Como estrella fugaz

CAPÍTULO 1: EL RESFRÍO.

Es lunes y aún no me recupero de la fiesta del sábado. Me encantaría poder decir que es a causa de haber ingerido mucho alcohol, pero no. Bueno, tampoco me encantaría llevar esa resaca. 

Mi malestar se debe a un horrible resfriado, acompañado por dolor de cabeza, y cansancio en los ojos y el cuerpo.

No quiero, pero debo levantarme de la cama. Hay obligaciones que cumplir. Cualquiera en mi lugar, llamaría a su jefe y le diría lo mal que se siente, avisando que va a faltar. Pero yo no soy parte de ese número, no me gusta faltar al trabajo, ni aún estando enferma.

Lisa abre la puerta de mi habitación, y para mí, ese sonido se escuchó fatal, pero para ella no. Mi mejor amiga me mira desde el umbral de la puerta, con los brazos cruzados, y una sonrisa divertida en el rostro.

—¿Quién te mandó a haber bailado bajo la lluvia? —pregunta y se ríe negando con la cabeza. 

Se sienta en la punta de la cama, cruza sus piernas y me mira. Ahora no lleva una sonrisa divertida, sino más bien un rostro preocupado.

Con Lisa vivimos juntas desde hace tres años, y en ese tiempo, ha reemplazado de forma perfecta a mi madre. Mi madre, en estos momentos, estaría a punto de decirme que falte al trabajo. Y es eso lo que me va a decir mi amiga.

—Tienes que llamar a Randall, no puedes trabajar en este estado —dice lo ya esperado.

—He trabajado en peores circunstancias —me siento en la cama, y cuando mis brazos desnudos hacen contacto con el frío del ambiente, estornudo unas cinco veces seguidas—. Es sólo un resfrío. Estaré mejor luego de una aspirina y un té.

—Gia, en serio luces mal, y no quiero que vayas a trabajar —ahora suena enojada, y mucho más demandante.

—Sabes que si no voy a la editorial, trabajaré desde aquí —me mira con desaprobación—. Oye, hay un manuscrito que corregir.

—¡Pero no en este estado!

Ruedo los ojos. Aunque no le voy a admitir que un poco de razón tiene, pues mis ojos se encuentran realmente muy cansados como para poner mi atención en la corrección de ese manuscrito que tanto me viene gustando.

Trabajo en la editorial Destiny, la cual le da oportunidades a autores novatos, especializados en romance, misterio, y ciencia ficción. 

Amo mucho mi trabajo, lo disfruto al cien por cien, y me siento muy cómoda con mis compañeros. Sentirse así en el lugar donde uno trabaja, tiene muchos puntos extras.

En estos momentos, me encuentro corrigiendo una novela de misterio, y me está encantando a niveles indescriptibles. Definitivamente este nuevo autor contratado tiene mucho futuro por delante. Y lo más increíble, es que tan sólo tiene dieciocho años. Es el más joven que tenemos.

Es tanto lo que amo mi trabajo, que jamás falté, y mucho menos lo voy a hacer ahora por un simple resfriado.

—Me daré una ducha caliente —digo, me pongo de pie y Lisa murmura algo, de seguro un insulto. Sabe que no le voy a hacer caso, y aprendió a no emitir palabra alguna para evitar discusiones.

Al salir, me dirijo a la cocina con una toalla violeta cubriéndome el cuerpo. Lisa, al verme, suspira molesta.

—¡Vas a coger una maldita neumonía! —se queja, y probablemente tiene razón.

Paso por su lado, con una taza de té con limón, y una aspirina. Le sonrió, pero ella me mira con cara de pocos amigos.

Bebo sorbos de té mientras escojo la vestimenta de hoy, ignorando el hecho de que la cabeza me duele demasiado, como si hubieran pequeños hombrecitos dentro, golpeándome con martillos. Espero que la aspirina haga efecto de inmediato.

Y una vez que estoy lista, cojo mi bolso, el portátil, y las llaves del auto. Me despido de una Lisa furiosa por irme en tal estado.

A la hora que salgo hacia el trabajo, el embotellamiento en la ciudad es insoportable, es por eso que siempre salgo temprano. No soy de faltar al trabajo, y por supuesto, jamás llegué tarde.

Los conductores furiosos hacen sonar el claxon de sus vehículos, como si así el atasco desapareciera. Es una pena que gasten sus energías en ello, o en insultar a personas que nada tienen que ver.

Enciendo el estereo, lo conecto con mi móvil, y pongo un álbum de Taylor Swift. Cuando su música empieza a sonar, le subo el volumen lo suficientemente alto como para no escuchar el lío que hay afuera por un semáforo roto. De hecho, creo que el rostro del oficial de tránsito, luce mucho mejor ahora con Blank Space de fondo.

Por fin logro avanzar, y dejo al lindo oficial atrás. Una pena, pero al menos sigue en el vídeo musical que armé en mi mente.

Llego al trabajo, y en el ascensor me encuentro con mi jefe, quien al ver mi rostro, suspira. Bien, veo que el maquillaje no hizo su trabajo.

—No era necesario que vengas, Gia —dice.

—Un manuscrito tiene que ser corregido, su autor lo espera para darle una última revisión. Por supuesto que era necesario que venga, el muchacho está ansioso.

Randall asiente, y al pensar en algo, vuelve a asentir.

—De acuerdo, pero si te sientes agotada me dices.

Las puertas del ascensor se abren, y con Randall somos los primeros en llegar a la editorial. Me sirvo una taza de café, y me dirijo a mi oficina para continuar con la lectura, y la debida corrección.

La cabeza ya no me duele, o al menos no tanto como al despertar. Pero mis ojos se siguen sintiendo cansados, al igual que mi cuerpo. Todo es un grito para que me vaya a casa a descansar, a recuperar energías, pero lo ignoro y sigo leyendo.

En mi interior estoy maldiciendo a ese tal Steven, en serio. Aunque, la realidad es que en ningún momento me obligó a hacerlo, yo acepté. Sé que todo corre por cuenta propia, pero aún así, maldito seas Steven Fry.

Al ver que no me puedo concentrar en la lectura como corresponde, cojo el móvil, y me dirijo a la galería de imágenes. Al parecer no borré la fotografía que le saqué a Steven, creí que lo había hecho.



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En el texto hay: musica, amor, vida

Editado: 24.09.2020

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