactamente lo mismo con ese mueble.
Entro a la cocina y preparo lo primero que dominé desde que empecé a cocinar: panqueques. Es sábado, por lo que dudo que ella vaya a salir hoy y mucho menos comprarse algo en la calle, por lo que no me conformo con dejarle el desayuno listo y comienzo a preparar el almuerzo para ella también.
Espero de corazón que le guste.
Termino todo a las siete, hora a la que ya tengo que salir al trabajo. Me alisto volando, apenas y logro tomar agua.
Me acerco a ella y beso su frente. Rebeca ni se mueve.
──No tienes nada de qué preocuparte ──murmuro.
Saco mis llaves y quito las copias extras que siempre llevo conmigo, dejándolas en la mesa en caso de que ella necesite salir.
Apenas salgo a la calle, llamo a Mario, a quien le encanta madrugar.
──López, ¿qué mierda quieres?
Solo hay una razón por la que me puede responder en ese tono tan molesto, está con una chica el descarado.
──Tu ayuda, muévete. ──digo mientras cruzo una calle, camino al trabajo──. ¿Recuerdas que le daríamos a Rebeca la computadora que Simón nos pidió revisar?
──En este momento, ni recuerdo por qué somos amigos. ──Aprieto los labios y escucho cómo se levanta──. ¿Ella dijo que sí?
──Sí, necesito que se la lleves ahora.
──¿Tan temprano? ──pregunta──. Si su padre es religioso no creo que le guste mucho ver mis tatuajes, no quiero que me lance agua bendita y termine prendiéndome fuego.
Rio.
──Está en mi apartamento ──confieso en voz baja.
Se queda callado un momento, escucho sus pasos y cómo cierra una puerta. Pensé que comenzaría a molestarme, pero en su lugar, se muestra preocupado.
──¿Pasó algo?
──Parece que pelearon y ella se fue, llegó anoche… bastante afectada ──cuento sin dar muchos detalles──. Necesito mantenerla con la mente ocupada, en este momento está demasiado preocupada por muchas cosas.
──Bien, se la llevo.
Me detengo antes de entrar a las oficinas.
──Mario…
──Tranquilo ──me interrumpe──. Es tu chica, cálmate. Intentaré animarla si la veo triste, pero no más.
Mi cuerpo se relaja.
──Cuídala, por favor ──pido en voz baja──. Llámame si algo sucede.
──Claro.
Cuelgo y veo el edificio.
Suelo mostrarme seguro con Rebeca, pero eso no es del todo así. Soy bastante tímido, respetuoso y reservado, sobre todo con personas de autoridad o mis mayores. Por lo que la idea de hacer lo que planeo… me pone nervioso, tengo que tomar profundas respiraciones para calmarme.
Una vez lo estoy, me adentro a la oficina de correos.
Saludo con una sonrisa a los que me ven mientras me dirijo a la oficina del gerente.
──Hola, hijo. ──Me encuentro con mi madre casi llegando──. ¿Dormiste bien? Te ves cansado.
Vaya, se nota.
──Hola, mamá. ──Beso su frente, haciéndola sonreír──. Todo está bien. ──Observo la puerta──. ¿Está Mauro allí?
──Sí, ¿por qué? ──pregunta──. ¿Necesitas algo?
──Solo comentarle algo. ──Me aparto para que no pueda interrogarme──. Te veo ahora.
Ella asiente con sospecha.
Tomo el pomo de la puerta y respiro con lentitud, sintiendo mi pulso disparado. Pienso en mi Ballerina y me lleno de fuerza para entrar.
──¡Cristian! ──saluda Mauro apenas cierro la puerta──. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?
Ay, Dios.
──Quiero pasar a jornada completa. ──digo directamente, él se sorprende──. Sé que no me he graduado, pero soy muy inteligente. Conozco mi campo. Aprendo más cada día.