Hace diez minutos que estoy esperando a Steven en el punto donde acordamos encontrarnos. Mi impaciencia está rozando el límite de la locura, quizá suene exagerado para algunos, pero cuando de encuentros se trata, soy muy puntual y espero a que los demás también lo sean.
Hasta que, a pocos pasos de distancia, veo que Steven se acerca a donde estoy. Al verme sonríe, pero yo no estoy de ánimos para ser simpática.
—¿Buenos días? —pregunta al estar frente a mí.
—Has llegado diez minutos tarde. No, espera —miro mi reloj de mano—. Catorce minutos para ser exacta.
—¿Lo siento?
—Si tu disculpa viene con pregunta, es porque no lo sientes en verdad. Por tu culpa me perdí de las medialunas de Jules.
—¿Qué?
—Las medialunas de Jules. Conoces a Jules, todos lo hacen.
Jules es una mujer repostera, muy conocida en la ciudad. Su franquicia es de la mejor, la número uno aquí. Todo lo que hace es perfecto, pero sus medialunas son exageradamente únicas, en serio. Tanto que para conseguirlas tienes que ir con anticipación, muy a tiempo.
Muchos nos preguntamos cuál es el secreto, pero claro, nunca lo sabremos. Sólo estaremos ahí, firmes para conseguir nuestras medialunas.
Y, teniendo en cuenta la hora que es, perdí mi turno, perdí mis medialunas, y esperar a mañana me resulta poco satisfactorio. Jules no hace medialunas a la tarde. Mi estómago no está contento.
Steven larga una carcajada, y eso me enoja más.
—Así que eres una de las tantas personas adictas a esas medialunas —dice, y se sienta a mi lado en el banco del parque.
—¿Acaso tú no?
—Mmm, son ricas, sí. Pero no tanto para la locura que se genera. Además, si tanto las querías, hubieras ido antes de venir aquí.
—Supongo. Pero me confíe en tu palabra. Pero ya sé que no debo confiar en quien no entiende la locura por las medialunas de Jules.
Se ríe una vez más, sólo que esta vez su risa no me molesta, sino que me lleva a sonreír.
—¿Haces algo ahora? —me pregunta, y pese a no esperarla, dudo en la respuesta. Así que antes de responder, saco mi agenda del bolso negro y voy a la fecha de hoy. Y no, hoy no debo hacer nada, más que hablar en la tarde por videollamada con un autor, para luego seguir con mi trabajo.
Cuando guardo la agenda, noto que Steven me estudia con sus ojos color miel. Observa todos y cada uno de mis movimientos con una total atención que me hace desear saber lo que hay en su mente.
—No, ahora no, ¿por qué?
—Porque quiero recompensar mi tardanza, y que por ello te hayas perdido las supuestas mejores medialunas —me aclaro la garganta, sonríe, y rueda los ojos—. Las mejores medialunas.
—Exacto, lo son.
—Bueno, pero tú, ¿conoces la mejor pizza de Pallet Ville? —niego con la cabeza—. Entonces, si no tienes ningún compromiso, y quieres, ¿me aceptas una pizza?
—¿Ahora? —observo mi reloj de pulsera—. ¿A esta hora? Es demasiado temprano para una pizza.
—Nunca es demasiado temprano, o tarde para una pizza. Entonces repito, ¿me aceptas una pizza?
Cuando formula la pregunta sus ojos se achinan con su sonrisa. Al ver que no respondo, alza ambas cejas y pasa una de sus manos sobre su cabello castaño.
—De acuerdo.
Supongo que esperaba un rechazo, ya que, al darle mi respuesta, sonríe tranquilo.
Se pone de pie, por lo tanto lo sigo. Me dice que queda a cuatro manzanas de donde estábamos, así que hacemos el trayecto en silencio.
Llegamos a la pizzería Olivers, lugar que conozco de vista, pero al cual nunca entré, ni tampoco escuché mencionar tanto como la tienda de Jules. Así que dudo que sea la mejor, sólo que no digo nada hasta comprobarlo.
El lugar se encuentra un poco apartado del centro, eso le permite una tranquilidad hermosa. Además, que esté frente al lago Trevi, lo hace aún más hermoso, la vista que tiene es única.
Entramos, y Steven saluda muy amistosamente a los empleados, quienes también me saludan amistosos, como si me conocieran de toda la vida. Algo que no me incomoda, cuando tranquilamente podría haber pasado.
Nos ubicamos en una mesa que justo da a la hermosa vista. Cerca del lago, hay personas haciendo picnic, otras leyendo, algunos jugando con mascotas o niños, y también están los que ejercitan.
Dentro de la pizzería, hay una familia, el papá está haciendo reír a carcajadas a los niños, la madre de ellos lo observa maravillada. Cerca de la familia, hay una joven pareja, la chica le está contando algo que la entusiasma mucho, y él la escucha atentamente, sonriendo cada tanto. Y luego, hay un hombre mayor, tranquilo, leyendo el diario, saboreando la pizza.
El lugar es muy pintoresco, tiene la sensación de ser agradable a todo momento. Incluso entre los empleados hay una relación hermosa y divertida, se ríen entre ellos, y hasta de ellos mismos por lo poco que estoy viendo.
—Me da miedo preguntar qué estás viendo tanto— Steven me saca de mi estudio del lugar.
Sonrío.
—Parece ser un lugar hermoso.
—Lo es. Es familiar, es amistoso, es amoroso, es incluso hasta solitario. Puedes venir con quien quieras, o puedes venir solo, no importa, da igual, aquí te hacen sentir a gusto. ¿Ves al hombre? —Steven se refiere al hombre que lee el diario, así que asiento—. Se llama Tony, siempre viene solo. O bueno, hace dos años que lo hace.
—Steven Fry puedo ser muy sensible, te lo advierto.
Sonríe.
—Y eso está bien, la sensibilidad viene de la mano de la empatía, y el mundo necesita mucha más empatía y accionar sobre ella.
—Estoy de acuerdo. Ahora dime, ¿con quién venía hace dos años?
—Con su hija, Mary.
—Dime, por favor, que ella está viviendo muy lejos —niega con la cabeza, y observo al hombre. Sigue leyendo el diario, con suma atención, pero ahora, que sé su historia, quiero abrazarlo y decirle que quiero ser su amiga para venir a comer pizza con él.